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– Después París.

¿Qué?

– Y finalmente el sur de Francia.

¡Uau!

– Sé que siempre has soñado con ir a Europa -me dice en voz baja-. Quiero hacer que tus sueños se conviertan en realidad, Anastasia.

– Tú eres mi sueño hecho realidad, Christian.

– Lo mismo digo, señora Grey -me susurra.

Oh, Dios mío…

– Abróchate el cinturón.

Le sonrío y hago lo que me ha dicho.

Mientras el avión se encamina a la pista, nos bebemos el champán sonriéndonos bobaliconamente. No me lo puedo creer. Con veintidós años por fin voy a salir de Estados Unidos para ir a Europa, a Londres para ser más exactos.

Después de despegar Natalia nos sirve más champán y nos prepara el banquete nupcial. Y menudo banquete: salmón ahumado seguido de perdiz asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise, todo cocinado y servido por la tremendamente eficiente Natalia.

– ¿Quiere postre, señor Grey? -le pregunta.

Niega con la cabeza y se pasa un dedo por el labio inferior mientras me mira inquisitivamente con una expresión oscura e inescrutable.

– No, gracias -murmura sin romper el contacto visual conmigo.

Cuando Natalia se retira, sus labios se curvan en una sonrisita secreta.

– La verdad -vuelve a murmurar- es que había planeado que el postre fueras tú.

Oh… ¿aquí?

– Vamos -me dice levantándose y tendiéndome la mano. Me guía hasta el fondo de la cabina.

– Hay un baño ahí -dice señalando una puertecita, pero sigue por un corto pasillo hasta cruzar una puerta que hay al final.

Vaya… un dormitorio. Esta habitación también es de madera de arce y está decorada con colores crema. La cama de matrimonio está cubierta de cojines de color dorado y marrón. Parece muy cómoda.

Christian se gira y me rodea con sus brazos sin dejar de mirarme.

– Vamos a pasar nuestra noche de bodas a diez mil metros de altitud. Es algo que no he hecho nunca.

Otra primera vez. Me quedo mirándole con la boca abierta y el corazón martilleándome en el pecho… el club de la milla. He oído hablar de él.

– Pero primero tengo que quitarte ese vestido tan fabuloso.

Le brillan los ojos de amor y de algo más oscuro, algo que me encanta y que despierta a la diosa que llevo dentro. Empiezo a quedarme sin aliento.

– Vuélvete. -Su voz es baja, autoritaria y tremendamente sexy.

¿Cómo puede una sola palabra encerrar tantas promesas? Obedezco de buen grado y sus manos suben hasta mi pelo. Me va quitando las horquillas, una tras otra. Sus dedos expertos acaban con la tarea en un santiamén. El pelo me va cayendo sobre los hombros, rizo tras rizo, cubriéndome la espalda y sobre los pechos. Intento quedarme muy quieta, pero deseo con todas mis fuerzas su contacto. Después de este día tan excitante, aunque largo y agotador, le deseo, deseo todo su cuerpo.

– Tienes un pelo precioso, Ana. -Tiene la boca junto a mi oído y siento su aliento aunque no me toca con los labios. Cuando ya no me quedan horquillas, me peina un poco con los dedos y me masajea suavemente la cabeza.

Oh, Dios mío… Cierro los ojos mientras disfruto de la sensación. Sus dedos siguen recorriendo mi pelo y después me lo agarra y me tira un poco para obligarme a echar atrás la cabeza y exponer la garganta.

– Eres mía -suspira. Me tira del lóbulo de la oreja con los dientes.

Yo dejo escapar un gemido.

– Silencio -me ordena.

Me aparta el pelo y, siguiendo con un dedo el borde de encaje del vestido, recorre la parte alta de mi espalda de un hombro a otro. Me estremezco por la anticipación. Me da un beso tierno en la espalda justo encima del primer botón del vestido.

– Eres tan guapa… -dice mientras me desabrocha con destreza el primer botón-. Hoy me has hecho el hombre más feliz del mundo. -Con una lentitud infinita me va desabrochando los botones uno a uno, bajando por toda la espalda-. Te quiero muchísimo. -Va encadenando besos desde mi nuca hasta el extremo del hombro. Después de cada beso murmura una palabra-: Te. Deseo. Mucho. Quiero. Estar. Dentro. De. Ti. Eres. Mía.

Las palabras me resultan embriagadoras. Cierro los ojos y ladeo el cuello para facilitarle el acceso y voy cayendo cada vez más profundamente bajo el hechizo de Christian Grey, mi marido.

– Mía -repite en un susurro. Me va deslizando el vestido por los brazos hasta que cae a mis pies en una nube de seda marfil y encaje-. Vuélvete -me pide de nuevo con la voz ronca.

Lo hago y él da un respingo.

Llevo puesto un corsé ajustado de seda de un tono rosáceo con liguero, bragas de encaje a juego y medias de seda blancas. Los ojos de Christian me recorren el cuerpo ávidamente, pero no dice nada. Se limita a mirarme con los ojos muy abiertos por el deseo.

– ¿Te gusta? -le pregunto en un susurro, consciente del tímido rubor que me está apareciendo en las mejillas.

– Más que eso, nena. Estás sensacional. Ven. -Me tiende la mano para ayudarme a desprenderme del vestido-. No te muevas -murmura, y sin apartar sus ojos cada vez más oscuros de los míos, recorre con el dedo corazón la línea del corsé que bordea mis pechos. Mi respiración se acelera y él repite el recorrido sobre mis pechos. Ese dedo travieso está provocándome escalofríos por toda la espalda. Se detiene y gira el dedo índice en el aire indicándome que dé una vuelta.

Ahora mismo haría cualquier cosa que me pidiera.

– Para -dice. Estoy de espaldas a él, mirando a la cama. Me rodea la cintura con el brazo, apretándome contra él, y me acaricia el cuello. Muy suavemente me cubre los pechos con las manos y juguetea con ellos mientras hace círculos sobre mis pezones con los pulgares hasta que logra que presionen y tensen la tela del corsé-. Mía -me susurra.

– Tuya -jadeo yo.

Abandona mis pechos y recorre con las manos mi estómago, mi vientre y después sigue bajando por los muslos y pasa casi rozándome el sexo. Ahogo un gemido. Mete los dedos por debajo de las tiras del liguero y, con su destreza habitual, suelta las dos medias a la vez. Ahora sus manos se dirigen a mi culo.

– Mía -repite con las manos extendidas sobre mis nalgas y las puntas de los dedos rozándome el sexo.

– Ah.

– Chis. -Las manos descienden por la parte posterior de mis muslos y sueltan las presillas del liguero.

Se inclina y aparta la colcha de la cama.

– Siéntate.

Lo hago totalmente hipnotizada por sus palabras. Christian se arrodilla a mis pies y me quita con suavidad los zapatos de novia de Jimmy Choo. Agarra la parte superior de mi media izquierda y la va deslizando por mi pierna lentamente, recorriendo la piel con el pulgar. Repite el proceso con la otra media.

– Esto es como desenvolver los regalos de Navidad. -Me sonríe y me mira a través de sus largas pestañas oscuras.

– Un regalo que ya tenías…

Frunce el ceño contrariado.

– Oh no, nena. Ahora eres mía de verdad.

– Christian, he sido tuya desde que te dije que sí. -Me inclino hacia él y le rodeo con las manos esa cara que tanto amo-. Soy tuya. Siempre seré tuya, esposo mío. Pero ahora mismo creo que llevas demasiada ropa. -Me agacho todavía más para besarlo y él viene a mi encuentro, me besa en los labios y me coge la cabeza mientras enreda los dedos en mi pelo.

– Ana -jadea-. Mi Ana. -Sus exigentes labios se unen con los míos una vez más. Su lengua es invasivamente persuasiva.

– La ropa -susurro.

Nuestras respiraciones se mezclan mientras tiro del chaleco. A él le cuesta quitárselo, así que tiene que liberarme un momento. Se detiene y me mira con los ojos muy abiertos, llenos de deseo.

– Déjame, por favor. -Mi voz suena suave y sensual. Quiero desnudar a mi marido, a mi Cincuenta.