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– ¡Aaaggghhh! -grito.

Me coge por sorpresa. No me duele exactamente; más bien me produce un fuerte hormigueo por todo el cuerpo. Y entonces me vuelve a azotar. Más fuerte.

– ¡Aaahhh!

Quiero moverme, retorcerme, escapar, o disfrutar de cada golpe, no lo sé… resulta tan irresistible… No puedo tirar de los brazos, tengo las piernas atrapadas, estoy bien sujeta. Vuelve a atizarme, esta vez en los pechos. Grito. Es una dulce agonía, soportable… placentera; no, no de forma inmediata, pero, con cada nuevo golpe, mi piel canta en perfecto contrapunto con la música que me suena en la cabeza, y me veo arrastrada a una parte oscurísima de mi psique que se rinde a esta sensación tan erótica. Sí… ya lo capto. Me azota en la cadera, luego asciende con golpes rápidos por el vello púbico, sigue por los muslos, por la cara interna, sube de nuevo, por las caderas. Continúa mientras la música alcanza un clímax y entonces, de repente, para de sonar. Y él también se detiene. Luego comienza el canto otra vez, in crescendo, y él me rocía de golpes y yo gruño y me retuerzo. De nuevo para, y no se oye nada, salvo mi respiración entrecortada y mis jadeos descontrolados. Eh… ¿qué pasa? ¿Qué va a hacer ahora? La excitación es casi insoportable. He entrado en una zona muy oscura, muy carnal.

Noto que la cama se mueve y que él se coloca por encima de mí, y el himno vuelve a empezar. Lo tiene en modo repetición. Esta vez son su nariz y sus labios los que me acarician… se pasean por mi cuello y mi clavícula, besándome, chupándome… descienden por mis pechos… ¡Ah! Tira de un pezón y luego del otro, paseándome la lengua alrededor de uno mientras me pellizca despiadadamente el otro con los dedos… Gimo, muy fuerte, creo, aunque no me oigo. Estoy perdida, perdida en él… perdida en esas voces astrales y seráficas… perdida en todas estas sensaciones de las que no puedo escapar… completamente a merced de sus manos expertas.

Desciende hasta el vientre, trazando círculos con la lengua alrededor del ombligo, siguiendo el camino del látigo y del guante. Gimo. Me besa, me chupa, me mordisquea… sigue bajando… y de pronto tengo su lengua ahí, en la conjunción de los muslos. Echo la cabeza hacia atrás y grito, a punto de estallar, al borde del orgasmo… Y entonces para.

¡No! La cama se mueve y Christian se arrodilla entre mis piernas. Se inclina hacia un poste y, de pronto, el grillete del tobillo desaparece. Subo la pierna hasta el centro de la cama, la apoyo contra él. Se inclina hacia el otro lado y me libera la otra pierna. Me frota ambas piernas, estrujándolas, masajeándolas, reavivándolas. Luego me agarra por las caderas y me levanta de forma que ya no tengo la espalda pegada a la cama; estoy arqueada y apoyada solo en los hombros. ¿Qué? Se coloca de rodillas entre mis piernas… y con una rápida y certera embestida me penetra… oh, Dios… y vuelvo a gritar. Se inician las convulsiones de mi orgasmo inminente, y entonces para. Cesan las convulsiones… oh, no… va a seguir torturándome.

– ¡Por favor! -gimoteo.

Me agarra con más fuerza… ¿para advertirme? No sé. Me clava los dedos en el trasero mientras yo jadeo, así que decido estarme quieta. Muy lentamente, empieza a moverse otra vez: sale, entra… angustiosamente despacio. ¡Madre mía… por favor! Grito por dentro y, según aumenta el número de voces de la pieza coral, va incrementando él su ritmo, de forma infinitesimal, controladísimo, completamente al son de la música. Ya no aguanto más.

– Por favor -le suplico, y con un solo movimiento rápido vuelve a dejarme en la cama y se cierne sobre mí, con las manos a los lados de mi pecho, aguantando su propio peso, y empuja.

Cuando la música llega a su clímax, me precipito… en caída libre… al orgasmo más intenso y angustioso que he tenido jamás, y Christian me sigue, embistiendo fuerte tres veces más… hasta que finalmente se queda inmóvil y se derrumba sobre mí.

Cuando recobro la conciencia y vuelvo de dondequiera que haya estado, Christian sale de mí. La música ha cesado y noto cómo él se estira sobre mi cuerpo para soltarme la muñequera derecha. Gruño al sentir al fin la mano libre. Enseguida me suelta la otra, retira con cuidado el antifaz de mis ojos y me quita los auriculares de los oídos. Parpadeo a la luz tenue del cuarto y alzo la vista hacia su intensa mirada de ojos grises.

– Hola -murmura.

– Hola -le respondo tímidamente.

En sus labios se dibuja una sonrisa. Se inclina y me besa suavemente.

– Lo has hecho muy bien -susurra-. Date la vuelta.

Madre mía… ¿qué me va a hacer ahora? Su mirada se enternece.

– Solo te voy a dar un masaje en los hombros.

– Ah, vale.

Me vuelvo, agarrotada, boca abajo. Estoy exhausta. Christian se sienta a horcajadas sobre mi cintura y empieza a masajearme los hombros. Gimo fuerte; tiene unos dedos fuertes y experimentados. Se inclina y me besa la cabeza.

– ¿Qué música era esa? -logro balbucear.

– Es el motete a cuarenta voces de Thomas Tallis, titulado Spem in alium.

– Ha sido… impresionante.

– Siempre he querido follar al ritmo de esa pieza.

– ¿No me digas que también ha sido la primera vez?

– En efecto, señorita Steele.

Vuelvo a gemir mientras sus dedos obran su magia en mis hombros.

– Bueno, también es la primera vez que yo follo con esa música -murmuro soñolienta.

– Mmm… tú y yo nos estamos estrenando juntos en muchas cosas -dice con total naturalidad.

– ¿Qué te he dicho en sueños, Chris… eh… señor?

Interrumpe un momento el masaje.

– Me has dicho un montón de cosas, Anastasia. Me has hablado de jaulas y fresas, me has dicho que querías más y que me echabas de menos.

Ah, gracias a Dios.

– ¿Y ya está? -pregunto con evidente alivio.

Christian concluye su espléndido masaje y se tumba a mi lado, hincando el codo en la cama para levantar la cabeza. Me mira ceñudo.

– ¿Qué pensabas que habías dicho?

Oh, mierda.

– Que me parecías feo y arrogante, y que eras un desastre en la cama.

Frunce aún más la frente.

– Vale, está claro que todo eso es cierto, pero ahora me tienes intrigado de verdad. ¿Qué es lo que me ocultas, señorita Steele?

Parpadeo con aire inocente.

– No te oculto nada.

– Anastasia, mientes fatal.

– Pensaba que me ibas a hacer reír después del sexo.

– Pues por ahí vamos mal. -Esboza una sonrisa-. No sé contar chistes.

– ¡Señor Grey! ¿Una cosa que no sabes hacer? -digo sonriendo, y él me sonríe también.

– Los cuento fatal.

Adopta un aire tan digno que me echo a reír.

– Yo también los cuento fatal.

– Me encanta oírte reír -murmura, se inclina y me besa-. ¿Me ocultas algo, Anastasia? Voy a tener que torturarte para sonsacártelo.

26

Me despierto sobresaltada. Creo que acabo de rodar por las escaleras en sueños y me incorporo como un resorte, momentáneamente desorientada. Es de noche y estoy sola en la cama de Christian. Algo me ha despertado, algún pensamiento angustioso. Echo un vistazo al despertador que tiene en la mesita. Son las cinco de la mañana, pero me siento descansada. ¿Por qué? Ah, será por la diferencia horaria; en Georgia serían las ocho. Madre mía, tengo que tomarme la píldora. Salgo de la cama, agradecida de que algo me haya despertado. Oigo a lo lejos el piano. Christian está tocando. Eso no me lo pierdo. Me encanta verlo tocar. Desnuda, cojo el albornoz de la silla y salgo despacio al pasillo mientras me lo pongo, escuchando el sonido mágico del lamento melodioso que proviene del salón.