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– No se trata de eso…

– No importa.

– ¡Ni hablar! -exclamó Matt. Dejó caer su copa de champán y avanzó hacia ella-. Has venido aquí para verme. Yo hice lo que hice por tu madre para enmendar un error, mis hermanos accedieron a ello y, en cuanto a lo de dejarte en paz, no puedo. Al menos, no hasta que me digas que te vas a convertir en mi esposa.

– ¿Cómo? ¡Oh, Dios! Tu ego no tiene límites.

– Te amo -repitió.

Kelly sintió que el corazón se le hacía mil pedazos. Deseó poder creerlo, confiar en él, pero sabía que no podía hacerlo. Abrió la boca para protestar, pero él le quitó la copa de champán de los dedos, la arrojó hacia el arroyo y volvió a tomarla entre sus brazos.

– ¿Qué tengo que hacer para convencerte?

– No puedes.

– Claro que puedo. Nos fugaremos esta noche.

– Estás loco.

– Hablo en serio.

– Yo… yo no me lo creo -susurró.

– He vendido mi rancho. Me vuelvo a vivir a Grand Hope. Para siempre. Y quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos. ¿Me amas?

– Sí.

– En ese caso, casémonos.

– A mí… a mí me gustaría.

– Entonces, ya está todo acordado -dijo él, con una maravillosa sonrisa.

– Yo… yo no sé qué decir -murmuró Kelly. Se sentía aturdida por el giro que habían dado los acontecimientos.

– En ese caso, no digas nada. Sólo bésame.

Kelly estuvo a punto de echarse a llorar mientras reía, pero hizo lo que él le había pedido. La música se filtró por la puerta abierta. Matt comenzó a bailar con ella sobre la nieve, rodeados por el frío viento del invierno de Montana y las estrellas que relucían en su maravilloso cielo.

Kelly se apoyó sobre él y pensó en la investigación, en el peligro que aún rodeaba a los McCafferty, en especial a Randi y al pequeño J.R. En aquel momento, sabiendo que se iba a casar con Matt, estaba más decidida que nunca a encontrar al culpable de aterrorizar a aquella familia… su familia.

Sin embargo, aquella noche, se limitaría a bailar con Matt y a reír con él, sabiendo que, fuera lo que fuera lo que el destino les deparara, lo afrontarían juntos.

– ¿Lo anunciamos? -preguntó él.

– ¿Esta noche?

– ¿Y por qué esperar?

Tenía razón, pero…

– Esperemos hasta mañana. Esta fiesta les pertenece a Thorne y a Nicole -dijo Kelly. Miró hacia el salón y vio a la feliz pareja bailando. Los ojos de Nicole brillaban como las estrellas. Tenía las mejillas sonrojadas. En cuanto la música terminó, todos aplaudieron.

– En ese caso, mañana -dijo Matt.

– Sí, mañana.

Matt volvió a besarla. Kelly lo abrazó con fuerza.

– Está bien, detective. Unámonos a la fiesta. Parece que has perdido tu copa de champán, pero ¿no se suponía que esta noche debías estar buscando a los malos? ¿No era ésa tu misión?

– Así es, vaquero.

– ¿Y de verdad no has descubierto a ninguno de los malos?

– Sólo a los hermanos McCafferty -volvió a bromear ella. Lo abrazó y comenzaron a bailar junto al resto de los invitados.

El corazón de Kelly latía con fuerza y la cabeza le daba vueltas. Estaba teniendo que hacer un gran esfuerzo para no llorar de pura felicidad. Mientras Matt la llevaba con facilidad por la pista de baile, Kelly sonrió al hombre que amaba, al hombre que llevaba esperando toda su vida, al hombre que muy pronto sería su esposo, un vaquero que le había conquistado por completo el corazón.

Señora de Matt McCafferty.

Detective Kelly McCafferty.

Fuera como fuera, sonaba bien.

Epílogo

Un caballo relinchó suavemente cuando Matt entró en los establos. Encendió el primer interruptor que encontró y permitió que se iluminara la mitad de las bombillas de interior. Yeguas y potros se revolvían en los establos y el viento rugía en el exterior. Diablo Rojo sacó la cabeza por encima de la puerta de su corral y relinchó.

– Sí, sí, yo también me alegro de verte -dijo Matt. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de manzana que había tomado de la cocina y se lo dio al animal-. Juanita está preparando un pastel, y pensé que no le hacía falta este trocito. Sin embargo, ella podría no estar de acuerdo y, si así fuera, los dos sabemos que me despellejaría vivo. Somos amigos, ¿verdad, Diablo?

El caballo pareció asentir con la cabeza. Sus ojos aún brillaban con un fuego que ningún hombre sería capaz nunca de apagar. Ni siquiera un McCafferty.

– Eso me había parecido.

Rascó la frente del animal y examinó sus caballos. Algunas de las yeguas estaban en un estado de gestación tan avanzado que sus abultados vientres indicaban que muy pronto darían al rancho la siguiente generación de potros.

Sonrió. Adoraba a aquellos animales. En primavera, llevaría allí a sus propios caballos. Para entonces, ya estaría casado y tal vez tendría un bebé de camino.

La puerta se abrió. Era Kelly. Su entrada provocó la entrada de aire frío en el establo. Llevaba copos de nieve en los hombros del chaquetón y en el cabello. Matt sintió que los latidos del corazón se le aceleraban sólo con verla, igual que le había pasado la primera vez que la vio.

– Sabía que te encontraría aquí -dijo. Se acercó a Matt y le dio un beso en la mejilla.

No fue suficiente. Antes de que ella pudiera apartarse, Matt la estrechó contra su cuerpo y le buscó los labios instintivamente.

– Has venido aquí para que podamos tener un poco de intimidad -comentó él cuando por fin levantó la cabeza.

Kelly se echó a reír.

– Bueno, supongo que eso también, pero quería ver cómo estabas.

– Bien. ¿Por qué no lo iba a estar?

– No sé… Quiero asegurarme de que de verdad quieres vender tu rancho -dijo, muy seria-. Es decir, si tú quisieras quedarte con ese rancho, yo podría mudarme y…

– Ni hablar. Aquí está nuestra casa. Hice lo que tenía que hacer. Ya había demostrado que podía salir adelante solo. Ahora, quiero estar aquí. Con la mujer que amo.

– ¿Y de quién se trata? -bromeó ella.

Matt se echó a reír y la apretó un poco más.

– Además, no soy el único que va a hacer sacrificios -dijo. Se refería a la decisión de Kelly de dejar la policía y aceptar hacerse socia de Kurt Striker. Tras airear sus diferencias con el detective, ella estaba convencida de que era lo mejor que podía hacer. Necesitaba más tiempo libre, un horario flexible y menos estrés en su trabajo.

– ¿Cómo se tomó Espinoza la noticia?

– No muy bien.

– ¿Trató de convencerte para que cambiaras de opinión?

– Bueno, me ofreció un ascenso.

– ¿Y lo rechazaste?

– Sí. Además, él sabía que nunca lo iba a aceptar. Había tomado una decisión y creo que se dio cuenta de que no podría hacerme cambiar.

– No obstante, lo intentó -comentó él. Kelly sonrió-. ¿Y tus padres?

– Ellos son otra historia -respondió, riendo y acurrucándose a su lado-. Se están haciendo a la idea. Aunque te agradecen el fondo, no están seguros de que puedan confiar en alguien que tiene el apellido McCafferty.

– ¿Ni siquiera en su hija?

– Ya veremos. Les llevará tiempo.

Matt le dio un beso en la frente. Kelly suspiró.

– ¿Vendrán a la boda?

– Bueno, tendré que obligarlos…

– ¿De verdad?

– No, es broma -dijo ella-. Mis padres no se perderían mi boda por nada del mundo. Karla está muy emocionada por el hecho de ser mi dama de honor, aunque tuvo algunas palabras sobre el matrimonio y los sueños rotos.

– Qué raro. Mi familia está encantada…

– Tu familia está encantada de que por fin te vayas a casar.

– Qué graciosa.

– Pensaban que no iba a ocurrir jamás.

– Y probablemente tenían razón, pero podría deberse también a otra cosa. Podría ser que sencillamente cautivaste a mis hermanos.