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Cuando Ramarren le emitió la leve y familiar señal de su relación en prechnoye, Orry comenzó a aspirar un tubo de pariitha. En el vívido y enajenante mundo de semialucinación que le procuraba, sus percepciones estaban embotadas y nada advertía.

—No has visto nada de la Tierra excepto este cuarto —dijo el vestido de mujer, Kradgy, en un áspero susurro. Ramarren era cauteloso con todos, pero Kradgy le inspiraba un temor o aversión instintivo; había una sombra de pesadilla en su enorme cuerpo bajo las flotantes vestiduras, en el largo y purpúreo pelo, en el áspero y preciso susurro.

—Quisiera ver algo más.

—Te mostraremos todo lo que desees ver. La Tierra está abierta para su honorable visitante.

—No recuerdo haber visto a la Tierra desde la Alterra, cuando entramos en órbita —dijo Ramarren en Galaktika, pero con duro acento Wereliano—. Ni recuerdo el ataque a la nave. ¿Pueden decirme a qué se debe eso?

La pregunta podía ser arriesgada, pero él tenía genuina curiosidad por conocer la respuesta, era el único blanco que persistía en su doble memoria.

—Tú te encontrabas en la condición que nosotros llamamos acronía —replicó Ken Kenyek—. Saliste de la velocidad luz justo al llegar a la Barrera, puesto que tu nave no tenía retemporalizador. En ese momento y durante algunos minutos u horas después, estuviste inconsciente o demente.

—No habíamos tenido ese problema en nuestras cortas travesías a velocidad luz.

—Cuanto más largo el vuelo, más fuerte la Barrera.

—Fue una empresa valiente —dijo Abundibot en su crujiente susurro y con su habitual floripondio—, ¡un viaje de ciento veinticinco años luz en una nave apenas probada!

Ramarren aceptó el cumplido sin corregir el número.

—Vengan, Señores, mostrémosle a nuestro huésped la Ciudad de la Tierra… —simultáneamente con las palabras de Abundibot, Ramarren captó una comunicación telepática entre Kradgy y Ken Kenyek, pero no el sentido de la misma; estaba demasiado concentrado en mantener su propia guardia para poder escuchar telepáticamente o recibir una significativa impresión empática.

—La nave en la cual vuelvas a Werel —dijo Ken Kenyek— estará, por supuesto, pertrechada con un retemporalizador y no padecerás perturbaciones al ingresar nuevamente en el espacio planetario.

Ramarren se había levantado, más bien desmañadamente… Falk estaba acostumbrado a las sillas pero no Ramarren, pues se había sentido incómodo encaramado en medio del aire, pero ahora permaneció inmóvil y despues de un momento, preguntó:

—¿La nave en la cual retornemos?…

Orry miró hacia arriba con brumosa esperanza. Kradgy bostezó, mostrando fuertes y amarillos dientes. Abundibot dijo:

—Cuando hayas visto todo lo que deseas ver sobre la Tierra y hayas aprendido todo lo que desees aprender, tenemos una nave de velocidad luz dispuesta para ti, para tu viaje de regreso a Werel… tú, Lord Agard y Har Orry. Nosotros viajamos muy poco. Ya no hay guerras; no necesitamos comerciar con otros mundos; y no deseamos llevar a la bancarrota a la pobre Tierra nuevamente, por causa del inmenso costo de las naves de velocidad luz, meramente con el propósito de satisfacer nuestra curiosidad. Nosotros, los Hombres de la Tierra, somos ya una vieja raza; nos quedamos en casa, cuidamos el jardín y no nos entremetemos ni exploramos el exterior. Pero tu Viaje debe de completarse, tu misión debe de cumplirse. La Nueva Alterra te espera en nuestro espaciopuerto, y Werel aguarda tu regreso. Es una verdadera lástima que tu civilización no haya descubierto, otra vez, el principio ansible, de modo que pudiéramos establecer contacto con ellos. En la actualidad, supongo, deben de tener el trasmisor instantáneo; pero no podemos enviarles señales porque no conocemos las coordenadas.

—Es cierto —dijo Ramarren cortésmente.

Hubo una ligera y tensa pausa.

—Me parece que no comprendo —dijo.

—El ansible…

—Entiendo qué hacía el transmisor ansible, aunque no cómo lo hacía. Como tú dices, señor, cuando partí de Werel no habíamos redescubierto los principios de las transmisión instantánea. Pero no entiendo qué te impedía la tentativa de hacer señales a Werel.

Terreno peligroso. Estaba alerta ahora, controlándose, como un jugador del juego y no como una pieza que ha de ser movida: y sentía la eléctrica tensión detrás de los tres rígidos rostros.

—Prech Ramarren —dijo Abundibot—, como Har Orry era demasiado joven para haber aprendido las exactas distancias implicadas nunca tuvimos el honor de conocer con exactitud dónde estaba situado Werel, aunque, por supuesto, tenemos una idea general. Como ha aprendido muy poco el Galaktika, Har Orry no ha sido capaz de decirnos el nombre Galaktika del sol de Werel, que sería muy significativo para nosotros, que compartimos el lenguaje tuyo como herencia común de los días de la Liga. Por lo tanto, nos hemos visto obligados a esperar tu ayuda, antes de poder establecer contacto ansible con Werel o de preparar las coordenadas en la nave que está preparada para ti.

—¿No conoces el nombre de la estrella en cuyo derredor gira Werel?

—Ese es, desgraciadamente, el caso. Si tú nos lo dijeras…

—No puedo decirlo.

Los Shing no podían sorprenderse; estaban demasiado absortos en ellos mismos, eran demasiado egocéntricos. Abundibot y Ken Kenyek nada registraron. Kradgy dijo en su extraño, monótono y preciso susurro:

—¿Quieres decir que tampoco tú lo sabes?

—No puedo decir el Verdadero Nombre del Sol —dijo serenamente Ramarren.

Esta vez captó el relámpago de comunicación telepática de Ken Kenyek a Abundibot:

—Te lo dije.

—Pido perdón, prech Ramarren, por mi ignorancia que me indujo a preguntar sobre un tema prohibido. ¿Me perdonarás? No conocemos vuestras costumbres, y aunque la ignorancia es una pobre excusa, es todo lo que puedo ofrecerte —Abundibot seguía crujiendo cuando, de pronto, Orry lo interrumpió, con sobresalto:

—¿Prech Ramarren, tú… tú serás capaz de proyectar las coordenadas de la nave? ¿Recuerdas tus conocimientos de… de Piloto?

Ramarren se volvió hacia él y le preguntó con tranquilidad:

—¿Quieres volver a casa, vesprechna?

—¡Sí!

—Dentro de veinte o treinta días, si están de acuerdo estos Amos que nos ofrecen un regalo tan grande, retornaremos en su nave a Werel. Lo siento —prosiguió, volviéndose a los Shing— porque mi mente y mi boca están cerradas para vuestra pregunta. Mi silencio es una mezquina ofrenda a cambio de vuestra generosa franqueza —si hubieran utilizado la comunicación telepática, pensaba, el intercambio hubiera sido mucho menos cortés; porque él, a diferencia de los Shing, no era capaz de mentir mentalmente, y por lo tanto, probablemente no hubiera dicho una sola palabra de las últimas.

—¡No importa, Amo Agard! ¡Es tu retorno a salvo, no nuestras preguntas, lo que cuenta! En la medida en que puedas programar a la nave, y todos nuestros registros y computadoras de ruta están a tu disposición cuando las necesites, entonces la pregunta estará contestada —y, en verdad que así era, porque si pretendían saber dónde se encontraba Werel, sólo tenían que examinar el rumbo que él programara en su nave. Después de eso, si aun desconfiaban de él, podrían nuevamente destruir su memoria y explicarle a Orry que la restauración de su memoria finalmente le había producido el derrumbe. Enviarían, entonces, a Orry para entregar el mensaje en Werel. Todavía desconfiaban de él, por cierto, porque sabían que él podía detectar su mentira mental. Si existía alguna salida para la trampa, todavía no la había descubierto.