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»La División 1, por otro lado, corresponde a la administración general de finanzas, personal, equipos, servicios de vigilancia y otras cosas como contabilidad, mantenimiento de instalaciones y actividades rutinarias. Una de esas actividades rutinarias constituye el subgrupo de Seguridad, responsable de la seguridad de la Oficina Central. El jefe de este subgrupo tiene acceso a archivos de datos que hará posible identificar al funcionario que solicitó el archivo de Merriman.

Lebrun sonrió satisfecho con su plan. McVey se lo quedó mirando.

– Mon ami, no quiero que me tome por un aguafiestas pero ¿qué pasaría si el individuo con quien usted ha concertado su discreta cena resulta ser el mismo que solicitó los archivos? ¿No se da cuenta de que, para empezar, usted era la persona a quien le ocultaban la información? Querían tener el tiempo necesario de localizar a Merriman. Antes me preguntaba si esos tipos podían matar a un poli. Si tenía dudas, le aconsejo que vuelva a leer el informe de Marsella.

– Ah, usted me quiere intimidar con metáforas sangrientas -sonrió Lebrun mientras apagaba el cigarrillo-. Amigo mío, aprecio su preocupación. Si las circunstancias fueran diferentes, estaría totalmente de acuerdo con usted en que mi plan es arriesgado. Pero dudo que el director de Seguridad Interna pensara infligirle daño alguno a su hermano mayor.

Capítulo 55

Un Ford Sierra nuevo de color verde oscuro y neumáticos Pirelli P205/70R14 y llantas de 35,5 por 14 cm, pasó lentamente frente al edificio de apartamentos del 18 Quai de Bethune, dobló la esquina de Pont de Sully y aparcó detrás de un Jaguar blanco descapotable en la rué Saint Louis en l'Ille. Al cabo de un rato se abrió la puerta y bajó el hombre alto. Era una tarde calurosa pero él llevaba unos guantes color carne, el tipo de guantes usados en cirugía.

El tren de Bernhard Oven llegó a la estación de Lyón a las doce y cuarto. Desde allí cogió un taxi hasta el aeropuerto de Orly de donde salió con el Ford. A las tres menos diez de la tarde estaba de vuelta en París y aparcado cerca del edificio de Vera Monneray.

A las tres y siete minutos abrió y entró en el apartamento de Vera. Nadie lo había visto cruzar la calle y nadie lo vio usar el duplicado de la llave de la puerta de seguridad que abría la entrada de servicio. Una vez dentro subió por la escalera de servicio y entró en el piso por el pasillo trasero.

Para la mayoría de los franceses, el reportaje que Antenne 2 había emitido y que más tarde fue repetido por los demás medios de comunicación acerca de la misteriosa mujer de pelo oscuro que había recogido al americano sospechoso de asesinato en el campo de golf después de que hubo salido del Sena, era una sabrosa historia de intriga romántica. Quién era la mujer y quién el americano era objeto de las especulaciones más osadas. Para unos se trataba de una famosa actriz francesa, de una escritora y directora de cine, de una figura del tenis mundial o de una célebre cantante de rock americana con peluca negra que hablaba francés. Según otros rumores, el médico no era efectivamente un médico y la foto entregada a la prensa era falsa puesto que en realidad se trataba de un célebre actor de Hollywood que se encontraba en París promocionando su última película. Otras versiones más oscuras convertían al médico en un veterano senador de Estados Unidos cuya reputación venía a verse salpicada, una vez más, con una tragedia.

La identidad y dirección de Vera Monneray escritas a mano en una tarjeta y las llaves de la entrada de servicio y del apartamento se encontraban en la guantera del coche que Oven había recogido en Orly. Cinco horas después de que hubo salido de Marsella, la Organización había demostrado su meticulosa eficiencia tal como lo había hecho con Albert Merriman.

El reloj de la mesilla de noche de Vera Monneray marcaba las tres y once minutos de la tarde.

Oven sabía que Vera Monneray había ido a trabajar aquella mañana a las siete y que su turno terminaba a las siete de la noche del día siguiente. Eso significaba que, salvo la posible intrusión inesperada de una empleada o de un encargado, no lo iban a molestar mientras registraba el piso. También significaba que si por casualidad el americano estaba allí, se las vería a solas con él.

Cinco minutos más tarde, Oven sabía que el americano no estaba allí. El apartamento estaba tan vacío como impecable. Oven salió, volvió a cerrar la puerta, bajó por las escaleras de servicio y se detuvo ante la puerta que daba a la calle. Pero en lugar de salir siguió bajando hasta llegar al sótano.

Encontró un pequeño interruptor, lo encendió y miró a su alrededor. Vio un largo y estrecho pasillo con numerosas puertas y unos cuartos trasteros a oscuras. A su derecha, bajo un techo de poca altura de vigas de madera, se encontraban los cubos de basura de los pisos del edificio.

Los parisinos de clase alta vivían una especie de ingenua comodidad y cada apartamento disponía de sus propios cubos, identificados con el número pintado encima. Al cabo de una rápida revisión, Oven encontró los cuatro cubos asignados al apartamento de Vera. Sólo uno de ellos estaba lleno.

Quitó la tapa y desplegó un periódico viejo. Después de vaciarlo comenzó a examinar el contenido objeto por objeto. Encontró cuatro latas vacías de Diet Coke, una botella de plástico vacía de «Gelave», un bálsamo, un frasco vacío de mentas «Tic tac», una caja vacía de esponjas anticonceptivas «Today», cuatro botellas vacías de cerveza Amstel, un ejemplar de la revista People, una lata de caldo de buey parcialmente vacía, una botella plástica de jabón lavavajillas Joy y… Oven se detuvo porque había sonado algo en el interior de la botella de Joy.

Estaba a punto de abrir la tapa cuando oyó una puerta más arriba y percibió que alguien bajaba la escalera. Los pasos se detuvieron brevemente en el piso de arriba frente a la puerta de servicio que daba a la calle y continuaron bajando. Oven apagó la luz y se arrimó a la sombra por debajo del último tramo de escalera y al mismo tiempo sacó de su cintura una pistola automática Walther calibre 25.

Un instante más tarde, una empleada regordeta de uniforme blanco y negro almidonado bajó torpemente las escaleras con una enorme bolsa de basura. Encendió la luz y levantó la tapa de un cubo, dejó caer la bolsa en el interior, cerró la tapa y volvió hacia las escaleras. Pero en ese momento vio el desbarajuste que Oven había dejado en el suelo. Murmuró algo en francés, dio unos pasos hacia el cubo, lo recogió todo y volvió a meterlo dentro. Cerró la tapa, apagó la luz con un gesto brusco y volvió a subir pesadamente las escaleras.

Oven oyó los pasos que se alejaban. Volvió a introducir la Walther en su cartuchera y encendió la luz. Levantó la tapa del cubo y sacó la botella de jabón, desenroscó la tapa, la giró y la sacudió. El objeto vibró en el interior pero no cayó. Oven se sacó un cuchillo largo y delgado de la manga, abrió la hoja y con un corte extrajo un pequeño frasco cubierto del jabón pegajoso. Lo limpió y lo miró a la luz de la bombilla. Era un frasco de medicina de Wyeth Pharmaceutical Products y en la etiqueta se leía «5 mi antitétanos».

Un asomo de sonrisa le cruzó el rostro a Oven. Vera Monneray trabajaba como residente para conseguir el título de médico. Tenía acceso a los productos farmacéuticos y estaba cualificada para poner inyecciones. Un hombre herido que acababa de salir de un río contaminado probablemente necesitaba que le administraran una dosis de antitétanos no sólo para prevenir el tétanos sino también la difteria. Si alguien ponía una inyección no tenía por qué traer el frasco vacío a casa y tirarlo en el envase del jabón de la vajilla. No, la inyección había sido administrada allí, en el apartamento de Vera. Dado que el americano no estaba en el piso ahora, significaba que estaba en algún lugar de los alrededores, tal vez en otro edificio o tal vez en el mismo edificio.