Выбрать главу

Desenlace

Chris y Sue se despertaron temprano a la mañana siguiente. Al fin y al cabo, tenían mucho trabajo que hacer durante los tres meses siguientes si esperaban acumular el capital suficiente para jubilarse el 1 de enero. Sue advirtió a Chris de que serían necesarios meticulosos preparativos si querían que su plan se viera coronado por el éxito. Él se mostró de acuerdo. Ambos sabían que no podían correr el riesgo de apretar el botón hasta el segundo viernes de noviembre, cuando dispondrían de seis semanas de plazo para llevar a cabo sus propósitos (expresión de Chris) antes de que «esa gente de Londres» descubriera sus intenciones. Pero eso no significaba que no les aguardara un montón de preparativos en el ínterin. Para empezar, tenían que planear su huida, incluso antes de que se dispusieran a recuperar el dinero robado. Ninguno de los dos consideraba robo aquello en lo que estaban a punto de embarcarse.

Sue desdobló un mapa de Europa y lo extendió sobre el mostrador de la oficina postal. Analizaron las diversas opciones durante varios días y por fin se decantaron por Portugal, que ambos consideraban ideal para su jubilación anticipada. Durante sus numerosas visitas al Algarve siempre habían regresado a Albufeira, la ciudad en la que habían pasado su luna de miel abreviada y a la que habían vuelto en su décimo, vigésimo y muchos más aniversarios de boda. Incluso se habían prometido que allí se retirarían si ganaban la lotería.

Al día siguiente Sue compró una cinta de Portugués para principiantes, que oían cada mañana antes de desayunar; luego, por la noche, dedicaban una hora a examinar lo que habían aprendido. Les complació el comprobar que, a lo largo de los años, habían llegado a conocer el idioma más de lo que sospechaban. Aunque no lo hablaban con fluidez, tampoco eran principiantes. Ambos saltaron al poco tiempo a las cintas avanzadas.

– No podremos utilizar nuestros pasaportes -indicó Chris a su esposa, mientras se afeitaba una mañana-. Hemos de pensar en un cambio de identidad; de lo contrario, las autoridades caerían sobre nosotros en un abrir y cerrar de ojos.

– Ya he pensado en eso -afirmó Sue-, y deberíamos aprovechar la ventaja de trabajar en nuestra propia oficina postal.

Chris interrumpió su afeitado y se volvió para escuchar a su mujer.

– No olvides que ya hemos proporcionado todos los impresos necesarios a los clientes que desean obtener pasaportes.

Chris no la interrumpió mientras Sue explicaba cómo planeaba abandonar el país bajo nombre falso.

Chris lanzó una risita.

– Me dejaré barba -dijo, y guardó la navaja.

A lo largo de los años Chris y Sue habían entablado amistad con clientes que compraban con regularidad en la oficina postal. Cada uno escribió en una hoja de papel los nombres de los clientes que satisfacían los requisitos propuestos por Sue. Terminaron con una lista de dos docenas de candidatos: trece mujeres y once hombres. A partir de aquel momento, cada vez que uno de los confiados clientes entraba en la tienda, Chris o Sue iniciaba una conversación que solo tenía un propósito.

– ¿Pasará fuera la Navidad, señora Brewer?

– No, señora Haskins. Mi hijo y su mujer vendrán a casa en Nochebuena para que conozcamos a nuestra nueva nieta.

– Me alegro por usted, señora Brewer -repuso Sue-. Chris y yo estamos pensando en pasar las navidades en Estados Unidos.

– Qué emoción -dijo la señora Brewer-. Nunca he estado en el extranjero -admitió-, y mucho menos en América.

La señora Brewer había pasado a la segunda fase, pero no volvió a ser interrogada hasta su siguiente visita.

A finales de septiembre otros siete nombres se habían unido al de la señora Brewer en la preselección de candidatos: cuatro mujeres y tres hombres, todos de edades comprendidas entre los cincuenta y uno y los cincuenta y siete años, que solo tenían una cosa en común: nunca habían viajado al extranjero.

El siguiente problema que afrontaron los Haskins consistió en rellenar solicitudes de partidas de nacimiento. Esto requería interrogatorios más exhaustivos, y tanto Chris como Sue desistían en cuanto algún candidato mostraba la más leve señal de recelo. A principios de octubre habían reducido la lista a cuatro clientes que, sin sospechar nada, habían proporcionado su fecha y lugar de nacimiento, apellido de la madre y apellido del padre.

La siguiente visita de los Haskins fue al Boots de St. Peter s Avenue, donde se sentaron por turnos en un pequeño cubículo y obtuvieron varias tiras de fotografías, a dos libras y media cada una. Después Sue rellenó los impresos necesarios para solicitar pasaportes, a nombre de sus cuatro desprevenidos clientes. Escribió todos los datos pertinentes y adjuntó fotografías de ella y de Chris, junto con un giro postal de cuarenta y dos libras. Como director de la oficina postal, Chris se sintió muy satisfecho cuando estampó su firma auténtica al pie de cada impreso rellenado por Sue.

Las cuatro solicitudes se enviaron a la oficina de pasaportes de Petty France, a Londres, el lunes, jueves, viernes y sábado de la última semana de octubre.

El miércoles 11 de noviembre, el primer pasaporte llegó a Victoria Crescent, expedido a nombre del señor Reg Appleyard. Dos días después, apareció un segundo, para la señora Audrey Ramsbottom. Al día siguiente recibieron el de la señora Betty Brewer y por fin, una semana después, el del señor Stan Gerrard.

Sue ya había advertido a Chris de que deberían abandonar el país usando un par de pasaportes, de los que tendrían que deshacerse más adelante para utilizar el segundo par, pero no hasta que encontraran una casa en Albufeira.

Chris y Sue continuaron practicando su portugués siempre que estaban solos en la tienda, al tiempo que informaban a los clientes de que estarían ausentes durante el período navideño porque marchaban a Estados Unidos. Quienes preguntaban eran recompensados con respuestas como «una semana en San Francisco, seguida de unos días en Seattle».

En la segunda semana de noviembre, todo estaba dispuesto para apretar el botón de la Operación Devolución Dinero Garantizada.

A las nueve de la mañana del viernes Sue efectuó su llamada telefónica semanal a la oficina central. Dio su código personal antes de que la pasaran con previsión de gastos. La única diferencia fue que esta vez oyó latir su corazón. Repitió el código antes de informar al responsable de créditos de la cantidad de dinero que necesitaría la semana siguiente, una suma lo bastante elevada para permitirle compensar los reintegros de las cuentas de ahorros postales, pensiones y giros postales cobrados. Si bien un contable de la oficina central verificaba siempre los libros a finales de cada mes, en las semanas previas a Navidad se concedía un amplio margen de maniobra. En enero se procedía a una auditoría a fondo, pero ni Chris ni Sue tenían la intención de estar en enero a su disposición. Sue había presentado las cuentas cuadradas durante los últimos seis años y en la oficina central la consideraban una administradora modélica.

Sue tuvo que consultar los archivos para recordar la cantidad que había solicitado el año anterior: cuarenta mil libras, ochocientas más de las que había necesitado. Este año, pidió sesenta mil y esperó algún comentario del responsable de créditos, pero la voz de este no sonó ni sorprendida ni preocupada. El lunes siguiente, una furgoneta de seguridad entregó la cantidad acordada.

Durante la semana Chris y Sue atendieron todas las solicitudes de los clientes. Al fin y al cabo, su intención nunca había sido defraudar a sus clientes; aun así se encontraron con un superávit de veintiuna mil libras al finalizar la semana. Guardaron el dinero (solo billetes usados) en la caja fuerte, por si algún meticuloso funcionario de la oficina central decidía llevar a cabo una comprobación.

En cuanto Sue cerró la puerta de la oficina a las seis en punto y bajó las persianas, los dos se pusieron a hablar solo en portugués. Dedicaron el resto de la tarde y parte de la noche a rellenar solicitudes de giros postales, frotar tarjetas de rasca-rasca y escribir números en los billetes de lotería, cayendo dormidos a menudo mientras trabajaban.