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La voz de tía Delia desvió su atención del paisaje.

– Según tu padre, el doctor Oliver es un gran médico, afirmación que estoy segura es correcta.

– ¿Por qué lo dices?

Los ojos de su tía centellearon.

– Era obvio que tenía muy buena mano para el trato con los enfermos. Tu padre también mencionó el interés del doctor Oliver por los temas científicos.

Victoria apenas logró contener la mueca que luchaba por tensarle los labios. Sin duda, Nathan disfrutaba clavando alas de insectos a plafones y esas cosas. Y, en cuanto a su profesión Bah. Una prueba más de que no era un auténtico caballero, pues ningún caballero que se preciara se dedicaría a un oficio.

El carruaje aminoró la marcha hasta avanzar lentamente, y sonó entonces la voz atronadora y profunda del cochero:

– Pueden ver desde aquí la panorámica lateral de Creston Manor, detrás de esos altos árboles de la derecha, señoras. Ya solo nos queda seguir este camino para rodear la propiedad y llegar a la parte delantera. Estaremos allí en un cuarto de hora.

Los caballos retomaron un paso más alegre, y Victoria y su tía estiraron el cuello para mirar por la ventanilla. En cuanto dejaron atrás los árboles, una impresionante casa solariega quedó a la vista. La fachada de ladrillo, despintado hasta un delicado rosa pálido, parecía refulgir en el suave reflejo de la tardía y dorada luz del sol de la tarde. Acurrucado entre árboles altísimos y pastos de color verde esmeralda, Creston Manor resultaba a la vez imponente y tentador. Desde su ventajosa panorámica lateral, Victoria pudo ver los elegantes jardines y establos emplazados en la parte posterior, y un reluciente estanque de aguas azules en la parte delantera que reflejaban a la vez los árboles circundantes y la casa, al tiempo que el austero diseño del edificio quedaba claramente suavizado por las ondulaciones del agua.

Un movimiento junto a los establos llamó la atención de Victoria, quien se inclinó hacia delante. Había dos hombres junto a las puertas abiertas de los establos. Uno de ellos era un caballero de oscuros cabellos con ropa de montar. Parecía estar hablando con el otro, que sin duda era un criado, pues no llevaba camisa y sujetaba con la mano lo que parecía ser un martillo.

La mirada de Victoria quedó prendida de la espalda desnuda del hombre que, incluso desde la distancia, podía apreciar ancha y cubierta de una brillante capa de sudor. Sintió que el calor le arrebolaba las mejillas y, a pesar de que intentó apartar los ojos, su mirada, repentinamente testaruda, se negó a retirarse. Aunque sin duda su reacción se debiera simplemente a que se sentía escandalizada. Por supuesto. Los sirvientes de la propiedad que su familia tenía en el campo jamás se dedicarían al cumplimiento de sus tareas semidesnudos. No pudo evitar preguntarse qué aspecto tendría el hombre visto por delante, dado lo… cautivadora que resultaba la panorámica posterior.

Tía Delia levantó su monóculo.

– Creo que el caballero del pelo oscuro es lord Sutton.

Victoria se obligó a desviar la mirada al otro hombre y asintió.

– Sí, creo que así es.

– Y el otro… -Tía Delia se acercó tanto a la ventanilla que casi llegó a pegar la nariz al cristal-. Dios del cielo, ninguno de mis criados tiene semejante aspecto. Basta para que una desee dedicarse a inventar excusas para llamar al querido muchacho descamisado.

Los labios de Victoria se fruncieron levemente ante el escandaloso comentario de la señora.

– Esa es una de las cosas que más me, gustan de ti, tía Delia. Siempre dices lo que piensas… incluso cuando lo que piensas es…

– ¿Atrevido? Querida, es entonces cuando más divertido resulta expresar lo que una piensa.

– Estoy segura de que se pondrá una camisa antes de entrar en la casa -dijo Victoria, todavía intentando fisgonear la : escena y ocultar la nota de tristeza de su voz.

– Una lástima. Aunque supongo que tienes razón.

El carruaje giró al llegar a la esquina y el hombre se perdió de vista. En cuanto las dos mujeres volvieron a recostarse contra el respaldo de sus asientos, tía Delia volvió a hablar:

– Apuesto a que ese hombre habrá dejado un reguero de corazones rotos a su paso.

– Imagino que sí -murmuró Victoria, compadeciéndose al instante de esas mujeres, pues sabía perfectamente cómo se sentían. No obstante, gracias a la Guía femenina y a su cuidadoso plan, iba a encargarse personalmente de que ni su corazón ni su orgullo siguieran enterrados en el fango.

Capítulo 2

La mujer moderna actual debe admitir que, en cuanto se imponga, hará frente a muchas tentaciones. A veces la tentación adopta la forma de un apetecible vestido o de una deliciosa confección, a los que, dependiendo de su situación económica, quizá debería resistirse. Sin embargo, a veces la tentación adopta la forma de un apetecible y delicioso caballero, en cuyo caso no debería resistirse.

Guía femenina para la consecución

de la felicidad personal y la satisfacción íntima.

Charles Brightmore.

Nathan clavó otro clavo, aporreando la pequeña cabeza de metal con un jadeo satisfecho.

– ¿Dando rienda suelta a tus frustraciones? -preguntó una voz grave a su espalda.

Nathan se tensó ante el comentario de su hermano. Luego inspiró hondo y se obligó a relajar los hombros, preguntándose cuándo la incomodidad que se había instalado entre Colin y él terminaría por disiparse. Eso, claro, en caso de que llegara a disiparse algún día. Soltó un jadeo, sacudió el clavo con un golpe final que acompañó con un gruñido y miró por encima del hombro. Impecablemente vestido con su traje de montar, inmaculadamente uniformado y rezumando la imagen del perfecto caballero que Nathan había dejado de emular hacía ya tiempo, su hermano le observaba con esa expresión tan habitualmente inescrutable en él.

Nathan se volvió y cogió la camisa arrugada que había dejado apartada en el suelo para secarse la frente mojada. El sol le calentaba la espalda desnuda y agradeció la brisa fresca y perfumada que le acarició la piel caliente.

– Dando rienda suelta a mis frustraciones -repitió-. Sí, de hecho eso es exactamente.

– A juzgar por la cantidad de martillazos que llevo oyendo toda la mañana debes de estar realmente frustrado. -Colin señaló con la barbilla la obra de Nathan-. Menudo corral les estás construyendo a los animales.

– Por si no te habías dado cuenta, he llegado a casa con un buen número de animales.

– Habría resultado condenadamente difícil no reparar en ellos, con todos esos mugidos, balidos, cloqueos, ladridos, maullidos, graznidos, gruñidos y… ¿qué clase de sonido es el que hace esa cabra?

– Esa cabra tiene un nombre. Petunia.

Colin se pellizcó el puente de la nariz y negó con la cabeza.

– Se me antoja prácticamente imposible entender por qué te empeñas en mantener semejante colección de animales, y aún más imposible comprender qué necesidad tenías de traerlos a Cornwall. Pero lo que realmente no llego a entender es lo que te ha llevado a condenar a esa pobre bestia poniéndole un nombre como el de Petunia.