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Dumas que esta historia era menos interesante que la del vengador Picaud, dándole a Dantés el papel de ángel exterminador?

De ser cierto que fue el abate quien escapó, arrojado al mar desde los contrafuertes del Castillo de If, Dumas no hubiese escrito El conde de Montecristo, porque el abate no escaparía para vengarse. Al abate sólo le interesaba recuperar el tesoro escondido en un patio de la Vía Cappuccio en Milán. Si alguna voluntad de venganza tuviese, ésta sería, vagamente, contra un monarca fallecido, Luis XVIII, que lo mandó a la cárcel.

Pues si el abate no tenía de quién vengarse, su historia novelesca carecía de interés.

En cambio -imagina el arquitecto a la pesquisa de viejas noticias en la Biblioteca Nacional-, si el abate escapa para recuperar el tesoro a fin de conquistar a una mujer…, entonces nace una novela distinta. Una novela que no fue escrita. Porque nadie sabe quién podía ser la mujer amada por el abate.

"Dantés y el abate Faría son personajes imaginarios", advierte Dumas.

¿De verdad? ¿No es éste el engaño supremo del novelista, disfrazado con gran astucia cuando Dumas publica, junto con El conde de Montecristo, una noticia criminal semejante a la trama de Montecristo: la nota sobre la venganza de Picaud?

¿De verdad? ¿No admite Dumas que el modelo real de Dantés es Picaud? Y si Dantés es modelado por un ser real, Picaud, ¿por qué no habría de serlo también su mentor, el abate Faría?

Morante se convenció de que si Dantés tenía una biografía paralela en Picaud, el abate Faría correspondería también a un modelo de la vida real.

No tuvo que hurgar demasiado el curioso arquitecto para dar con la noticia de un abate portugués llamado José Custodi de Farina, ordenado en Roma, profesor de filosofía, conferenciante en París, donde ofrece un curso sobre "el sueño lúcido".

"El sueño lúcido." Chateaubriand menciona a Farina -convertido en Faría- en sus Memorias de ultratumba, sólo para burlarse de los poderes magnéticos del religioso. Faría se refugia, como en una fe, en su conocimiento de Mesmer y Swedenborg, en el hipnotismo y en la relación entre lo humano y lo divino, y proclama una "doctrina de la sugestión", objeto de sátiras y burlas de caricaturistas y comediantes. Se le acusa, además, de vivir en concubinato con una mujer, de faltar a sus votos eclesiásticos.

¿Cómo se llamaba esa hembra?

¿Quién la conoció?

Todo eso averiguó, en bibliotecas y archivos, el arquitecto Cayo Morante, quien no iniciaba una obra sin conocer la historia que la rodeaba.

Sólo quedaba un misterio.

¿Quién era -de haber existido- la mujer por la que el abate Faría se escapó de la cárcel -de haber sido él quien se fugó-?

¿Cómo se llamaba la mujer?

¿No eran, en todo caso, temas estos para un folletín de Alejandro Dumas y su fábrica de novelas? ¿Por qué prefirió el novelista convertir al zapatero Picaud en el marinero Dantés para asegurarse CXIII capítulos de emoción narrativa, publicados a lo largo de dos años, en revistas y a partir de 1846 en ediciones formales? Además, Dumas hace que se incluya el texto de Pecuchet, El diamante y la venganza, extraído de los archivos de la policía francesa. ¿Por qué revela Dumas el origen verídico de su invención novelesca? Acaso -piensa Cayo- para distraer la atención de la verdad verdadera. No la "verdad" de un fait-divers de la crónica policial (el caso de Picaud-Loupain), sino la verdad del abate enamorado, italiano, cruel, que se sirve de un prisionero ignorante (Picaud-Dantés) para educarlo, hacerle creer que puede escapar y regresar (como Dantés, como Picaud) y vengarse de quienes lo traicionaron.

En vez, el abate sólo quiere escapar de la cárcel de Fenestrelle-If para recuperar su tesoro, predicar doctrinas esotéricas y… ¿reunirse con una amante desconocida? Reunirse con su amante. Fin de la historia.

A menos que…

¿Cómo se llamaba la mujer por la que el abate quiso escapar de la prisión? Esta pregunta desvelaba a Cayo.

Y más: ¿había una novela -otra novela- en la historia del abate y su amada?

De ser así, ¿por qué la silenció Dumas? ¿Por qué prefirió a Picaud-Dantés?

Y otra cosa, ¿era el abate el anciano que describe Dumas? ¿O era, por el contrario, un joven y seductor religioso, adepto, como tantos prelados de Italia, a unir devoción y placer, a entregarse a la carne sin abandonar -más bien, acrecentando- el placer?

3.

De suerte que hoy, ante el pequeño jefe de la oficina de prisiones, Cayo Morante aceptó el encargo porque tenía un proyecto, vinculado a toda la información -Dumas, Edmundo Dantés y el abate Faría, Picaud y Loupain, otra vez Faría, la probable amante de éste- que había ido reconociendo mientras pensaba:

– ¿Qué voy a hacer en el Castillo de If?

Y se contestaba accediendo a la súplica de la autoridad.

– Haga de If un lugar atractivo. Suprima la vieja imagen de una oscura y opresiva prisión. Piense, arquitecto, en una prisión bella, moderna, en la que el encarcelado se sienta más encarcelado porque la cárcel le priva de la belleza del mundo…

– ¿Se da cuenta? -el jefe de la oficina, en un acto no premeditado aunque revelador de su psique, se subió a la silla y desde una altura superior entonces a la del arquitecto, exclamó-: No es encerrando al culpable en una cárcel inmunda como se le castiga, señor arquitecto…

Sin darle oportunidad a Cayo de contestar, el jefe miró al techo como si quisiera ganar más centímetros: -Hay que encerrarlo en una prisión bellísima que torture al preso señalándole todo lo que perdió.

Desde lo alto, le habló con autoridad:

– Por eso lo escogí, señor arquitecto. Usted construye con luz, ventanas anchas. Puro cristal, arquitecto.

Y saltó de la silla como para indicar que su autoridad no dependía de la estatura, sino de un nombramiento del Estado.

– Convierta al Castillo de If en un palacio de bellezas que martiricen a los prisioneros privados de ellas… ¿Me entiende?

4.

El arquitecto no estaba seguro de entender al burócrata. La fama de Cayo Morante se debía a que, en lugar de favorecer la moda del día, en sus construcciones privilegiaba todos los estilos, pasados o presentes, que su imaginación y su proyecto, unidos, le sugerían. Es decir, él no supeditaba su imaginación a la moda y a su proyecto le daba un vuelo que apelaba a la imaginación.

Si otros constructores renegaban del pasado y a veces sólo levantaban obras destinadas a perecer en tres o cuatro décadas, Cayo Morante denunciaba semejante chapuza y construía con vocación, si no de eternidad, sí de permanencia. Se le acusó de reaccionario, retardatario y enemigo de la profesión.

– ¿Enemigo?

– Si su edificio dura más de cuarenta años, traiciona usted a los arquitectos, los ingenieros y hasta a los obreros. No somos albañiles de la eternidad, señor Morante. Estamos en el mundo.

Así que Cayo se liberó de toda constricción de actualidad y lo mismo abordó arquitectura colectiva e individual, funeraria y gubernamental, religiosa y recreativa. Sólo que a cada función determinada por un contrato, Cayo le daba una belleza inesperada para quienes lo contrataban.

Donde se esperaba un muro, Cayo abría un ventanal. Los interiores de iglesias se volvieron visibles, en tanto que las oficinas ejecutivas se hicieron oscuras.

– ¿Por qué me encierra en estas tinieblas, arquitecto?

– Para que nadie se entere de lo que hace.

– ¿Es una broma?

– Intente hacer a la luz sus negocios.

– No tengo nada que ocultar.

– En ese caso la luz lo arruinará.

– Quizás…