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– Supongo que creía que la policía no trabaja los domingos, ¿verdad, señor Struther? -empezó Wexford.

– ¿Cómo dice?

– Se lo explicaremos dentro.

Lo empujaron a un lado para entrar en el vestíbulo. Allí estaba Bibi, ataviada con vaqueros y las pesadas botas que había descrito Dora, agarrando a Manfred el perro por el collar.

– Encierre a ese perro en alguna parte. Ahora -ordenó Wexford.

– ¿Cómo?

– Si toca a cualquiera de mis agentes, lo haré sacrificar, así que enciérrelo, por su propia seguridad.

– El Hermafrodita -musitó Karen.

– Exacto. ¿Dónde están los demás, Andrew?

Burden recordó la insistencia del joven en que lo llamaran de usted y por su apellido. Struther también la recordaba, a juzgar por su expresión, pero no hizo referencia alguna a ello, sino que se limitó a reiterar que no sabía de qué le hablaban.

– La madrugada pasada detuvimos a sus padres -aclaró Burden-. ¿Dónde está Ryan Barker?

– Están cometiendo un error.

La chica regresó sin el perro y se acercó a Andrew Struther.

– Andy -gimoteó.

– Ahora no -espetó el joven antes de volverse de nuevo hacia Wexford-. No están aquí. Los secuestraron, ¿recuerda?

– Registren la casa.

– ¡No pueden hacer eso!

– Muéstrale la orden, Mike -dijo Wexford, antes de ordenar a Vine-: Vaya a la parte posterior, gire a la izquierda y llegará a la zona más alta de la casa. En la última planta encontrará la habitación en la que encerraron a Roxane Masood. La ventana da a la pared cubierta por la trepadora en flor. ¿Dónde está Tarling? -preguntó a Andrew.

Andrew guardó silencio, agarró a Bibi y le tapó la boca con la mano. La chica lloriqueó un poco y se encogió.

– ¡Suéltela! -espetó Wexford-. ¿Has dado aviso, Mike?

– Sí. He llamado para pedir refuerzos.

En aquel instante se abrió la puerta, y por ella entraron Vine y un chico alto y desgarbado que llevaba vaqueros y sudadera. En su rostro se apreciaba una expresión confusa, y tenía la boca entreabierta. Al ver a Andrew y Bibi emitió una suerte de gemido.

– Siéntate allí -señaló Wexford-. Y ustedes también -ordenó a Andrew y Bibi, que temblaba y se frotaba el brazo que Andrew le había agarrado-. Siéntense allí y esperen. ¿Dónde está Tarling? -inquirió de nuevo.

– Encerrado en la habitación contigua a la del chico -explicó Vine.

Andrew lanzó una carcajada.

– Tiene un arma, ¿sabe?

– No, no lo sé. La verdad es que me resulta difícil creer nada de lo que me dice -comentó Wexford.

– Pemberton ha ido a buscar a Nicky y Slesar -murmuró Burden a Wexford-. Entre los tres podemos sacarlo, y para entonces ya habrán llegado los refuerzos.

– ¿Qué ha dicho? -espetó Andrew al tiempo que se incorporaba a medias y apretaba los puños.

No obtuvo respuesta. Bibi se acercó a él y le asió el brazo.

– Quiero a mi perro. Diles que lo dejen salir -dijo.

– Ha dicho Slesar… ¿Que más ha dicho? -insistió Andrew, haciendo caso omiso de la muchacha.

Wexford oyó el aullido de las sirenas. Los coches patrulla se aproximaban por Markinch Hill. Salió de la estancia, atravesó el vestíbulo y salió de la casa por la puerta principal. En aquel momento, Slesar y Pemberton aparecieron en el sendero de grava de entre las sombras de la avenida. Slesar iba en primer lugar y no vio a Tarling hasta que ya fue demasiado tarde. Sin embargo, sí oyó el grito a su espalda, en la ventana, un aullido de rabia y desesperación.

– ¡Nos has traicionado!

La bala debió de pasar muy cerca de la cabeza de Wexford; fue el estallido del disparo lo que lo impulsó a agacharse mientras pensaba: Es un rifle, no una escopeta. Damon Slesar permaneció muy quieto y luego se llevó la mano muy despacio al pecho, donde aún desde aquella distancia se veía con claridad el orificio que la bala le había abierto en la camisa, junto al corazón.

Dijo algo, tal vez «no», pero ni Wexford ni nadie lo entendió. De repente se le doblaron las rodillas y cayó hacia adelante, escupiendo sangre.

Los dos vehículos llegaron por la avenida, y el primero, con la sirena aún encendida, se vio obligado a esquivar el cadáver del policía y las dos personas inclinadas sobre él. Los agentes salieron de los coches a toda prisa. Wexford se volvió hacia la casa en el momento en que Karen Malahyde salía por la puerta principal, con el rostro sereno y pétreo, emitiendo el mismo gemido como de protesta que le habían oído a Ryan Barker pocos minutos antes.

Karen se quedó mirando el cadáver de Slesar, pero a diferencia de los demás, resistió el impulso de arrodillarse junto a él.

28

– Kitty Struther dijo que había sido la «maravillosa idea» de su marido -empezó Wexford-, pero al parecer, el plan original fue idea de Tarling. Fue a la escuela con Andrew Struther, y a pesar de que a primera vista tienen poco en común, ambos compartían con el padre de Andrew, Owen, el odio por la interferencia de la autoridad en sus vidas o, para ser más precisos, la imposición de voluntades ajenas y por consiguiente el cambio a peor de sus vidas.

Acompañado de Burden, Wexford había ido a Myringham para poner al jefe de policía al corriente de los pormenores. Era lunes, y aquella mañana, cinco personas habían comparecido ante el tribunal de instrucción de Kingsmarkham acusadas de secuestro y retención ilegal. A uno de ellos se le acusaba también del asesinato del sargento Damon John Slesar. Asimismo, todos ellos se enfrentaban, al contrario de lo que Wexford había supuesto, a la acusación del asesinato de Roxane Masood.

– Por supuesto, Tarling estaba muy implicado en protestas y acciones en defensa de los animales y otras causas ecologistas. La primavera pasada, cuando parecía que la construcción de la nueva carretera de circunvalación ya era un hecho casi consumado y los activistas empezaron a llegar en manadas, él y Andrew se encontraron por casualidad en Kingsmarkham. Todavía no sé cómo y tal vez no importe. En cualquier caso, se encontraron. Struther había venido a visitar a sus padres. Se reconocieron y empezaron a hablar de la carretera. De hecho, los ocupantes de Savesbury House se verían mucho menos afectados por ella que casi todos los habitantes de las afueras de Stowerton o de Pomfret, pero lo cierto es que la consideraban una amenaza muy seria, espeluznante. Es una palabra que todo el mundo usa hoy en día. La verdad es que no me gusta, pero en este caso encaja. El valle que se divisa por las ventanas de la casa y desde el jardín quedaría destrozado, eso sí, y además oirían el rumor del tráfico. Se acabaría la tranquilidad, y el silencio que hasta entonces sólo rompía el canto de los pájaros daría paso al amortiguado pero constante rugido del tráfico en la nueva carretera.

– Pero ¿qué impulsó a Andrew Struther a participar? -lo interrumpió Burden-. No vive en Savesbury House. Es joven, y a los hombres jóvenes no suele importarles el canto de los pájaros, la paz y la tranquilidad. Sin embargo, estaba dispuesto a arriesgar la libertad…

– Por dinero, Mike, por dinero y por la herencia. Algún día, Savesbury House sería suyo. Tal vez no querría vivir allí, porque vive en su casa de Londres, pero seguro que querría vender la propiedad. Según los agentes inmobiliarios de Kingsmarkham, la carretera de circunvalación reducirá el valor de todas las propiedades de la zona, en algunos casos a la mitad. Eso supondría que Savesbury House, valorada ahora en tres cuartos de millón, se quedaría en unas trescientas mil libras, por no mencionar las dificultades que tendría para venderla.

– De todo hay en las viñas del Señor -comentó el jefe de policía a Burden.

– Supongo que tiene razón, señor.