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– ¿Estás bien? -preguntó a Victoria, arrodillándose a su lado.

– Yo sí. Pero papá…

– Déjame ver. -Nathan apartó con suavidad las manos con las que Victoria seguía presionando el hombro de su padre-. Necesito que me traigas mi cuchillo. Luego quiero que recojas las joyas y nuestras herramientas.

Victoria, aunque tambaleándose, se levantó rápidamente y segundos después regresó con el cuchillo de Nathan, quien colocó a su padre boca arriba y le tomó el pulso. Fuerte y firme. Utilizó el cuchillo para desgarrar la chaqueta y la manga de la camisa ensangrentadas. Examinó a continuación la herida rezumante que tenía en el hombro y dejó escapar un suspiro de alivio.

– Es una herida superficial. -Miró el cardenal violáceo que lord Wexhall tenía en la frente-. Al parecer ha perdido el conocimiento al golpearse la cabeza contra el suelo.

– ¿Se pondrá bien? -preguntó Victoria, arrodillándose a su lado con los brazos llenos de las pertenencias de ambos.

– Sí. La herida no es más que un simple rasguño, y tiene la cabeza más dura que conozco. Sospecho que va a tener una espantosa jaqueca durante las próximas veinticuatro o cuarenta y ocho horas.

Como dando fe a sus palabras, Wexhall soltó un gemido. Victoria y Nathan bajaron la mirada.

– Ohhh, tengo un espantoso dolor de cabeza -murmuró lord Wexhall. -Parpadeó varias veces e intentó después esbozar una sonrisa a su hija-. Victoria -susurró.

– Estoy aquí, papá -dijo ella con voz contenida.

Nathan oyó entonces el sonido de cascos de caballos. Volvió a empuñar el arma y se asomó a mirar por la esquina del muro semiderruido. Segundos más tarde, Colin apareció a lomos de su caballo, seguido por un hombre al que Nathan identificó como el magistrado local.

– ¿Llego demasiado tarde? -preguntó su hermano, desmontando antes incluso de haber detenido del todo su caballo.

Nathan sonrió.

– Justo a tiempo.

Varias horas después, Victoria estaba de pie junto a la cama de su padre, tomándole la mano. Lord Wexhall, apoyado en un montón de mullidas almohadas, lanzaba miradas asesinas al grupo que estaba alrededor de la cama.

– Os agradecería que dejarais de mirarme así -gruñó-. Estoy perfectamente. -Más que sus palabras, fue la impaciencia contenida en su voz la que permitió a Victoria asegurarse de que decía la verdad-. Si no me creéis, preguntádselo a mi médico -prosiguió, señalando a Nathan con la barbilla-. Me han bañado y vendado como a una momia, y me han dicho que tengo que echarme una siesta. Mis heridas solo parecen graves por culpa de estos malditos vendajes que me han puesto. Un cabestrillo para el brazo, vendas de algodón alrededor de la cabeza… menuda ridiculez. Pero si solo tengo un rasguño en el hombro y un golpe en la cabeza.

– Pues a mí me parece que con las vendas estás imponentemente guapo -bromeó Victoria-. Y del todo… indefenso.

– Justo como me gusta que me vean -gruñó su padre.

– Considérate afortunado, no sea que me vea tentada a darte tu merecido por haberle ocultado a tu hija tu vida secreta de espía.

– O a tu hermana -se quejó tía Delia.

– Victoria, Delia, no podía en ninguno de los casos contaros algo así. Era imperativo que mi identidad permaneciera en el más absoluto de los secretos. -Suspiró-. Naturalmente, ahora ya lo sabéis todo. Y eso me hace pensar que voy a jubilarme.

– Entiendo que no pudieras contarlo, papá -dijo Victoria, inclinándose para besarle la mejilla-. Estoy muy orgullosa de ti.

El color tiñó las pálidas mejillas de lord Wexhall.

– Gracias, querida. Y yo de ti. Ningún padre podría desear una hija mejor. -Cuando tía Delia se aclaró la garganta, el padre de Victoria añadió apresuradamente-: Ni una hermana mejor.

Todos rieron entre dientes y el padre de Nathan dijo:

– Bueno, yo personalmente estoy ansioso por saber exactamente cómo ha ocurrido todo esto.

– Creo que quizá debería empezar Colin -dijo Nathan-. Me interesa sobremanera saber los detalles de cómo encontró esto. -Sacó una hoja de amarfilado papel vitela del bolsillo del chaleco y tentó con ella a su hermano.

Las cejas de lord Sutton se arquearon bruscamente.

– ¿Dónde has encontrado esto?

– En el balcón de tu habitación. Debiste de perderlo durante tu visita nocturna de anoche.

Una mirada avergonzada cruzó el rostro de lord Sutton. Luego sonrió.

– Menudo descuido por mi parte.

– Sí. ¿A quién se lo robaste?

Nathan y su hermano intercambiaron una larga mirada. Luego lord Sutton dijo, bajando la voz:

– ¿Nunca has dudado de que se lo haya robado a alguien? ¿Nunca has creído que ordené que te lo robaran a ti?

– No.

– Tu fe en mí es más de lo que merezco.

– No estoy de acuerdo, pero podremos discutir eso después. Ahora, dime: ¿a quién se lo robaste?

– A un tipo llamado Osear Dempsy. Hace una semana estuve en una taberna de Penzance donde oí a un bruto sentado a la mesa contigua que fanfarroneaba de haber robado a un «medico y a una damita» un mapa del tesoro que planeaba vender por un buen precio. Por ser el caballero increíblemente inteligente que soy, sospeché que se refería a Nathan y a lady Victoria. Invité al tipo a varias rondas, dejé que me contara la historia de cómo los había acorralado en los bosques y de cómo había hecho a la damisela un pequeño corte con su cuchillo como recuerdo. Durante el relato, decidí liberarle de su mal adquirido botín. Me ausenté brevemente, atribuyendo mi ausencia a… hum… necesidades personales, y rápidamente copié la nota y el mapa. Cuando volví a reunirme con él, volví a meterle la nota en el bolsillo sin que se diera ni cuenta.

– Muy ingenioso -murmuró Nathan.

– Eso me pareció. Tenía intención de seguir a Dempsy para ver a quién le vendía la carta y el mapa, pero desgraciadamente estalló uno de esos alborotos típicos de las tabernas y en el barullo perdí al tipo. Prácticamente no me ausenté de la taberna durante los cuatro días siguientes, pero el hombre jamás regresó.

– Está muerto -dijo Nathan con una voz fría y monótona-. Gordon le mató. Probablemente ni diez segundos después de que el tipo le diera la carta. -Miró a su hermano-. ¿Por qué no acudiste a mí con esta información?

Lord Sutton se enfrentó a la mirada de su hermano.

– En cuanto me enteré de que de verdad eras tú a quien Dempsy había robado y lady Victoria a quien había herido, me di cuenta de que había cometido un error terrible al dudar de ti. ¿Por qué ibas a contratar a alguien para que te robara? Y supe, sin ninguna duda, que jamás harías nada que pudiera poner en peligro a lady Victoria. Decidí entonces que tenía que reparar la terrible injusticia que había cometido contigo.

Nathan miró a Victoria, quien asintió. Había estado del todo acertado sobre los motivos que habían llevado a su hermano a actuar como lo había hecho.

– Prosigue -dijo Nathan.

– Cuando decidí que Dempsy no iba a volver, a partir de la información que encontré en la carta y en el mapa que había copiado, cogí un barco que me llevó a las islas de Scilly e hice allí algunas investigaciones, aunque sin resultado. Me sorprendió encontrar allí a Gordon, sobre todo sabiendo como sé que se marea cuando viaja por mar y que odia el trayecto a las islas. Charlamos, pero lo encontré evasivo y, por supuesto, también yo lo estuve. Él regresó a Penzance conmigo y, aunque nos despedimos amigablemente, había levantado mis sospechas. Decidí regresar a casa anoche y dedicarme a escuchar un poco en secreto a ver de qué me enteraba. Quería saber si habías encontrado las joyas o si estabas cerca de lograrlo.

– Sin duda te enteraste de algo que te llevó a registrar mi habitación -dijo Nathan.

– Sí. Te oí mencionar el mapa cuadriculado. Cuando lo descubrí en el talón de tu bota (un buen escondite, por cierto), junto con la carta y el mapa, supe que había estado tras la pista equivocada.