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La mujer que no le había devuelto ni una sola de sus llamadas.

Hacía doce horas que había regresado a Grand Hope y, en ese tiempo, le había dejado tres mensajes. No había obtenido respuesta alguna, pero Nicole estaba segura de que Kelly iba a asistir a la boda.

Bien. Matt quería respuestas.

– Bueno, firmaremos los papeles la semana que viene -dijo Slade mientras se miraba en un pequeño espejo, fruncía el ceño y se apartaba un mechón de cabello negro de la frente-. En cuanto el abogado se ponga en contacto con nosotros.

– ¿Bill Jansen? -dijo Thorne, aunque resultaba evidente que sus pensamientos estaban en otro lugar.

– No. Su socia. Jamie Parsons.

Slade se quedó completamente inmóvil.

– ¿Quién?

– Jamie Parsons. Ha venido aquí para vender la casa de su abuela. ¿Es que la conoces, Slade? -preguntó Matt, al ver la sombra que acababa de cruzar los ojos azules de su hermano pequeño-. Estudió aquí el último curso del instituto. Su abuela se llamaba Anita.

– Nita.

– Sí. Así es. Veo que has oído hablar de ella.

– Hace mucho tiempo -admitió Slade. De repente, el órgano comenzó a sonar en la capilla-. Ya está -le dijo a Thorne, como si estuviera deseando cambiar de tema-. Tus últimos segundos de soltero.

Thorne sonrió lleno de felicidad.

– Aún puedes echarte atrás -sugirió Slade.

– Por supuesto que no -replicó Thorne, riendo. Matt se preguntó si había visto alguna vez antes tan feliz a su hermano. No era un sentimiento que hubiera atribuido a su hermano mayor. Hasta que conoció a Nicole. Había cambiado en aquel mismo instante y el cambio era, decididamente, para mejor.

La puerta de la capilla se abrió y el reverendo entró en la antesala.

– ¿Estamos listos?

– Por supuesto -respondió Thorne.

– En ese caso, vamos.

Thorne se detuvo un instante para decirles a sus hermanos:

– Os ocurrirá a vosotros también. Vuestros días de solteros están contados.

Slade se mofó de él.

Matt no realizó comentario alguno.

– No para mí -replicó el pequeño de los McCafferty.

– Cuanto más alto, más dura será la caída.

– Bueno, tal vez para Matt. De todos modos, él ya está medio enganchado.

Por una vez, Matt no discutió. Sí, él estaba listo, pero la mujer que quería como esposa parecía estar evitándolo.

Los tres hermanos entraron en la capilla. Era pequeña y muy antigua. Los bancos estaban repletos de familiares y amigos.

Matt se fijó inmediatamente en Kelly. El corazón le dio un vuelco al verla. El resto de invitados pareció desaparecer. A pesar de que su atención debería haberse centrado en las dos damas de honor, Randi y una doctora amiga de Nicole, él casi no podía apartar la mirada de Kelly. Dios, estaba tan hermosa… Se obligó a apartar la mirada de ella para centrarse durante un momento en la novia. Nicole, ataviada con un vestido largo de color crema, avanzaba lentamente hacia el altar. Allí, tomó la mano de Thorne.

Matt no podía dejar de mirar a Kelly. «Debería ser yo. Deberíamos ser Kelly y yo los que estuvieran a punto de intercambiar los votos matrimoniales». Recordó el día en el que su padre lo había observado mientras trataba de domar a Diablo Rojo. John Randall le había aconsejado que sentara la cabeza, que empezara una familia y que se asegurara de que el apellido McCafferty perduraba.

Matt sintió un nudo en la garganta.

El viejo tenía razón.

Matt había encontrado a la mujer con la que quería compartir su vida. Sólo tenía que encontrar el modo de conseguir que ella se convirtiera en su esposa.

De algún modo, consiguió superar la ceremonia. Vio que a Nicole se le saltaban las lágrimas cuando Thorne le colocó una alianza en el dedo y sintió una profunda envidia cuando Thorne besó a su esposa delante de todos los invitados. Cuando la ceremonia terminó, Matt siguió a los novios al exterior.

Mientras Slade lo llevaba al Badger Creek Hotel para el banquete de bodas, Matt no articuló ni una sola palabra. Cuando llegaron al elegante hotel, Slade decidió fumarse un cigarrillo en el aparcamiento, pero Matt se dirigió rápidamente al salón donde se iba a celebrar la recepción con la esperanza de poder hablar con Kelly. Se había sorprendido mucho al verla en la boda y esperaba que asistiera al banquete.

Ya habían llegado algunos de los invitados. Una pequeña orquesta tocaba desde un rincón mientras que una fuente de champán burbujeaba cerca de la escultura de hielo de un caballo.

La vio en el instante en el que ella entró. Sin el abrigo, ataviada con un hermoso vestido azul oscuro, estaba bellísima. Un collar de plata le adornaba el largo cuello. Llevaba el cabello recogido, lo que le daba un aire de sofisticación que terminó de enamorar a Matt.

Tomó dos copas de champán de una mesa y se dirigió hacia ella.

– Bien, detective -susurró-. Estás… fantástica.

Ella sonrió.

– Venga ya, McCafferty. Echas de menos el uniforme. Admítelo.

Al menos, aún le quedaba sentido del humor.

– Te echo de menos.

– No te comprendo.

– Mentirosa -susurró. Le dio una copa de champán, de la que ella comenzó inmediatamente a tomar un sobro.

– Espera. Creo que van a proponer un brindis.

– ¿Por los novios?

– Eso vendrá más tarde -preguntó él, sin explicar nada. Simplemente le tomó la mano y la sacó hacia la terraza que, como era de esperar, estaba cubierta de nieve.

– Espera un momento.

– No. Ya he esperado demasiado.

Sujetando la copa con una mano, la estrechó contra su cuerpo. Antes de que Kelly pudiera protestar, la besó. Esperó hasta que sintió que ella se relajaba para soltarla.

– ¿No te parece mejor así?

– No, es decir… Mira, Matt. He estado tratando de decirte que lo nuestro ha terminado. Puedes olvidarte de la charada.

– ¿Charada? -preguntó él, aunque empezó a presentir de qué se trataba.

– Sé que me has estado cortejando sólo para tener mejor acceso a la investigación.

– No, yo…

– No lo niegues. Escuché una conversación entre Randi y Slade -dijo. La ira volvió a adueñarse de ella-. Sé que este flirteo, o como quieras llamarlo, fue porque Kurt Striker te lo dijo. Para meterme en la cama y sonsacarme información sobre el caso.

– ¿Y te lo creíste?

– Sí.

La ira se apoderó de él. Abrió la boca para responder y vio la tristeza con la que ella lo miraba.

– No me tomes por tonta, ¿de acuerdo? No es necesario.

– No lo haría nunca.

– Bien. En ese caso, podemos seguir con nuestras vidas y olvidarnos de lo que ocurrió entre nosotros.

– No.

– Matt, de verdad…

Kelly se dirigió hacia la puerta, pero, en aquella ocasión, él no se molestó en intentar detenerla.

– Yo jamás lo olvidaré, Kelly. Jamás.

Cuando ella alcanzó la puerta, se volvió para mirarlo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

– No me hagas esto…

– Te amo.

Kelly cerró los ojos. Entonces, una lágrima, iluminada por la luz de la luna, comenzó a deslizársele por la mejilla.

– No tienes que…

– Te amo, maldita sea.

– No quiero hacer esto, Matt. Sólo he venido porque mi jefe me lo ha pedido. Por la investigación.

– ¿Has visto alguien que te parezca sospechoso?

– Tan sólo el novio y sus hermanos -bromeó, pero ninguno de los dos sonrió-. Mira, sé que has creado una especie de fondo para mi madre, probablemente porque tenías mala conciencia por lo que tu padre le hizo y… y… bueno, está muy bien, en realidad, pero no deberías haberlo hecho. El problema era de tu padre, no tuyo.

– Tú eres mi…

– Tu problema… ¿no?

– ¡No me refería a eso!

– El pasado, pasado está. Mi familia está bien… podemos cuidarnos unos a otros. No necesitamos ninguna clase de caridad tardía.