Dio las instrucciones pertinentes. La muerte no finaliza con la muerte: es preciso concluirla con instrucciones económicas y burocráticas. Su padre siempre había deseado yacer bajo los escombros de la Roma milenaria. Toda su vida se había sentido más romano que británico, y ésa era justamente la palabra: romano. En realidad despreciaba Italia y ni siquiera se había preocupado de aprender a hablar correctamente el italiano. Era Roma lo que le importaba, la grandeza de tener un imperio bajo los pies. «Ahora lo tendrás sobre los pies. Disfrútalo, papá», había pensado ella. El traslado del cadáver iba a costarle casi tanto dinero como el traslado de sus cuadros.
Su padre viajaría en una caja hacia Roma. Los cuadros de su despacho de Amsterdam viajarían en vuelos privados hacia Londres. «Un buen resumen de mi vida», supuso.
Guardó el espejito en el bolso, lo cerró y lo depositó a sus pies.
Aún no había decidido lo que haría cuando llegara a Londres. Tenía treinta años, y suponía que le quedaban más o menos los mismos de actividad profesional. Trabajo no le iba a faltar, desde luego, y ya había recibido varias ofertas de empresas de seguridad de obras de arte que querían contar con ella. Pero, por primera vez, había decidido tomarse un respiro. Se encontraba sola y disponía de todo el tiempo del mundo. Quizá más del que imaginaba. Allí arriba, en el vacío, flotando sobre las nubes londinenses, con su única familia y su único trabajo muertos para siempre, la señorita Wood pensó que, a lo mejor, disponía de toda la eternidad.
Unas vacaciones. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de unas buenas vacaciones. Quizá se marchara a Devon. En verano, Devon era ideal. Tenías tranquilidad o diversión, según quisieras. Estaba decidido: iría a Devon.
Inmediatamente después de pensar esto, cayó en la cuenta de que Hirum Oslo vivía en Devon. Pero no había pensado en Hirum hasta ese momento. Por supuesto, no descartaba hacerle una visita y preguntarle todas aquellas cosas que se habían quedado en el tintero (por qué había pagado a una retratista para que hiciera un cuadro con una fotografía suya, por ejemplo). Pero ahora no se planteaba la posibilidad de ver de nuevo a Hirum. No creía que viajar a Devon tuviese ninguna relación con visitarlo.
En modo alguno.
De cualquier forma, si se aburría, podía hacerlo.
El dinero es arte, pensó Jacob Stein. La nueva frase parecía equivalente al célebre aserto de Van Tysch, pero en realidad le daba un giro completo a las cosas. Sin embargo, se comprobaba con los hechos. Durante aquellos días había realizado varias jugadas maestras. Se había reunido en privado con Paul Benoit, Franz Hoffmann y Saskia Stoffels y les había contado toda la verdad. Luego habían tomado algunas rápidas decisiones. Dos días después informó a los inversores. Para ello, reunió a sus representantes en una residencia de la isla jónica de Cefalonia, a diez kilómetros al norte de Agios Spyridion, y decoró el lugar con artesanía de Van der Gaar, Safira y Mordaieff. También adquirió, sólo para la ocasión, cinco novísimas y bien entrenadas Lenguas adolescentes de Mark Rodgers.
– Hemos logrado controlar la situación e incluso sacar beneficios -les dijo-. Hemos dicho que Bruno van Tysch se ha suicidado, lo cual es rigurosamente cierto. Hemos aclarado que lo sucedido con el Cristo fue un accidente del que nadie es enteramente responsable, aunque dejamos entrever que Van Tysch sabía lo que iba a ocurrir y lo había diseñado así. El público perdona a los locos y a los muertos con mucha rapidez. Por supuesto, hemos revelado las andanzas de Póstumo Baldi hasta cierto punto. Dijimos que estaba loco y que pensaba atentar contra Susana sorprendida por los ancianos. Todo esto ha provocado una verdadera conmoción. Aún es muy pronto para llegar a cifras definitivas, pero las obras de «Rembrandt» han experimentado desde la semana pasada una subida espectacular sobre el valor inicial. En el caso del Cristo, por ejemplo, el precio se ha disparado hacia las nubes. Y con Susana sucede lo mismo. Precisamente por eso hemos desmantelado la colección «Rembrandt» y hemos decidido enviar a las figuras originales a casa tras quitarles la imprimación y borrarles la firma. De esta forma podremos empezar a mover a los sustitutos. Ahora que el Maestro ha desaparecido y ningún sustituto puede obtener su aprobación, resulta imprescindible restar importancia a los originales y utilizar sustitutos desde el principio para que los coleccionistas se acostumbren. Si no, corremos el riesgo de que los cuadros bajen de precio casi hasta el nivel de las copias no oficiales.
Mientras el sol jónico le doraba el rostro descruzó las piernas, cambiando de sitio los pies. La Lengua tendida en el suelo frente a él, completamente desnuda y pintada de rosa y blanco, ciega y sorda por los cobertores, tanteó con su cabeza trigueña hasta tropezar con el otro zapato y siguió lamiendo.
– Hemos decidido no revelar la destrucción de los originales de Desfloración y Monstruos -prosiguió-. Las partes interesadas en el asunto guardarán silencio y nosotros sustituiremos ambos cuadros en secreto. En cuanto al tránsito…
Stein hizo una pausa mientras se arrellanaba en el asiento. Al hacerlo, notó que la espalda que soportaba la presión de la suya cedía un poco. No era un defecto de diseño: simplemente, el adorno se acomodaba para complacerlo mejor. A pesar de su esbeltez, los dos atléticos cuerpos que formaban la Butaca de Mordaieff estaban lo bastante entrenados como para resistir su peso. De vez en cuando los ligerísimos temblores del juvenil trasero donde él apoyaba el suyo lo hacían mecerse con suavidad, pero eran temblores ajustados, contenidos, delicados. Mordaieff hacía buenos muebles. Podía escribirse con bonita caligrafía sobre aquellos asientos de carne; podía ilustrarse un libro miniado sin que el pulso fracasara. Y lo mejor de todo: era muy agradable llevar la mano hacia ellos y tocarlos mientras se hablaba de negocios.
– Fuschus, el tránsito fue bastante sencillo, créanme -dijo.
En realidad, no tanto, pero estaba intentando transmitirles la idea de que el dinero lo resolvía todo. Lo cual era falso, desde luego, pero podía resultar cierto en el futuro con una sola condición: con más dinero.
Un par de años antes había visto por primera vez una obra de Vicky Lledó. Era Líneas corporales. Se exhibía en Londres durante una muestra de artistas residentes en la ciudad. No le agradó mucho el lienzo, que era de nacionalidad británica y se llamaba Shelley, pero Stein sabía reconocer un buen cuadro pintado sobre un lienzo mediocre. Por supuesto, no le dijo nada a nadie. Meses después, cuando el lienzo fue sustituido, Stein empaquetó a Shelley y se la llevó a Amsterdam con la excusa de unas pruebas, aunque no la entrevistó personalmente. Entusiasmada, Shelley contestó a todas las preguntas. El cuestionario incluía cierta indagación sobre el carácter y la vida privada de la señorita Lledó. Stein guardó aquella información para el futuro. Era necesario preparar el traspaso de poderes -el «tránsito», como lo llamaban los inversores- porque Van Tysch estaba declinando, y aunque Stein sabía que el Maestro todavía no había dicho su última palabra, resultaba imprescindible anticiparse. Llevaba meses guardando información sobre pintores desconocidos. Todo el mundo tenía pánico al tránsito. Stein tenía pánico al pánico de todo el mundo. Se propuso enseñarles que el milagro de procrear a un genio es mucho más fácil que el esfuerzo de prolongarle la vida.
A principios de 2006 ya había decidido que la heredera sería Vicky Lledó. Que la balanza de la posteridad se inclinara a favor de Lledó tenía sus ventajas: era mujer, y eso le daría un giro notable a la concepción machista que ciertos sectores tenían del arte HD; no era holandesa, con lo cual se demostraba que la Fundación Van Tysch acogía con agrado a cualquier artista europeo; por último, frenaría la preocupante ascensión al poder de gente como Rayback. Otorgarle a Vicky aquel pequeño premio de la Fundación Max Kalima había sido el primer paso. «Puedo asegurarles que el Maestro ha visto la obra de Lledó, y está fascinado», dijo a los inversores. Era falso. El Maestro no veía nada más allá de sí mismo. Stein estaba seguro de que ignoraba hasta la existencia de una joven artista española llamada Vicky Lledó. A Van Tysch sólo le importaba la elaboración de su canto del cisne, su adiós al mundo, su última y más arriesgada obra. Stein había tomado todas las decisiones.