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Estuvieron hablando durante unos minutos más. Después, Kavanaugh se marchó. Matt se dirigió a la casa. De repente, sintió que no había nada que lo atara a aquel lugar. No perdió tiempo y marcó enseguida el número del bufete y habló con Bill Jansen, el abogado que se había ocupado de la división del Flying M según la última voluntad de John Randall.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -le preguntó Bill, después de una breve conversación de cortesía.

Matt le explicó lo que quería hacer. Quería ofrecerles a sus hermanos el dinero que sacara de la venta de su rancho para comprarles su parte del Flying M. Además, quería crear una especie de fondo para Eva Dillinger, según el acuerdo que ella había tenido con John Randall cuando trabajaba para él.

– Eso podría ser más difícil de lo que te imaginas -admitió Bill-. Sé que John Randall y Eva habían hablado de una especie de fondo de pensiones, pero las condiciones de ese acuerdo jamás se redactaron legalmente.

– Sabías del asunto, ¿verdad?

– Él lo había mencionado alguna vez.

– En ese caso, veamos cómo se puede enmendar la situación. No estoy tratando de dejar acomodada a Eva para el resto de su vida, simplemente darle lo que se le debe. Hablaré con mis hermanos. Por supuesto, esto tiene que ser completamente anónimo.

– No creo que eso sea posible.

– Todo es posible.

– En realidad, no. No sólo los beneficiarios querrán respuestas, sino también el Gobierno.

– ¿No puedes crear una especie de identidad ficticia? -preguntó. Al darse cuenta de lo que había dicho, se echó a reír. Había hablado como si fuera un experto en economía-. No importa. Simplemente no quería tener que ocuparme ahora de ese asunto. No importa -repitió- Daré las explicaciones necesarias.

– En ese caso, no será anónimo.

– Está bien. Yo me ocuparé -dijo Matt-. ¿Sería posible recibir todo el papeleo dentro de unos pocos días? Envíalo por fax al rancho y me encargaré de que mis hermanos lo firmen. ¿Puedes trabajar tan rápido?

– Si no me encuentro problemas inesperados…

– No lo creo.

– Una de mis socias va a estar en Grand Hope dentro de un par de días. Le diré lo que está pasando y, si tienes algún problema, te puedes reunir con ella mientras esté en la ciudad. Se llama Jaime Parsons y estudió el último año del instituto allí. Tal vez la conozcas.

El nombre le resultaba a Matt familiar, pero no recordaba por qué.

– No creo.

– Haré que te llame cuando llegue a Grand Hope. Se va a quedar allí durante unas cuantas semanas. Va a vender la casa de su abuela.

– Parsons… -repitió Matt.

– Su abuela se llamaba Nita Parsons.

– El nombre me resulta vagamente familiar.

– Nita murió hace un par de meses. Tal vez tu padre la conocía.

– Posiblemente.

– Bueno, me pondré con lo de la venta y la transferencia de propiedades inmediatamente. Lo único que necesito es la firma de tus hermanos.

– Las tendrás -dijo Matt, a pesar de que no le había mencionado aquel plan ni a Thorne ni a Slade. No obstante, estaba seguro de que no supondría ningún problema. Thorne ya había mencionado que quería irse a un rancho cercano y Slade no era de los que echaban raíces. Matt era el ranchero de los tres hermanos. Les compraría su parte a sus hermanos y se convertiría en el dueño de la mitad del Flying M.

Colgó el teléfono y observó el interior de la vieja casa. Había pasado muchos años allí. Solo. Había estado bien, pero en aquellos momentos esperaba algo más de la vida. Y ese algo tenía mucho que ver con una policía pelirroja.

No había razón alguna para no empezar con las negociaciones. Llamó rápidamente al Flying M, habló con Thorne y le expuso su plan.

– Haz que Slade se ponga en el supletorio. He estado pensando mucho desde que llevo aquí. Mike Kavanaugh me va a comprar mi rancho, por lo que quiero instalarme en Grand Hope. Sugeridme un precio justo y os compraré vuestra parte.

– ¿Así de fácil?

– Si queréis vender…

Thorne se lo pensó durante un instante.

– No veo ningún problema. Deja que Slade se ponga al teléfono y lo solucionaremos en un momento.

– ¿Así de fácil? -replicó Matt, riendo.

– Sí. Así es como hago yo los negocios.

Kelly estaba quemada. Y mucho. El último lugar en el que quería estar era en la boda de Thorne McCafferty, pero no le había quedado elección. Espinoza había insistido.

– Mira, la investigación sigue abierta -le había dicho su jefe-. El asesino podría estar allí. Esta es tu oportunidad para conocer a las personas que están más cerca de la familia.

– ¿En una boda? -había protestado ella.

– En una boda, vestida como uno de los invitados y mezclándote con todo el mundo en la recepción. ¿Te supone eso un problema, detective?

– En absoluto -le había respondido ella.

Por lo tanto, allí estaba, ataviada con un vestido azul medianoche de seda, recogiéndose el cabello en la base del cuello y muerta de miedo ante la perspectiva de volver a ver a Matt.

«Lo superarás. Se trata sólo de trabajo».

Sin embargo, mientras se empolvaba la nariz, se aplicaba rímel en las pestañas y se retocaba el lápiz de labios, se sintió una mentirosa. Tenía una sensación de tensión en el estómago. Ella, una experimentada oficial de policía que no temía enfrentarse a ningún delincuente, se sentía intimidada antes la perspectiva de asistir a una boda.

Sólo era una noche. Conseguiría superarla. Tomó su abrigo y miró en el bolso para asegurarse de que tenía las llaves del coche. Antes de que pudiera marcharse, el teléfono comenzó a sonar. Estuvo a punto de no contestar, pero al final cambió de opinión.

– ¿Kelly? -le dijo su hermana. Parecía estar sin aliento, como si hubiera estado corriendo-. ¿Qué sabes sobre un fondo que ha sido creado para mamá? -preguntó sin andarse por las ramas.

– ¿Un fondo?

– Eso es. Mamá ha recibido una carta de una abogada de Missoula, una tal Jamie Parsons, en la que se le comunica que es la beneficiaria de un fondo.

– ¿De qué?

– Eso es lo que te estoy preguntando.

– ¿No se lo dijeron?

– No. Cuando mamá llamó al bufete y habló con la abogada, ésta no se mostró muy cooperadora a la hora de darle información. Le dijo que ella iba a venir a la ciudad dentro de unas semanas. ¿No te parece muy raro?

– Sí.

– Les dije a mamá y a papá que no le hicieran ascos al dinero, pero ya sabes cómo son. Están convencidos de que ha habido un error. ¿Qué te parece a ti?

– ¿Cómo se llama el bufete?

– Jansen, Monteith y Stone -dijo Karla-. Mamá me ha dicho que cuando trabajó para John Randall, era el bufete que él utilizaba. ¿Te parece que es una coincidencia?

– Soy policía, Karla. Yo no creo en las coincidencias.

– Y yo soy esteticista, Kelly. Creo en el pasado, en la reencarnación, en las personalidades divididas, en ganar la lotería y, por si acaso se me había olvidado, en la coincidencia.

– Lo comprobaré.

– Me imaginaba que lo harías. Ahora, que te diviertas en la boda.

– No va a ser divertido.

– Seguramente, si ésa es la actitud con la que vas. Vamos, Kelly. Anímate. No te puede hacer mal.

Kelly no estaba tan segura.

Matt se metió dos dedos por el cuello de la camisa y tiró de él para poder respirar. Los lugares pequeños le hacían sentir claustrofobia y aquella antesala de la capilla en la que Thorne estaba a punto de casarse era tan minúscula que casi no cabían el reverendo y los tres hermanos McCafferty. Podría ser porque Matt no tenía una buena relación con Dios, o tal vez porque el termostato de la sala debía de estar roto y la calefacción estaba funcionando al máximo. También porque estaba afrontando el hecho de que volvería a ver de nuevo a Kelly.

Kelly. La detective Kelly Ann Dillinger.