Gerardo sostenía el espejo donde flotaba su rostro como un regalo valioso.
– Ya puedo verte sonreír -dijo, muy serio-. Trabajito me ha costado, amiguita. Pero ya me sonríes.
A Clara le impresionaba su seriedad. Le parecía que lo había juzgado mal desde el principio. Era como si lo viera por primera vez. Como si hubiera algo dentro de Gerardo mucho más sabio y maduro que él mismo o que sus palabras. Pensó por un instante que el rostro de Gerardo también estaba pintado, delineado como el suyo, aunque con sombras borrosas. Fue una alucinación fugaz, pero por un momento le pareció que el secreto de la vida consistía en llegar más allá del dibujo de los rostros y alcanzar a las personas que yacen detrás.
No supo cuánto tiempo permaneció así, sentada frente a aquel espejo que él sostenía, mirándolo y mirándose. En un momento dado, volvió a oír su voz. Pero el espejo ya no estaba y Gerardo se inclinaba hacia ella con el semblante crispado, muy nervioso.
– Clara… Clara, ya está ahí… He oído su coche… Escúchame… Haz todo lo que él te diga… No discutas su manera de trabajar, ¿oíste…? Sobre todo, por encima de todo, no le discutas… Y no te sorprendas de que te pida cualquier cosa… Es un tipo muy extraño… Le gusta confundir a los lienzos… Ten cuidado con él. Ten mucho cuidado.
En ese instante oyeron la voz de Uhl llamándolos. Palabras en frenético holandés, ruido de puertas. Corrieron hacia el salón, pero no había nadie. La puerta de entrada estaba abierta y se oía una conversación en el porche. Avanzaron hacia allí y Clara se paró en seco.
Había un hombre de espaldas charlando con Uhl. El sol de la tarde recortaba su silueta a contraluz: una sombra austera y negra.
Uhl vio a Clara e hizo un gesto. Estaba muy pálido.
– Te presento… Te presento al señor Bruno van Tysch -dijo.
Entonces el hombre se volvió lentamente hacia ella.
TERCER PASO
Ahora es necesario perfilar a los personajes: otorgarles un aspecto, una entidad. Cuando los personajes quedan dibujados, sólo entonces puede afirmarse que el cuadro se acaba.
Tratado de pintura hiperdramática
Bruno van Tysch
– La cuestión es… si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes. -La cuestión es… saber quién es el que manda, eso es todo.
Carroll
El personaje sentado tras el escritorio es un hombre maduro y corpulento. Lleva un traje impecable de color azul oscuro y una tarjeta roja colgada del bolsillo superior de la chaqueta. Está sentado en el centro de un escritorio en ángulo obtuso con tres fotos enmarcadas en uno de los lados. La luz que llega desde atrás a través de dos ventanas altas incide en su calva bastante notoria, asediada de cabellos encanecidos. Sus rasgos poseen cierta nobleza: ojos garzos, nariz aguileña, labios finos, arrugas de un envejecimiento inclemente pero distinguido. Parece muy concentrado en lo que le dicen, pero, si lo observamos con más detenimiento, quizá lleguemos a la conclusión de que sólo finge concentración. El cansancio y la preocupación lo dominan, es incapaz de entender las palabras que le dirigen y, por tanto, apenas escucha. Tiene dolor de cabeza. Por si fuera poco, es lunes. Lunes 3 de julio de 2006.
– ¿Qué te ocurre, Lothar? Te veo perdido en el espacio.
Alfred van Hoore (que era quien había hablado) y su colaboradora Rita van Dorn lo miraban con los ojos muy abiertos. Discutían en aquel momento (o habían estado discutiendo en el instante previo al trance de Bosch) sobre la distribución de agentes de Seguridad camuflados entre los invitados a la presentación a la prensa de la colección «Rembrandt» del día 13 de julio. Van Hoore opinaba que era necesaria cierta protección adicional para el Jacob lucha contra el ángel, la única obra de la colección que se exhibiría ese día. Los dos agentes colocados a ambos lados no eran suficientes -opinaba Van Hoore- para impedir que alguien de la primera fila saltara hacia el podio con un arma cortante y dañara a Paula Kircher o Johann van Allen, los dos lienzos que componían el Jacob. Resultaban necesarios otros dos de refuerzo en el área central porque un ataque desde esta posición no podría ser repelido a tiempo desde los ángulos. Luego estaban los peligros a larga distancia. Le mostró a Bosch una simulación de ordenador donde un supuesto terrorista arrojaba un objeto hacia el cuadro desde cualquier punto del salón. Al joven Van Hoore le encantaban las simulaciones, y las diseñaba él mismo. Había aprendido a hacerlo mientras coordinaba la vigilancia de exposiciones en Oriente Medio. Bosch pensaba que a Van Hoore le hubiera gustado ser director de cine: movía los muñecos informáticos de un lado a otro como si fueran actores, los dotaba de vestidos y gestos humanos. Fue durante el desarrollo de la simulación cuando Bosch se despistó. No soportaba aquellos dibujos animados.
– Quizás es que estoy cansado -adujo como disculpa y tamborileó con los dedos sobre la mesa-. Pero me parece muy interesante lo que planteas, Alfred.
Las pecas en el juvenil semblante de Van Hoore se riñeron de rojo.
– Me alegro -dijo-. Mi razonamiento es muy sencillo: si dejamos que Seguridad Visual controle a los invitados nadie intentará hacer nada junto a ellos. Un supuesto terrorista se alejaría de Seguridad Visual en cuanto pudiera. Es necesario que algunos de nuestros hombres formen parte de un nuevo equipo que he bautizado como Seguridad Visual Secreta. Irán de paisano, sin identificaciones, y enviarán señales de alarma a Seguridad de Intervención…
Jacob lucha contra el ángel era el primer original de la colección «Rembrandt» que se presentaría al público. Toda precaución, por tanto, era poca. Nadie había visto aún la obra, pero se sabía que sus figuras eran Paula Kircher (Ángel) y Johann van Allen (Jacob) y que estaba basada en el óleo de Rembrandt del mismo título. Las vestimentas serían mínimas y sus cuerpos billonarios y firmados a mano por Van Tysch estarían arriesgadamente expuestos durante las cuatro horas que duraría la fiesta de presentación. Los departamentos de Seguridad y Conservación andaban desesperados con aquel tema.
– Me pregunto -observó Rita- por qué no podemos convertir la mitad de la Seguridad Visual en Seguridad de Intervención durante una crisis.
Bosch iba a decir algo, pero Van Hoore le quitó la palabra.
– Es el mismo tema de siempre, Rita. El grupo de Seguridad Visual no está camuflado y, por tanto, forma parte, oficialmente, del personal de la Fundación. Eso significa que debe estar especialmente vestido. Pero bajo el traje que Nellie Siegel ha diseñado para los hombres apenas puede esconderse un chaleco antibalas. Y, desde luego, las agentes femeninas no podrían llevar chaleco. Ni siquiera muñequeras eléctricas.