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– Lo sé, lo sé. -Oyó la risita de su hermano-. Estuve en un congreso en Suecia y Hannah se fue a París. Supongo que me llamas por lo de Nielle. Ya te has enterado, ¿verdad…? En fin, te hemos gastado una mala pasada y nos arrepentimos. Pero debes comprendernos: Stein nos prohibió terminantemente que te dijéramos nada. Para que no te intrigaras por la ausencia de tu sobrina tuvimos que inventarnos lo de que había ingresado interna en un colegio. Pero no creas que eres el único engañado. Yo mismo me enteré hace menos de dos meses… Fue idea de Hannah presentar a Nielle al señor Stein. ¡Y Van Tysch no dudó un instante en aceptarla como figura para un original! Todo se ha llevado a cabo en el más absoluto secreto. Incluso nos aseguraron que si Danielle no fuera menor de edad, ni siquiera nos hubiéramos enterado nosotros.

– Comprendo, Roland. No te preocupes.

– Dios mío, qué cosa más fantástica. Tú sabrás más de esto que yo. La han… ¿Cómo se dice…? La han imprimado, le han depilado las cejas… Al principio no nos dejaban verla… Después nos llevaron al Viejo Atelier y pudimos observarla a través de un cristal de una sola dirección. Llevaba etiquetas en el cuello, la mano y el pie. Me pareció… Nos pareció una criatura bellísima. Creo que debemos sentirnos orgullosos, Lothar. Pero ¿sabes lo que más le hace ilusión a ella? ¡Que su tío sea quien la custodie!

Otra vez aquella risa lejana. Bosch cerró los ojos y apartó el auricular. Sentía el impulso feroz de romper algo. Pero no se atrevió a dejar de oír a Roland.

– Vigílala bien, tío Lothar. Es una obra valiosísima. ¿Puedes imaginar…? No, creo que no podrías. La semana pasada nos informaron de su precio inicial. ¿Sabes lo que pensé al oír cuánto iba a valer nuestra hija? Pensé: ¿por qué diablos me hice médico y no me dediqué a ser obra de arte también…? ¡Hemos perdido el tiempo, Lothar, te lo juro! ¿Puedes creerlo? ¡A sus diez años Nielle va a ganar más dinero del que tú y yo podríamos soñar con reunir en toda nuestra vida! Me pregunto qué hubiera opinado papá sobre esto. Creo que nos habría comprendido. Al fin y al cabo, él siempre le dio mucha importancia al valor de las cosas, ¿no? ¿Cómo decía? «Lo mejor posible con los elementos disponibles…»Hubo una pausa. Bosch miraba fijamente el retrato de Danielle.

– ¿Lothar? -dijo su hermano.

– Sí, Roland.

– ¿Sucede algo?

«Claro que sucede algo, imbécil. Sucede que has dejado que tu hija se convierta en cuadro. Sucede que has permitido que Danielle se exhiba en esta exposición. Sucede que me gustaría morderte.»

– No, nada de particular -contestó-. Quería saber qué tal estabais.

– Muy nerviosos. Lo de Nielle tiene a Hannah subiéndose por las paredes. Y es lógico. No todos los días tu hija de diez años se convierte en una obra de arte inmortal. Me han dicho que a fines de la semana próxima la firmará Van Tysch con un tatuaje en el muslo. ¿Eso hace daño?

– No más que tus operaciones de amígdalas -bromeó Bosch sin ganas. Entonces reunió coraje para decir lo que tenía que decir-. Me preguntaba, Roland…

La veía. Podía verla acostada en la casita de Scheveningen, las sombras de las hojas de un manzano dibujando un rompecabezas en su piel. La veía tumbada al sol, o hablando mientras se rascaba la planta de un pie. Podía verla en Navidad con un jersey de cuello de tortuga, los bucles rubios desparramados por sus hombros y la boca manchada de pastel. Era una niña. Una niña de diez años. Pero no se trataba de la casi inaceptable posibilidad de que se hiciera cuadro. No era la terrible fantasía de encontrársela desnuda e inmóvil en casa de cualquier coleccionista. Todo eso habría sido deprimente, pero no se le hubiera ocurrido protestar: a fin de cuentas, él no era su padre.

Se trataba de El Artista. Su hermano ignoraba aquella amenaza.

«Actúa con cautela. No permitas que sospeche que Danielle puede estar en peligro.»

– Me preguntaba, Roland… -Intentó darle a su voz un tono intrascendente-. Esto debe quedar entre tú y yo… Pero me preguntaba si no sería mejor exhibir una copia en vez de a Nielle.

– ¿Una copia?

– Sí, deja que te explique. Cuando el modelo es menor de edad, los padres o tutores legales tienen siempre la última palabra…

– Hemos firmado un contrato, Lothar.

– Lo sé, pero no importa. Déjame hablar. Nielle seguirá siendo el modelo original de la obra a todos los efectos, pero durante una temporada otra niña ocupará su lugar. Eso es lo que se llama una copia.

– ¿Otra niña?

– Los cuadros valiosos casi siempre tienen sustitutos, Roland. No importa que no sean parecidos físicamente: existen productos para disfrazarlos, ya sabes. Nielle seguiría siendo el original y cuando alguien la comprara nos encargaríamos de que fuera ella quien se exhibiera en casa del comprador. Pero esta medida evitaría que pasara por la exposición. Las exposiciones son siempre complicadas. Habrá mucho público y los horarios serán duros…

Se asombraba de sí mismo, de ser capaz de mostrar aquella espeluznante hipocresía. Sobre todo, le inquietaba pensar en su absoluta ausencia de compasión por la niña que sustituyera a Danielle. El plan era siniestro, y él mismo lo reconocía, pero se trataba de elegir entre su sobrina y una niña desconocida. Personas como Hendrickje hubieran optado por la sinceridad, por declarar abiertamente lo que sucedía o por aceptar que fuera Danielle quien se arriesgara, pero él no era tan perfecto como Hendrickje. Él era vulgar. Lo propio de la gente vulgar, comprendía Bosch, era comportarse así, de forma tan mezquina, tan laberíntica. Toda su vida había preferido el silencio a las palabras, y ahora no iba a hacer una excepción.

– ¿Quieres decir que los padres tenemos la potestad de retirar a Danielle de la obra y hacer que pongan en su lugar a una sustituta? -preguntó Roland tras una pausa.

– Eso es.

– ¿Y por qué deberíamos hacerlo?

– Te lo he explicado. La exposición será dura para ella.

– Pero ha estado casi tres meses entrenándose, Lothar. La han pintado en secreto en una especie de granja al sur de Amsterdam, y no…

– Te lo digo por experiencia. Una exposición de este calibre es muy fuerte…

– Oh, vamos, Lothar. -De repente el tono de su hermano era burlón-. No hay nada malo en lo que va a hacer Nielle. Para calmar un poco tu conciencia calvinista te diré que ni siquiera se exhibirá desnuda. No sabemos aún el título de la obra ni cómo será la figura, pero en el contrato que hemos firmado se advertía bien claro que no se exhibiría desnuda. Por supuesto, todos los ensayos los hace en completa desnudez, pero eso también se estipulaba en el contrato…

– Escucha, Roland. -Bosch intentaba no perder la calma. Sostenía el auricular con una mano mientras se daba furiosos masajes en la sien con la otra-. No se trata de cómo se exhiba Nielle ni de lo preparada que esté. Se trata de que la exposición será muy dura. Si tú aceptas, una sustituta podría ocupar su lugar en el Túnel. Exhibir una copia en vez del original es una práctica muy común en muchas exposiciones…

Hubo un silencio. Bosch casi quería rezar. Cuando Roland volvió a hablar, su tono de voz había cambiado: era más serio, más inflexible.

– Jamás podría hacerle esa jugarreta a Nielle, Lothar. Está muy ilusionada. Tengo escalofríos y fiebre cada vez que pienso en ella y en la enorme oportunidad que se le ha presentado. ¿Sabes lo que nos ha dicho Stein? Que jamás había visto a un lienzo tan joven y tan profesional al mismo tiempo. Así la llamó: lienzo… ¡Y añadió que, con el tiempo, nuestra hija podría llegar a convertirse, incluso, en una nueva Annek Hollech…! ¿Te imaginas a nuestra Nielle convertida en la Annek Hollech del futuro? ¿Puedes imaginártelo?