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Se levanta y Travis corre a retirar la silla. El obturador de la Nikon de José empieza a chasquear de nuevo.

– Creo que ya tenemos suficientes -anuncia José cinco minutos después.

– Muy bien -dice Kate-. Gracias de nuevo, señor Grey.

Le estrecha la mano, y también José.

– Me encantará leer su artículo, señorita Kavanagh -murmura Grey, y se vuelve hacia mí, que estoy junto a la puerta-. ¿Viene conmigo, señorita Steele? -me pregunta.

– Claro -le contesto totalmente desconcertada.

Miro nerviosa a Kate, que se encoge de hombros. Veo que José, que está detrás de ella, pone mala cara.

– Que tengan un buen día -dice Grey abriendo la puerta y apartándose a un lado para que yo salga primero.

Pero… ¿De qué va todo esto? ¿Qué quiere? Me detengo en el pasillo y me muevo nerviosa mientras Grey sale de la habitación seguido por el tipo rapado y trajeado.

– Enseguida le aviso, Taylor -murmura al rapado.

Taylor se aleja por el pasillo y Grey dirige su ardiente mirada gris hacia mí. Mierda… ¿He hecho algo mal?

– Me preguntaba si le apetecería tomar un café conmigo.

El corazón se me sube de golpe a la boca. ¿Una cita? Christian Grey está pidiéndome una cita. Está preguntándote si quieres un café. Quizá piensa que todavía no te has despertado, me suelta mi subconsciente en tono burlón. Carraspeo e intento controlar los nervios.

– Tengo que llevar a todos a casa -murmuro en tono de disculpa retorciendo las manos y los dedos.

– ¡Taylor! -grita.

Pego un bote. Taylor, que se había quedado esperando al fondo del pasillo, se vuelve y regresa con nosotros.

– ¿Van a la universidad? -me pregunta Grey en voz baja.

Asiento, porque estoy demasiado aturdida para contestar.

– Taylor puede llevarlos. Es mi chófer. Tenemos un 4 x 4 grande, así que puede llevar también el equipo.

– ¿Señor Grey? -pregunta Taylor cuando llega hasta nosotros con rostro inexpresivo.

– ¿Puede llevar a su casa al fotógrafo, su ayudante y la señorita Kavanagh, por favor?

– Por supuesto, señor -le contesta Taylor.

– Arreglado. ¿Puede ahora venir conmigo a tomar un café?

Grey sonríe dándolo por hecho.

Frunzo el ceño.

– Verá… señor Grey… esto… la verdad… Mire, no es necesario que Taylor los lleve. -Lanzo una rápida mirada a Taylor, que sigue estoicamente impasivo-. Puedo intercambiar el coche con Kate, si me espera un momento.

Grey me dedica una sonrisa de oreja a oreja deslumbrante y natural. Madre mía… Abre la puerta de la suite y la sostiene para que pase. Entro deprisa y encuentro a Katherine en plena discusión con José.

– Ana, creo que no hay duda de que le gustas -me dice sin el menor preámbulo.

José me mira ceñudo.

– Pero no me fío de él -añade Kate.

Levanto la mano con la esperanza de que se calle, y milagrosamente lo hace.

– Kate, ¿puedes llevarte a Wanda y dejarme tu coche?

– ¿Por qué?

– Christian Grey me ha pedido que vaya a tomar un café con él.

Se queda boquiabierta, sin saber qué decir. Disfruto del momento. Me coge del brazo y me arrastra hasta el dormitorio, al fondo de la sala de estar de la suite.

– Ana, es un tipo raro -me advierte-. Es muy guapo, de acuerdo, pero creo que es peligroso. Especialmente para alguien como tú.

– ¿Qué quieres decir con eso de alguien como yo? -le pregunto ofendida.

– Una inocente como tú, Ana. Ya sabes lo que quiero decir -me contesta un poco enfadada.

Me ruborizo.

– Kate, solo es un café. Empiezo los exámenes esta semana y tengo que estudiar, así que no me alargaré mucho.

Arruga los labios, como si estuviera considerando mi petición. Al final se saca las llaves del bolsillo y me las da. Le doy las mías.

– Nos vemos luego. No tardes, o pediré que vayan a rescatarte.

– Gracias.

La abrazo.

Salgo de la suite y encuentro a Christian Grey esperándome apoyado en la pared. Parece un modelo posando para una sofisticada revista de moda.

– Ya está. Vamos a tomar un café -murmuro enrojeciendo de nuevo.

Sonríe.

– Usted primero, señorita Steele.

Se incorpora y hace un gesto para que pase delante. Avanzo por el pasillo con las piernas temblando, el estómago lleno de mariposas y el corazón latiéndome violentamente. Voy a tomar un café con Christian Grey… y odio el café.

Caminamos juntos por el amplio pasillo hacia el ascensor. ¿Qué puedo decirle? De pronto el temor me paraliza la mente. ¿De qué vamos a hablar? ¿Qué tengo yo en común con él? Su voz cálida me sobresalta y me aparta de mis pensamientos.

– ¿Cuánto hace que conoce a Katherine Kavanagh?

Bueno, una pregunta fácil para empezar.

– Desde el primer año de facultad. Somos buenas amigas.

– Ya -me contesta evasivo.

¿Qué está pensando?

Pulsa el botón para llamar al ascensor y casi de inmediato suena el pitido. Las puertas se abren y muestran a una joven pareja abrazándose apasionadamente. Se separan de golpe, sorprendidos e incómodos, y miran con aire de culpabilidad en cualquier dirección menos la nuestra. Grey y yo entramos en el ascensor.

Intento que no cambie mi expresión, así que miro al suelo al sentir que las mejillas me arden. Cuando levanto la mirada hacia Grey, parece que ha esbozado una sonrisa, pero es muy difícil asegurarlo. La joven pareja no dice nada. Descendemos a la planta baja en un incómodo silencio. Ni siquiera suena uno de esos terribles hilo musicales para distraernos.

Las puertas se abren y, para mi gran sorpresa, Grey me coge de la mano y me la sujeta con sus dedos largos y fríos. Siento la corriente recorriendo mi cuerpo, y mis ya rápidos latidos se aceleran. Mientras tira de mí para salir del ascensor, oímos a nuestras espaldas la risita tonta de la pareja. Grey sonríe.

– ¿Qué pasa con los ascensores? -masculla.

Cruzamos el amplio y animado vestíbulo del hotel en dirección a la entrada, pero Grey evita la puerta giratoria. Me pregunto si es porque tendría que soltarme la mano.

Es un bonito domingo de mayo. Brilla el sol y apenas hay tráfico. Grey gira a la izquierda y avanza hacia la esquina, donde nos detenemos a esperar que cambie el semáforo. Estoy en la calle y Christian Grey me lleva de la mano. Nunca he paseado de la mano de nadie. La cabeza me da vueltas, y un cosquilleo me recorre todo el cuerpo. Intento reprimir la ridícula sonrisa que amenaza con dividir mi cara en dos. Intenta calmarte, Ana, me implora mi subconsciente. El hombrecillo verde del semáforo se ilumina y seguimos nuestro camino.

Andamos cuatro manzanas hasta llegar al Portland Coffee House, donde Grey me suelta para sujetarme la puerta.

– ¿Por qué no elige una mesa mientras voy a pedir? ¿Qué quiere tomar? -me pregunta, tan educado como siempre.

– Tomaré… eh… un té negro.

Alza las cejas.

– ¿No quiere un café?

– No me gusta demasiado el café.

Sonríe.

– Muy bien, un té negro. ¿Dulce?

Me quedo un segundo perpleja, pensando que se refiere a mí, pero por suerte aparece mi subconsciente frunciendo los labios. No, tonta… Que si lo quieres con azúcar.

– No, gracias.

Me miro los dedos nudosos.

– ¿Quiere comer algo?

– No, gracias.

Niego con la cabeza y Grey se dirige a la barra.

Levanto un poco la vista y lo miro furtivamente mientras espera en la cola a que le sirvan. Podría pasarme el día mirándolo… Es alto, ancho de hombros y delgado… Y cómo le caen los pantalones… Madre mía. Un par de veces se pasa los largos y bonitos dedos por el pelo, que ya está seco, aunque sigue alborotado. Ay, cómo me gustaría hacerlo a mí. La idea se me pasa de pronto por la cabeza y me arde la cara. Me muerdo el labio y vuelvo a mirarme las manos. No me gusta el rumbo que están tomando mis caprichosos pensamientos.