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Conocer a Emma Thorderberg le hizo decir que sí cuando, pocos años después, Jacob Stein lo llamó para convertirlo en supervisor de Seguridad de la Fundación. Bosch se consuela pensando que no fue la tentación de la cuantiosa subida de sueldo lo que le impulsó a dejar la policía (no sólo eso, al menos). Proteger obras de arte significaba para Bosch lo mismo que proteger personas. Las cosas, al final -como diría Hendrickje- terminan alcanzando el equilibrio.

La tercera foto es una instantánea dedicada de su preciosa sobrina Danielle, la hija de su hermano Roland. Roland Bosch, cinco años menor que Lothar, había estudiado medicina y se había especializado en otorrinolaringología. Poseía una excelente consulta privada en La Haya, pero era de esa clase de sujetos que sólo son felices cuando hacen algo inusitado: deportes de riesgo, inversiones repentinas en Bolsa, compras y ventas sorprendentes, cosas así. A la hora de buscar novia eligió a una bellísima y famosa actriz de la televisión alemana a la que conoció en Berlín. Rebasó con éxito la tara de fealdad de los Bosch y presumía de haber logrado que su única hija heredara el físico de la madre. Danielle Bosch era preciosa, en efecto, pero también era una niña de diez años de edad, y Bosch opinaba que no se merecía una familia como aquélla. Roland y Hannah la habían educado con un espejo mágico que todos los días le rendía pleitesía. El año anterior quisieron que su pequeña divinidad hiciera cine. La llevaron a varios castings, pero Danielle interpretaba bastante mal y su tono de voz era un poco demasiado grave. Fue rechazada, para disgusto de sus padres y felicidad de su tío Bosch. Las cosas, sin embargo, habían tomado un nuevo e insospechado rumbo hacía tan sólo dos meses: Roland se había propuesto educar a Danielle en serio y la había matriculado como interna en un colegio privado de La Haya. Bosch estaba sorprendido con la noticia, pero al mismo tiempo se preocupaba por Danielle. Quería saber qué tal se encontraba la niña en ese ambiente tan alejado de la inútil complacencia de sus padres. Amaba a Danielle con una locura sólo explicable en un cincuentón viudo y sin hijos, pero no a la Danielle que estaban criando Roland y Hannah, sino a la niña que, a veces, compartía sonrisas y pensamientos con él. Hendrickje no había podido conocer a Danielle, pero Bosch estaba seguro de que se hubieran llevado bien. De hecho, Hendrickje y Roland hacían buenas migas.

El mundo, según Lothar Bosch, se divide en dos clases de seres: los que saben vivir y los que protegen a los que saben vivir. Gente como Hendrickje o su hermano Roland pertenecen a la primera categoría; Bosch es de la última.

Ahora observa el retrato de Danielle de hito en hito mientras Nikki Hartel entra en su despacho.

– Creo que tenemos algo, Lothar.

El despacho de April Wood se encuentra en la sexta planta del Nuevo Atelier y está repleto de cuadros. Son desnudos o casi desnudos en color carne. Ningún artificio, ningún color fascinante, ninguna complejidad. A Wood le gusta el arte abstracto corporal, donde las figuras se muestran como meras anatomías vírgenes en tonos uniformes, siempre caucásicas, casi todas femeninas, con talle de bailarinas o acróbatas. Cuestan mucho dinero, pero ella lo tiene. Y la Fundación le permite decorar su despacho a placer. Casi todas las obras son de autores británicos de la nueva hornada. Junto a la puerta se exhibe un Jonathan Bergmann titulado Culto al cuerpo que gusta a Bosch especialmente, quizá por su hermosa posición de ballet. De pie al fondo, con las piernas abiertas y las manos en la cintura, se planta un Alec Storck pintado con bronceadores y filtros solares de diversa gradación. También hay tres originales de Morris Bird: una chica en azul lunar que hace el pino frente a la ventana, un chico que se equilibra sobre una sola pierna cerca de la mesa -cuyas nalgas amarillas rozan el cable del teléfono- y una chica ocre y fucsia que se agacha en el suelo en postura de rana a punto de saltar.

Por acostumbrado que estuviera, a Bosch siempre le causaba cierta impresión entrar en aquel despacho.

– ¿Sí?

– April, hay buenas noticias.

Ella estaba allí, de pie, paseando con las manos a la espalda, vestida con una pieza tubular en gris plata. («Juana de Arco en armadura», pensó él.) Era como una reina en medio de estatuas desnudas. Su semblante mostraba preocupación.

– Vamos a la salita -dijo.

La salita comunicaba con el despacho a través de un breve pasillo de paredes de espejo. Se trataba de una pequeña habitación sin ventanas y sin decoración humana. Wood cerró la puerta para que los cuadros no pudiesen oírlos y ofreció a Bosch un asiento; ella ocupó el otro. Bosch le entregó los documentos que Nikki le había llevado. Contenían varias impresiones láser en papel de foto.

– Fíjate en esta mujer rubia. Fue filmada en tres ocasiones diferentes por la cámara de entrada en el Museumsquartier de Viena durante el mes de mayo. Ahora observa a este hombre. Filmado por las mismas cámaras cuatro veces y en días distintos a los de la chica. Y lo más increíble. -Mostró un tercer papel con una caricatura informática-. El análisis morfométrico de los rostros ofrece datos muy similares. Con un ochenta por ciento de probabilidad, se trata de la misma persona.

– ¿Y en Munich?

– Aquí están los resultados. Tres visitas ella, dos visitas él, días alternos, durante la segunda quincena de mayo.

– Perfecto. Ya lo tenemos. Dispuso de tiempo suficiente para regresar a Viena y convertirse en la indocumentada. Pero estaría más que perfecto si pudiéramos compararlo con un falso Díaz o un falso Weiss…

– Sorpresa.

Bosch le entregó otro papel. Al inclinarse hacia Wood, apreció la palidez de su rostro ensombrecido por el flequillo. «Se maquilla como un antiguo faraón, Dios mío, como si tuviera miedo de que alguien la contemplara al natural.» También era cierto que desde que habían regresado de Munich la encontraba distinta. Suponía que el trabajo la desmejoraba pero se preguntaba si le ocurría algo más. Tendió un tembloroso índice hacia la foto: eran dos hombres, uno de espaldas y otro de frente. El que estaba de frente era de complexión atlética, llevaba el pelo largo y gafas de sol.

– La imagen está grabada por la cámara del hotel Wunderbar. Se trata del momento en que el falso Weiss llegó al hotel el martes por la tarde para hacer la obra de Gigli. El hombre de espaldas es uno de nuestros agentes y está revisando su documentación. Hemos procesado la imagen de inmediato. Los análisis morfométricos coinciden en un noventa y ocho por ciento con los del hombre de Viena y Munich y en un noventa y cinco por ciento con la mujer. La probabilidad de falsos positivos es del catorce por ciento. Se trata de la misma persona, April, estamos casi seguros.