Un grupo de bandidos había capturado a un joven comunista, un graduado universitario que había salido al campo en busca de comida. El jefe de la banda ordenó que fuera cortado por la mitad. Más tarde, fue capturado y apaleado hasta morir por uno de los líderes comunistas de la reforma agraria que había sido amigo del hombre asesinado. A continuación, el líder arrancó el corazón del jefe de los bandidos y lo devoró para demostrar su venganza. Mi padre ordenó que fuera relevado de su puesto, pero no fusilado. Argumentó que, si bien había cometido una atrocidad, la víctima no había sido una persona inocente, sino un asesino que, además, se contaba entre los más crueles.
La reforma agraria tardó un año en completarse. En la mayoría de los casos, lo peor que les ocurrió a los terratenientes fue la pérdida de la mayor parte de sus tierras y haciendas. Los así llamados terratenientes progresistas -aquellos que no se habían unido a la rebelión armada o que incluso habían colaborado con la clandestinidad comunista- fueron bien tratados. Mis padres tenían amigos cuyas familias eran terratenientes locales y a cuyas viejas haciendas habían acudido en ocasiones a cenar antes de que fueran confiscadas y repartidas entre los campesinos.
Mi padre se mostraba completamente absorto por su trabajo, y no se encontraba en la ciudad el 8 de noviembre, día en que mi madre dio a luz a su primer hijo: una niña. Dado que el doctor Xia había dado a mi madre el nombre De-hong, en el que se incorporaba el carácter correspondiente a «cisne salvaje» (Hong) acompañado del apellido generacional (De), mi padre llamó a mi hermana Xiao-hong, que significa «parecida» (Xiao) a mi madre. Siete días después del nacimiento de mí hermana, la tía Jun-ying hizo trasladar a mi madre desde el hospital a casa de los Chang en una litera de bambú transportada por dos hombres. Cuando mi padre regresó, pocas semanas después, dijo a mi madre que como comunista no debiera haber permitido que otro ser humano la transportara. Ella repuso que lo había hecho debido a que, de acuerdo con la sabiduría tradicional, las mujeres no debían caminar hasta transcurridos unos cuantos días después del parto. A ello respondió mi padre: «¿Y qué hay de las campesinas que tienen que seguir trabajando en el campo nada más dar a luz?»
Mi madre continuaba sumida en una profunda depresión. Ignoraba si podía permanecer en el Partido o no. Incapaz de descargar su ira sobre mi padre o el Partido, terminó culpando a su hijita de su desdicha. Cuatro días después de regresar del hospital, mi hermana se pasó una noche entera llorando. Mi madre, al borde de un ataque de nervios, acabó gritándole y propinándole unos fuertes cachetes. La tía Jun-ying, que dormía en la habitación contigua, entró corriendo y dijo: «Estás agotada. Permíteme que cuide de ella.» A partir de entonces, fue mi tía quien cuidó a mi hermana. Cuando mi madre regresó a su propia vivienda unas cuantas semanas después, mi hermana se quedó con la tía Jun-ying en el hogar familiar.
Mi madre ha recordado hasta hoy con arrepentimiento y amargura la noche en que golpeó a mi hermana. Xiao-hong solía esconderse cuando mi madre acudía a visitarla, y -en una trágica inversión de lo que le había ocurrido a ella de niña en la mansión del general Xue- ésta no permitía a la niña que la llamara «madre».
Mi tía encontró un ama de cría para mi hermana. Según el sistema de subsidios, el Estado pagaba un ama de cría por cada niño recién nacido en la familia de un oficial, a la vez que proporcionaba revisiones médicas gratuitas para dichas nodrizas, consideradas empleadas del Estado. No eran sirvientas, y ni siquiera tenían que lavar pañales. El Estado podía permitirse el lujo de pagarlas debido a que, según las normas del Partido que afectaban a los miembros de la revolución, los únicos autorizados para contraer matrimonio eran los funcionarios de alto rango, y éstos apenas producían descendencia.
La nodriza tendría apenas veinte años, y su propio hijo había nacido muerto. Se había casado con un miembro de una familia de terratenientes que para entonces había perdido los ingresos que antaño les proporcionara la tierra. No quería trabajar como campesina, pero quería permanecer con su marido, quien enseñaba y vivía en la ciudad de Yibin. A través de amigos comunes, se puso en contacto con mi tía y entró a vivir en casa de la familia Chang en compañía de su marido.
Poco a poco, mi madre comenzó a salir de su depresión. Tras el parto, se le permitió disfrutar de treinta días de vacaciones reglamentarias que pasó con su suegra y la tía Jun-ying. Sin embargo, cuando regresó al trabajo se trasladó a un nuevo puesto en la Liga de Juventudes Comunistas de la ciudad de Yibin, a la sazón ocupada en una absoluta reorganización de la región. La región de Yibin, que ocupa un área de unos diecinueve mil quinientos kilómetros cuadrados y cuenta con una población de más de dos millones de personas, fue nuevamente dividida en nueve condados rurales y una ciudad, Yibin. Mi padre se convirtió en miembro del comité de cuatro personas que gobernaba la totalidad de la región, así como en jefe del Departamento de Asuntos Públicos de la misma.
Aquella reorganización supuso el traslado de la señora Mi y la llegada de una nueva superiora para mi madre: la Jefa del Departamento de Asuntos Públicos de la ciudad de Yibin, bajo cuyo control se hallaba la Liga de las Juventudes. A pesar de las normas formales, la personalidad del superior resultaba para cualquier persona mucho más importante en la China comunista que en Occidente. La actitud del jefe es la actitud del Partido. El hecho de tener un jefe agradable puede suponer una diferencia esencial en la vida de cada uno.
La nueva jefa de mi madre era una mujer llamada Zhang Xi-ting. Tanto ella como su marido habían pertenecido a una unidad militar que formaba parte de las fuerzas encargadas de conquistar el Tíbet en 1950. Sichuan representaba el estacionamiento previo de las fuerzas destinadas a dicha región, que los chinos han consideraban poco menos que el quinto pino. Ambos habían solicitado ser licenciados y, en su lugar, habían sido enviados a Yibin. El marido de Zhang Xi-ting se llamaba Liu Jie-ting. Había cambiado su nombre a Jie-ting («Unido a Ting») como prueba de la admiración que sentía por su mujer. La pareja llegó a ser conocida como «los dos Tings».
En primavera, mi madre fue ascendida a Jefa de la Liga de Juventudes, un puesto importante para una mujer que aún no había cumplido los veinte años de edad. Para entonces, ya había recobrado su equilibrio y gran parte de su antigua vitalidad. Tal era, pues, la atmósfera en la que fui concebida, en junio de 1951.
9. «Cuando un hombre adquiere poder, hasta sus gallinas y perros conocen la gloria»
Mi madre pertenecía ahora a una célula del Partido compuesta por ella, la señora Ting y una tercera mujer que había formado parte del movimiento clandestino de Yibin y con la que se llevaba muy bien. El constante entrometimiento y las exigencias de autocrítica cesaron inmediatamente. Los miembros de su nueva célula no tardaron en pronunciarse a favor de su reconocimiento como miembro del Partido, consideración que le fue concedida en el mes de julio.
Su nueva jefa, la señora Ting, no era una mujer hermosa, pero su figura esbelta, su boca sensual, su rostro pecoso, sus ojos vivaces y su inteligente conversación destilaban energía y denotaban una poderosa personalidad. Mi madre no tardó en cobrar por ella un profundo afecto.
En lugar de atacarla como la señora Mi, la señora Ting dejaba que mi madre hiciera lo que quisiera, entre otras cosas leer novelas. Hasta entonces, la lectura de un libro de edición no marxista hubiera hecho caer sobre ella una lluvia de críticas acusándola de ser una burguesa intelectual. La señora Ting permitía a mi madre ir al cine sola, lo que constituía un considerable privilegio ya que en aquella época aquellos que se hallaban «integrados en la revolución» tan sólo podían ver películas soviéticas (e incluso eso sólo si formaban parte de un grupo organizado), mientras que los cines públicos de propiedad privada aún mostraban viejas películas norteamericanas tales como las de Charlie Chaplin. Otra cosa que significaba mucho para mi madre era el hecho de que ahora se le permitía bañarse en días alternos.