Выбрать главу

– Todas estas casas pertenecen a la Fundación -explicó Gerardo-. Aquí abocetamos a la mayoría de las figuras. Preferimos este ambiente porque nos permite estar aislados. Antes, todos los bocetos se hacían en el Viejo Atelier, que está en Amsterdam, en el barrio de Plantage. Pero ahora abocetamos acá y, si es necesario, perfilamos en el Atelier.

Gerardo se comportaba como si se sintiera liberado. Apoyaba con delicadeza una mano en su hombro para indicarle cosas y sonreía espléndidamente. Era como si la atmósfera del trabajo en el interior de la casa lo agobiara a él aún más que a ella. Caminaron por la cuneta escuchando una banda sonora de campo civilizado: piar de pájaros entremezclado con trasiego de maquinaria lejana. De vez en cuando un avión subrayaba el cielo con su breve rugido. A Clara le dolían un poco los músculos de la espalda. Pensó que podía deberse a las forzadas posturas de la mañana. Se asustó, porque no quería estropearse en plena fase de bocetos. Estaba pensando en eso cuando Gerardo volvió a hablar.

– Esto es un descanso. Descanso oficial, quiero decir. Me comprendes, ¿no?

– Ajá.

– Puedes hablar con tranquilidad.

– Vale.

Lo comprendía perfectamente. Algunos pintores con los que había trabajado utilizaban consignas para avisarle de que el trabajo hiperdramático se había interrumpido. Con lienzos humanos a veces era necesario separar lo que era la realidad del borroso contorno del arte. Gerardo quería decirle que, a partir de ese instante, él sería él, y ella, ella. Le avisaba de que había dejado atrás los pinceles y deseaba pasear y charlar un rato. Después, todo continuaría.

Sin embargo, aquella decisión la confundía. Los descansos constituían una práctica habitual en cualquier sesión de pintura HD, pero era preciso determinar con cuidado el momento exacto en que se producían, porque toda la construcción pictórica podía venirse abajo en un abrir y cerrar de ojos. Y aquel momento no le parecía a ella el más indicado. El día anterior, el mismo joven con quien ahora paseaba la había amenazado para que aceptara someterse a los caprichos sexuales de su colega. Había sido una pincelada especialmente intensa, pero también muy frágil, un contorno sutil que podía estropearse si no se dejaba secar. Quiso creer que Gerardo sabía lo que estaba haciendo. Además, aquel descanso también podía ser fingido.

Tras un silencio, Gerardo la miró. Sonrieron.

– Eres un lienzo muy bueno, amiguita. Te lo digo por experiencia. Material de primera clase, caramba.

– Gracias, pero me considero del montón -mintió Clara.

– No, no: eres muy buena. Justus opina lo mismo.

– Vosotros tampoco sois malos.

La incomodidad que experimentaba era cada vez mayor. Hubiese preferido regresar de inmediato a la casa y entregarse a una situación hiperdramática tensa. Aquella charla banal con uno de los asistentes técnicos le daba miedo. Le parecía inconcebible que Gerardo quisiera desarrollar con ella un aburrido intercambio del tipo de: «¿Qué te gusta hacer a ti y qué me gusta a mí?». Ella sólo podía soportar a Jorge en tales conversaciones, pero Jorge era su vida cotidiana, no el arte.

«Cálmate -pensó-. Déjale llevar las riendas. Es un pintor de la Fundación, un profesional. No va a cometer ninguna torpeza con su lienzo.»

– Justus es mejor que yo -continuó diciendo Gerardo-. En serio, amiguita: es un pintor extraordinario. Yo llevo dos años de asistente. Antes trabajaba de aprendiz de artesano. A Justus acababan de ascenderlo a senior. Nos hicimos amigos, y me recomendó para este puesto. He tenido mucha suerte, no contratan a cualquiera. Además, no me gustaba pintar adornos, ¿sabes? Lo mío son las obras de arte.

– Ya.

– Pero lo que de verdad me gustaría es convertirme en pintor profesional independiente. Tener, incluso, mi propio taller y mis lienzos contratados. Lienzos como tú: buenos y caros. -Ella se echó a reír-. Se me ocurren muchas ideas, sobre todo para exteriores. Me gustaría dedicarme a vender exteriores para coleccionistas de países cálidos.

– ¿Por qué no lo haces? Es un mercado que está bien.

– Se necesita dinero para montar un taller así, amiguita. Pero un día lo haré, no creas. Por ahora me conformo. Estoy ganando bastante plata. No todo el mundo llega a ser asistente técnico en la Fundación Van Tysch.

Clara había dejado de irritarse por el tono de suficiencia de Gerardo. Lo admitía como parte de su gran vulgaridad. Lo que le irritaba cada vez más era aquel diálogo. Estaba deseando regresar a la casa a continuar con los bocetos. Ni siquiera el bello paisaje y el aire libre que la rodeaban lograban mejorar su ánimo.

– ¿Y tú? -preguntó él.

La miraba sonriendo.

– ¿Yo?

– Sí. ¿Qué es lo que deseas? ¿Cuál es tu mayor aspiración en la vida?

Ella no demoró ni un segundo en responder.

– Que un pintor haga una gran obra conmigo. Una obra maestra.

Gerardo sonrió.

– Tú ya eres una obra muy bonita. No necesitarías que nadie te pintara.

– Gracias, pero no me refería a obras bonitas sino maestras. Una gran obra. Una obra genial.

– ¿Te gustaría que hicieran contigo una obra genial, aunque fuera fea?

– Ajá.

– Yo pensé que te gustaba ser bonita.

– No soy una modelo de pasarela, soy un lienzo -replicó ella con más brusquedad de la que deseaba.

– Cierto, nadie dice lo contrario -dijo Gerardo, y hubo una pausa. Entonces él se volvió hacia ella otra vez-: Perdona la pregunta, pero ¿puedo saber por qué? O sea, ¿por qué tienes tantos deseos de que alguien haga una gran obra contigo?

– No lo sé -respondió ella, sincera. Se había detenido a contemplar las flores que flanqueaban la vereda. Entonces se le ocurrió una comparación-. Supongo que un gusano tampoco sabe por qué quiere ser mariposa.

Gerardo reflexionó.

– Eso que acabas de decir es muy bonito, pero no del todo cierto. Porque un gusano está destinado a ser mariposa debido a la naturaleza. Pero las personas no somos obras de arte por naturaleza. Tenemos que fingir.

– Es verdad -admitió ella.

– ¿Nunca te has planteado dejar la profesión? ¿Empezar a ser tú misma?

– Ya soy yo misma.

Gerardo se volvió hacia los árboles.

– Ven. Quiero enseñarte algo.

«Todo esto es un truco -pensó Clara-. Una trampa para oscurecerme el color. Quizás Uhl está escondido en algún sitio y ahora…»Vadearon la cuneta y continuaron por el bosque. Él le tendió la mano al descender una cuesta. Llegaron a un claro poligonal acotado por árboles de hojas relucientes y troncos castaños que parecían barnizados. Olía a algo curioso, imprevisto. A Clara le recordó el olor de las muñecas nuevas. Se oía un ruido extraño: un trino artificial, como el que podría producir la brisa al remover una barroca lámpara de araña. Por un instante miró a su alrededor intentando averiguar la causa de aquel misterioso tintineo. Entonces se acercó a uno de los árboles y comprendió. Quedó fascinada.

– A esta zona la llamamos Plastic Bos, «el bosque de plástico» -explicó Gerardo-. Los árboles, las flores y el césped son falsos. El sonido que oyes es el de las hojas de los árboles cuando el viento las mueve: están elaboradas en un material muy delicado y suenan como pedacitos de cristal. Usamos este lugar para abocetar exteriores durante todos los días del año. Así no dependemos de la naturaleza, ¿comprendes? Da igual que sea verano o invierno: aquí los árboles y la hierba siguen verdes.

– Es increíble.

– A mí me parece horrible -replicó él.