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– ¿Quiero? -Le miro a través de las pestañas y le doy un sorbo al vino.

– Cuanto más llena tengas la vejiga, más intenso será el orgasmo, Ana.

Me ruborizo.

– Ya veo. -Oh… Eso explica muchas cosas.

Él sonríe y parece saber mucho más de lo que dice. ¿Siempre voy a ir un paso por detrás del señor Experto en el Sexo?

– Eh, bueno… -Busco desesperadamente a mi alrededor algo que me permita cambiar de tema. Él se compadece de mí.

– ¿Qué quieres hacer el resto de la noche? -Ladea la cabeza y me dedica una sonrisa torcida.

Lo que tú quieras… ¿Probar esa teoría otra vez, quizá? Me encojo de hombros.

– Yo sé lo que quiero hacer -susurra. Coge su copa de vino, se levanta y me tiende la mano-. Ven.

Le cojo la mano y él me lleva al salón principal.

Su iPod está conectado a los altavoces que hay encima del aparador. Lo enciende y escoge una canción.

– Baila conmigo -dice atrayéndome hacia sus brazos.

– Si insistes…

– Insisto, señora Grey.

Empieza una melodía provocativa y pegadiza. ¿Es un baile latino? Christian me sonríe y empieza a moverse, arrastrándome con su ritmo y desplazándome por todo el salón.

Un hombre con la voz como caramelo fundido empieza a cantar. Es una canción que me suena, pero no sé de qué. Christian me inclina hacia atrás y suelto un grito por la sorpresa y río. Él sonríe con los ojos llenos de diversión. Me levanta de nuevo y me hace girar bajo su brazo.

– Bailas tan bien… -le comento-. Haces que parezca que yo sé bailar.

Sonríe enigmático pero no dice nada y me pregunto si será porque está pensando en ella… En la señora Robinson, la mujer que le enseñó a bailar… y a follar. Hacía tiempo que no pensaba en ella. Christian no la ha mencionado desde su cumpleaños, y por lo que yo sé, su relación empresarial ha terminado. Pero tengo que admitir (a regañadientes) que era una buena maestra.

Vuelve a inclinarme y me da un beso suave en los labios.

– «Echaré de menos tu amor…» -tarareo la letra de la canción.

– Yo haría más que echar de menos tu amor -me dice a la vez que me hace girar de nuevo. Me canta bajito al oído y me derrite por dentro.

La canción termina y Christian me mira con los ojos oscuros y ardientes, ya sin rastro de humor. Me quedo sin aliento.

– ¿Quieres venir a la cama conmigo? -me dice en un murmullo. Es una súplica sincera que me ablanda el corazón.

Christian, ya te dije «sí, quiero» hace dos semanas y media… Pero sé que es su forma de pedir disculpas y de asegurarse de que todo está bien entre los dos después de la discusión.

Cuando despierto el sol entra por los ojos de buey y su reflejo en el agua se proyecta en el techo del camarote formando brillantes dibujos caprichosos. A Christian no se le ve por ninguna parte. Me estiro y sonrío. Mmm… Me apunto para tener sexo de castigo y después sexo de reconciliación cualquier día. Es como acostarse con dos hombres diferentes: el Christian furioso y el dulce que intenta compensarme con todos los medios a su alcance. Es difícil decidir cuál me gusta más.

Me levanto y voy al baño. Al abrir la puerta me encuentro a Christian dentro afeitándose desnudo, solo cubierto con una toalla en la cintura. Se gira y me sonríe; no le importa que le haya interrumpido. He descubierto que Christian nunca cierra la puerta con el pestillo si es la única persona en la habitación; no tengo ni idea de por qué lo hace pero tampoco quiero pensarlo mucho.

– Buenos días, señora Grey -me dice. Irradia buen humor.

– Buenos días tenga usted. -Le sonrío y me quedo mirándole mientras se afeita. Me encanta. Levanta la barbilla y se pasa la maquinilla por debajo con pasadas largas y deliberadas. Sin darme cuenta me pongo a imitar sus movimientos. Tiro del labio superior hacia abajo igual que hace él para afeitarse la hendidura. Se gira y se ríe de lo que estoy haciendo, todavía con la mitad de la cara cubierta de jabón de afeitar.

– ¿Disfrutando del espectáculo? -me pregunta.

Oh, Christian, podría quedarme mirándote durante horas.

– Es uno de mis favoritos -le digo y él se inclina y me da un beso rápido, manchándome la cara de jabón.

– ¿Quieres que vuelva a hacértelo? -me dice en un susurro malicioso y me señala la maquinilla.

Frunzo los labios.

– No -le contesto fingiendo enfurruñarme-. La próxima vez me haré la cera.

Recuerdo lo bien que se lo pasó Christian en Londres cuando descubrió que, durante una de sus reuniones en la ciudad, yo me había entretenido afeitándome todo el vello púbico por pura curiosidad. Pero claro, mi forma de afeitarme no cumplía con los rigurosos estándares del señor Exigente…

– Pero ¿qué diablos has hecho? -exclama Christian.

No puede evitar poner una expresión de horrorizada diversión. Se sienta en la cama de la suite del Brown’s Hotel, cerca de Piccadilly, enciende la luz de la mesilla y me mira boquiabierto. Debe de ser medianoche. Me pongo del color de las sábanas del cuarto de juegos e intento tirar del camisón de seda para que no pueda verlo. Me coge la mano para detenerme.

– ¡Ana!

– Me he… eh… afeitado.

– Ya veo. Pero ¿por qué? -Está sonriendo de oreja a oreja.

Me tapo la cara con las manos. ¿Por qué me da tanta vergüenza?

– Oye -me dice bajito y me aparta la mano-, no te escondas. -Se está mordiendo el labio para no reírse-. Dime, ¿por qué? -Sus ojos bailan risueños. ¿Por qué le parece tan divertido?

– No te rías de mí.

– No me estoy riendo de ti. Lo siento, es que estoy… encantado -dice al fin.

– Oh…

– Dímelo. ¿Por qué?

Inspiro hondo.

– Esta mañana, cuando te fuiste a la reunión, me estaba duchando y empecé a pensar en todas tus normas.

Él parpadea. Ha desaparecido el humor de su expresión y ahora me mira precavido.

– Las estaba repasando una por una y preguntándome cómo me sentía acerca de cada una de ellas, y me acordé del salón de belleza y pensé… que esto es lo que a ti te gustaría. Pero no he podido reunir el coraje para hacérmelo con cera -confieso casi en un susurro.

Se me queda mirando con los ojos brillantes, esta vez no de diversión por la locura que acabo de hacer, sino de amor.

– Oh, Ana -dice en un jadeo. Se acerca y me besa con ternura-. Me tienes cautivado -murmura junto a mis labios y me besa otra vez, cogiéndome la cara con las manos.

Un momento después se aparta y se apoya en un codo. La diversión ha vuelto.

– Creo que tengo que hacer una inspección exhaustiva de su trabajo, señora Grey.

– ¿Qué? ¡No! -¡Tiene que estar de coña! Me tapo para proteger esa zona recientemente deforestada.

– Oh, no, Anastasia. -Me coge las manos y las aparta. Se acerca con agilidad y en un segundo lo tengo entre las piernas, agarrándome las manos junto a los costados. Me lanza una mirada ardiente que podría prender fuego a la madera seca, se inclina y pega los labios a mi vientre desnudo para seguir bajando directamente hacia mi sexo. Me retuerzo contra su piel, resignada a mi destino-. Vamos a ver, ¿qué tenemos aquí? -Christian me da un beso en un sitio que hasta esta mañana estaba cubierto por el vello púbico y me araña con la incipiente barba de su mentón.

– ¡Oh! -exclamo. Uau… qué sensible.

Los ojos de Christian me miran con intensidad, llenos de una necesidad lujuriosa.

– Creo que te has dejado un poquito -dice y tira suavemente del vello que hay en un punto bastante inaccesible.

– Oh… vaya. -Espero que eso ponga fin a ese escrutinio francamente indiscreto.

– Tengo una idea. -Salta desnudo de la cama y va al baño.

Pero ¿qué va a hacer? Vuelve poco después con un vaso de agua, mi maquinilla de afeitar, su brocha, jabón de afeitar y una toalla. Pone el agua, la brocha, el jabón y la maquinilla en la mesita de noche y me mira con la toalla en la mano.