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Se sienta sobre los talones y yo me acerco para cogerle la corbata (la corbata gris plateada, mi favorita), suelto el nudo lentamente y se la quito. Levanta la barbilla para dejarme desabrochar el botón superior de la camisa blanca. Cuando lo consigo, paso a los gemelos. Lleva unos gemelos de platino grabados con una A y una C entrelazadas: mi regalo de boda. Cuando se los quito, me los coge de la mano y cierra la suya sobre ellos. Le da un beso a esa mano y después se los guarda en el bolsillo de los pantalones.

– Qué romántico, señor Grey.

– Para usted, señora Grey, solo corazones y flores. Siempre.

Le cojo la mano y le miro a través de las pestañas mientras le doy un beso a su sencilla alianza de platino. Gime y cierra los ojos.

– Ana -susurra, y mi nombre es como una oración.

Alzo las manos para ocuparme del segundo botón y, repitiendo lo que él me ha hecho a mí hace unos minutos, le doy un suave beso en el pecho después de desabrochar cada botón. Entre los besos voy intercalando palabras.

– Tú. Me. Haces. Muy. Feliz. Te. Quiero.

Vuelve a gemir y en un movimiento rapidísimo me agarra por la cintura y me sube a la cama. Él me acompaña un segundo después. Sus labios encuentran los míos y me rodea la cara con las manos para mantenerme quieta mientras nuestras lenguas se regodean la una de la otra. De repente Christian se aparta y se queda de rodillas, dejándome sin aliento y deseando más.

– Eres tan preciosa… esposa mía. -Me recorre las piernas con las manos y me agarra el pie izquierdo-. Tienes unas piernas espectaculares. Quiero besar cada centímetro de ellas. Empezando por aquí. -Me da un beso en el dedo gordo y después me araña la yema de ese dedo con los dientes.

Todo lo que hay por debajo de mi cintura se estremece. Desliza la lengua por el arco del pie. Después empieza a morderme en el talón y va subiendo hasta el tobillo. Recorre el interior de mi pantorrilla dándome besos, unos besos suaves y húmedos. Me retuerzo bajo su cuerpo.

– Quieta, señora Grey -me advierte, y sin previo aviso me gira para dejarme boca abajo y continúa su viaje de placer recorriendo con la boca la parte posterior de las piernas, los muslos, el culo… y entonces se detiene. Gimo.

– Por favor…

– Te quiero desnuda -murmura, y me va soltando lentamente el corsé, desabrochando los corchetes uno a uno. Cuando la prenda queda plana sobre la cama debajo de mi cuerpo, él desliza la lengua por toda la longitud de mi espalda.

– Christian, por favor.

– ¿Qué quiere, señora Grey? -Sus palabras son dulces y las oigo muy cerca de mi oído. Está casi tumbado sobre mí. Puedo sentir su erección contra mis nalgas.

– A ti.

– Y yo a ti, mi amor, mi vida… -me susurra, y antes de darme cuenta ha vuelto a girarme y a ponerme boca arriba.

Se coloca de pie rápidamente y en un movimiento de lo más eficiente se quita a la vez los pantalones y los bóxer y se queda gloriosamente desnudo, cerniéndose sobre mí, listo para lo que va a venir. La pequeña cabina queda eclipsada por su impresionante belleza, su deseo y su necesidad de tenerme. Se inclina y me quita las bragas. Después me mira.

– Mía -pronuncia.

– Por favor -le suplico.

Él me sonríe; una sonrisa lasciva, perversa y tentadora. Una sonrisa muy propia de mi Cincuenta Sombras.

Sube a cuatro patas a la cama y va recorriendo mi pierna derecha esta vez, llenándola de besos… Hasta que llega al vértice entre mis muslos. Me abre bien las piernas.

– Ah… esposa mía -susurra antes de poner la boca sobre mi piel. Cierro los ojos y me rindo a esa lengua mucho más que hábil. Le agarro el pelo con las manos mientras mis caderas oscilan y se balancean. Me las sujeta para que me quede quieta, pero no detiene esa deliciosa tortura. Estoy cerca, muy cerca.

– Christian… -gimo con fuerza.

– Todavía no -jadea y asciende por mi cuerpo para hundirme la lengua en el ombligo.

– ¡No! -¡Maldita sea! Siento su sonrisa contra mi vientre pero no interrumpe su viaje hacia el norte.

– Qué impaciente, señora Grey. Tenemos hasta que aterricemos en la isla Esmeralda. -Me va besando reverencialmente los pechos. Me coge el pezón izquierdo entre los labios y tira de él. No deja de mirarme mientras me martiriza y sus ojos están tan oscuros como una tormenta tropical.

Oh, madre mía… Se me había olvidado. Europa…

– Te deseo, esposo. Por favor.

Se coloca sobre mí, cubriéndome con su cuerpo y descansando el peso en los codos. Me acaricia la nariz con la suya y yo recorro con las manos su espalda fuerte y flexible hasta llegar a su culo extraordinario.

– Señora Grey… esposa. Estoy aquí para complacerla. -Me roza con los labios-. Te quiero.

– Yo también te quiero.

– Abre los ojos. Quiero verte.

– Christian… ah… -grito cuando entra lentamente en mi interior.

– Ana, oh, Ana… -jadea Christian y empieza a moverse.

– ¿Qué diablos crees que estás haciendo? -grita Christian, despertándome de ese sueño tan placentero. Está de pie, mojado y hermoso, a los pies de mi tumbona mirándome fijamente.

¿Qué he hecho? Oh, no… Estoy boca arriba. No, no, no. Y él está furioso. Mierda. Está hecho una verdadera furia.

2

De repente estoy totalmente despierta; mi sueño erótico queda olvidado en un abrir y cerrar de ojos.

– Oh, estaba boca arriba… Debo de haberme girado mientras dormía -digo en mi defensa sin demasiado convencimiento.

Le arden los ojos por la furia. Se agacha, coge la parte de arriba de mi biquini de su tumbona y me la tira.

– ¡Póntelo! -ordena entre dientes.

– Christian, nadie me está mirando.

– Créeme. Te están mirando. ¡Y seguro que Taylor y los de seguridad están disfrutando mucho del espectáculo! -gruñe.

¡Maldita sea! ¿Por qué nunca me acuerdo de ellos? Me cubro los pechos con las manos presa del pánico. Desde el sabotaje de Charlie Tango, esos malditos guardias de seguridad nos siguen a todas partes como unas sombras.

– Y algún asqueroso paparazzi podría haberte hecho una foto también -continúa Christian-. ¿Quieres salir en la portada de la revista Star, desnuda esta vez?

¡Mierda! ¡Los paparazzi! ¡Joder! Intento ponerme apresuradamente el biquini, pero los dedos parece que no quieren responderme. Palidezco y noto un escalofrío. El recuerdo desagradable del asedio al que me sometieron los paparazzi al salir del edificio de Seattle Independent Publishing el día que se filtró nuestro compromiso me viene a la mente inoportunamente; todo eso es parte de la vida de Christian Grey, va con el lote.

– L’addition! -grita Christian a una camarera que pasa-. Nos vamos -me dice.

– ¿Ahora?

– Sí. Ahora.

Oh, mierda, mejor no llevarle la contraria en este momento.

Se pone los pantalones, a pesar de que tiene el bañador empapado, y la camiseta gris. La camarera vuelve en un segundo con su tarjeta de crédito y la cuenta.

A regañadientes, me pongo el vestido de playa turquesa y las chanclas. Cuando se marcha la camarera, Christian coge su libro y su BlackBerry y oculta su furia detrás de sus gafas de sol espejadas de aviador. Echa chispas por la tensión y el enfado. El corazón se me cae a los pies. Todas las demás mujeres de la playa están en topless, no es un crimen tan grave. De hecho soy yo la que se ve rara con el biquini completo puesto. Suspiro para mí, con el alma hundida. Creía que Christian le vería el lado divertido o algo así… Tal vez si me hubiera quedado boca abajo… Pero ahora su sentido del humor se ha evaporado.

– Por favor, no te enfades conmigo -le susurro cogiéndole el libro y la BlackBerry y metiéndolos en mi mochila.

– Ya es demasiado tarde -dice en voz baja. Demasiado baja-. Vamos. -Me coge la mano y le hace una señal a Taylor y a sus dos compañeros, los agentes de seguridad franceses Philippe y Gaston. Por extraño que parezca, son gemelos idénticos. Han estado todo el tiempo vigilando la playa desde una galería. ¿Por qué no dejo de olvidarme de ellos? ¿Cómo es posible? Taylor tiene la expresión imperturbable bajo las gafas oscuras. Mierda, él también está enfadado conmigo. Todavía no estoy acostumbrada a verle vestido tan informal, con pantalones cortos y un polo negro.