Transcurrida una temporada, mi madre se mostraba ya dispuesta a aceptar una disculpa y una reconciliación, y no hacía más que escrutar la verja de entrada para comprobar si Hu se encontraba allí. Una tarde en que nevaba copiosamente, le vio entrar en el patio acompañado de otro hombre. No se encaminó a la parte de la casa que ocupaba mi madre, sino que se dirigió en derechura a la zona en la que habitaba el inquilino de los Xia, un hombre llamado Yu-wu. Al cabo de un rato, Hu reemergió y se dirigió con paso apresurado a las habitaciones de mi madre. En tono urgente, le comunicó que abandonaba Jinzhou inmediatamente debido a que la policía le perseguía. Cuando mi madre le preguntó el motivo, todo lo que dijo fue: «Porque soy comunista», tras lo. cual desapareció en la nieve.
De pronto, a mi madre se le ocurrió que el incidente del cine debía de haber sido una misión clandestina del primo Hu. Sintió que se le partía el corazón, porque ahora ya no tendría ocasión de reconciliarse con él. Advirtió que su casero, Yu-wu, debía de ser también un comunista clandestino. El motivo por el que habían traído a Hu al domicilio de Yu-wu era para ocultarle. El primo Hu y Yu-wu no habían conocido sus respectivas identidades hasta aquella tarde. Ambos se daban cuenta que no cabía siquiera considerar la posibilidad de que el primo Hu se quedara allí, ya que su relación con mi madre era demasiado bien conocida, y si el Kuomintang acudía en su busca Yu-wu sería igualmente descubierto. Aquella misma noche, el primo Hu intentó alcanzar la zona controlada por los comunistas, situada a unos treinta kilómetros más allá de los límites de la ciudad. Poco después, cuando comenzaban a aflorar los primeros capullos de la primavera, Yu-wu recibió noticias de que Hu había sido capturado al abandonar la ciudad. Su acompañante había sido muerto a tiros. Un informe posterior afirmaba que Hu había sido ejecutado.
A lo largo de los últimos tiempos, mi madre se había ido volviendo más y más antikuomintang. Los comunistas constituían la única alternativa que conocía, y se había visto particularmente atraída por sus promesas de poner fin a las injusticias cometidas con las mujeres. Hasta entonces, con quince años edad, nunca se había sentido preparada para adoptar un compromiso total. La noticia de la muerte del primo Hu terminó de decidirla, y resolvió unirse a los comunistas.
5. «Se vende hija por diez kilos de arroz»
Yu-wu había llegado a la casa unos cuantos meses antes; llevaba una carta de presentación de un amigo común. Los Xia, que acababan de mudarse de su residencia prestada a una gran casa situada dentro de los muros y en las cercanías de la puerta norte, habían estado buscando un inquilino rico que les ayudara con el alquiler. Yu-wu llegó vistiendo el uniforme de oficial del Kuomintang y acompañado por una mujer -a la que presentó como su esposa- y un niño pequeño. De hecho, la mujer no era su esposa, sino su ayudante. El niño era de ella, y su verdadero esposo se encontraba en algún lugar remoto luchando con el Ejército regular comunista. Poco a poco, aquella «familia» se convirtió en una familia real. Posteriormente, llegaron a tener otros dos niños y sus respectivos cónyuges volvieron a casarse.
Yu-wu se había unido al Partido Comunista en 1938. Poco después de la rendición japonesa había sido enviado a Jinzhou desde Yan'an, ciudad que en tiempo de guerra era cuartel general de los comunistas, y se le había nombrado responsable de recoger y entregar información a las fuerzas comunistas situadas en los alrededores de la ciudad. Operaba bajo la identidad de jefe militar del Kuomintang, cargo que los comunistas habían conseguido comprarle. En aquella época, los puestos del Kuomintang, incluso dentro del sistema de inteligencia, se encontraban prácticamente al alcance del mejor postor. Algunas personas adquirían puestos para proteger a sus familias del reclutamiento forzoso y de los abusos de los matones; otros lo hacían para poder, a su vez, dedicarse a la extorsión económica. Debido a su importancia estratégica, Jinzhou contaba con numerosos oficiales, lo que facilitaba la infiltración comunista del sistema.
Yu-wu había planeado su papel a la perfección. Organizaba numerosas cenas y fiestas de juego, en parte para conseguir nuevos contactos y en parte para tejer una estructura protectora en torno suyo. Entremezclado con las constantes idas y venidas de oficiales del Kuomintang y de funcionarios del servicio de inteligencia discurría un interminable río de «primos» y «amigos». Siempre se trataba de personas diferentes, pero nadie hacía preguntas.
Yu-wu contaba con otro posible disfraz para aquellos frecuentes visitantes. La consulta del doctor Xia siempre estaba abierta, y los «amigos» de Yu-wu podían entrar desde la calle sin llamar la atención y luego atravesar la consulta hasta el patio interior. El doctor Xia toleraba las bulliciosas fiestas de Yu-wu sin poner objeciones, a pesar incluso de que su secta, la Sociedad de la Razón, prohibía el juego y el alcohol. Mi madre se sintió extrañada, pero lo atribuyó al carácter tolerante de su padrastro. Algunos años después, al volver la vista atrás, cayó en el convencimiento de que el doctor Xia había conocido -o adivinado- la verdadera identidad de Yu-wu.
Cuando mi madre se enteró de que su primo Hu había muerto a manos del Kuomintang, fue a ver a Yu-wu y le dijo que quería trabajar para los comunistas. Él la rechazó, aduciendo que era aún demasiado joven.
Mi madre se había convertido en un personaje bastante importante dentro de su escuela, y confiaba en que los comunistas terminarían por establecer contacto con ella. Lo hicieron, pero se tomaron el tiempo que consideraron preciso hasta comprobarlo todo sobre ella. De hecho, antes de partir hacia la zona comunista, su amiga Shu había hablado de mi madre con su propio contacto comunista, y posteriormente se lo había presentado como un amigo. Un día, aquel hombre se acercó a ella y le dijo de buenas a primeras que acudiera cierto día al túnel del ferrocarril situado a medio camino entre las estaciones norte y sur de Jinzhou. Allí, dijo, se pondría en contacto con ella un apuesto joven de veintitantos años de edad y acento de Shanghai. Aquel hombre, que como supo posteriormente se llamaba Liang, se convirtió en su control.
El primer trabajo que se le encomendó fue distribuir obras escritas tales como Acerca de los gobiernos de coalición, de Mao Zedong, y panfletos de la reforma agraria y otras políticas comunistas. Dicho material había de ser introducido en la ciudad de modo clandestino, por lo general oculto en grandes fardos de tallos de sorgo destinados a servir como combustible. A continuación, los panfletos eran reempaquetados y a menudo enrrollados en el interior de grandes pimientos verdes.
Algunas veces, la esposa de Yu-lin compraba los pimientos y vigilaba la calle para advertir la presencia de los compañeros de mi madre cuando acudían a recoger el material. También ayudaba a ocultar los panfletos entre las cenizas de las diversas estufas, bajo pilas de cajas de medicamentos chinos o montones de leña. Los estudiantes debían leer aquel material en secreto, aunque podían leerse novelas progresistas más o menos abiertamente: entre las favoritas se encontraba La madre, de Máximo Gorki.
Un día, un ejemplar de uno de los panfletos que había estado distribuyendo mi madre -La nueva democracia, de Mao- terminó por llegar a manos de una amiga de la escuela bastante despistada, quien lo introdujo en su bolso y se olvidó de su existencia. Cuando acudió al mercado, abrió el bolso para coger dinero y el panfleto cayó al suelo. Dos agentes del servicio de inteligencia que pasaban por allí lo reconocieron rápidamente por el papel delgado y amarillento en que estaba impreso. La muchacha fue detenida e interrogada. Murió torturada.
Numerosas personas habían muerto a manos de los servicios de inteligencia del Kuomintang, y mi madre sabía que se arriesgaba a ser torturada si la capturaban. Aquel incidente, lejos de intimidarla, aumentó su osadía. También su moral se vio enormemente estimulada por el hecho de que ahora se sentía parte del movimiento comunista.
Manchuria representaba el campo de batalla crucial de la guerra civil, y lo que sucediera en Jinzhou se estaba convirtiendo en un elemento más y más crítico para decidir el resultado de la lucha por el dominio de China. No existía un frente fijo en el sentido de línea única de batalla. Los comunistas controlaban la zona norte de Manchuria y gran parte de la campiña; el Kuomintang mantenía el control de las principales ciudades -con la excepción de Hairbin, situada en el Norte-, así como los puertos de mar y la mayor parte de las líneas de ferrocarril. A finales de 1947, los ejércitos comunistas de la zona superaban por primera vez en número a los de sus oponentes. A lo largo del año, más de trescientos mil soldados del Kuomintang habían sido puestos fuera de combate. Numerosos campesinos se unían al Ejército comunista o desplazaban sus simpatías para colaborar con él. El motivo principal de ello era que los comunistas habían desarrollado una reforma agraria basada en «la tierra para quien la trabaja», y los campesinos pensaban que el único modo de conservar sus tierras era prestarles su apoyo.
Por entonces, los comunistas controlaban gran parte de la zona de Jinzhou. Los campesinos se mostraban reacios a entrar en la ciudad para vender sus productos debido a que para ello tenían que atravesar los controles del Kuomintang, en los que o bien eran extorsionados y obligados a pagar enormes sumas o bien veían sus productos sencillamente confiscados. En la ciudad, el precio del grano se disparaba casi a diario, situación que empeoraba debido a las manipulaciones de comerciantes codiciosos y oficiales corruptos.