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Oslo la contemplaba, conmovido por la frenética ansiedad que percibía en sus ojos. Reflexionó un instante antes de responder.

– Es muy difícil saber si habrá algún cuadro así en «Rembrandt». Creo que se trata de una colección bastante distinta de «Monstruos», de igual forma que ésta lo fue de «Flores». En apariencia, es un homenaje a Rembrandt en el cuatrocientos aniversario de su nacimiento. Pero debemos tener en cuenta que Rembrandt era el artista que más le gustaba a Maurits, y quizá por eso mismo, por tratarse del pintor preferido de su odiado padre, está llena de detalles grotescos. En Lección de anatomía, por ejemplo, en lugar de un cadáver hay una mujer desnuda y sonriente, y los estudiantes parecen a punto de arrojarse sobre ella. En Los síndicos están representados los maestros y colegas de Van Tysch: Tanagorsky, Kalima y Buncher… La novia judía puede que haga referencia al colaboracionismo de su padre durante la guerra; se comenta, incluso, que ha disfrazado a la modelo femenina como una imagen de Ana Frank… El Cristo en la cruz es una especie de autorretrato… El modelo, Gustavo Onfretti, está disfrazado como Van Tysch y colgado de la cruz… En fin, que en «Rembrandt» casi todos los cuadros se relacionan directamente con Van Tysch y con su mundo de una manera grotesca…

– Pero ese tipo destrozará sólo uno -replicó Wood-. Necesito saber cuál es.

Oslo desvió la vista de aquellos ojos implorantes.

– ¿Y qué harás si te digo una probabilidad entre trece? Protegerás más ese cuadro, ¿no es cierto? ¿Y si me equivoco? ¿Tendré que aceptar la responsabilidad de una muerte? ¿De varias muertes, quizá?

– No serás el responsable de nada. Ya te he dicho que estoy recabando la opinión de expertos en todo el mundo y optaré por el cuadro que consiga más votos.

– ¿Por qué no le preguntas a Van Tysch?

– No ha querido recibirme -replicó Wood-. El Maestro es inaccesible. Además, ni siquiera le han contado nada sobre la destrucción de Desfloración y Monstruos. Está situado en su cima privada, Hirum. No voy a poder acercarme a él.

– ¿Y si la mayoría de los expertos se equivoca?

– Aun así, no ocurrirá nada. No voy a arriesgar la obra original.

De improviso, fue Hirum Oslo quien se sintió nervioso. Mientras observaba el rostro de Wood iluminado por el flexo cayó en la cuenta de lo que ella pretendía. Todo su cuerpo se puso en tensión.

– Espera un momento. Ahora te entiendo. Vas a… Vas a colocar una copia como cebo a disposición de ese loco… Una copia del cuadro que obtenga más votos…

Hubo una pausa. A Oslo le resultó evidente que había dado en el clavo.

– Ésa es tu idea, ¿verdad? ¿Y qué ocurrirá con la copia? Sabes perfectamente que estamos hablando de seres humanos…

– La protegeremos -dijo ella.

De repente Oslo percibió que no era sincera.

– No, no la protegerás. No te serviría de nada si la protegieras… Quieres usarla como cebo. Quieres tenderle una trampa. ¡Vas a entregarle a un sicópata una o varias personas inocentes para salvar a otras!

– Una copia de un cuadro de Van Tysch apenas vale quince mil dólares en el mercado, Hirum.

Oslo sentía que la vieja furia comenzaba a dominarlo.

– ¡Pero son personas, April! ¡La copia son personas, igual que el cuadro original!

– Pero no valen nada con respecto al arte.

– ¡El arte no significa nada frente a las personas, April!

– No quiero discutir, Hirum.

– ¡Todo el arte del mundo, todo el maldito arte del mundo, desde el Partenón a la Mona Lisa, desde el David a las sinfonías de Beethoven, es basura en comparación con la más insignificante de las personas! ¿Es que no eres capaz de comprenderlo?

– No quiero discutir, Hirum.

Allí estaba ella, pensó Oslo, allí estaba ella, impávida, y el mundo seguiría rodando en la misma dirección. Defendamos la herencia del mundo, decía ella, defendamos las grandes creaciones humanas, pirámides, esculturas, lienzos, museos, elaboradas sobre cadáveres, huesos sobre huesos. Protejamos el patrimonio de la injusticia. Compremos esclavos para arrastrar bloques de granito. Compremos esclavos para pintar sus cuerpos. Para fabricar Ceniceros, Lámparas y Sillas. Para disfrazarlos de animales y hombres. Para destruirlos según su precio en el mercado. Bien venidos al siglo XXI: la vida se acaba, pero el arte persiste. Es un consuelo.

– No voy a colaborar en una injusticia -dijo Oslo.

La señorita Wood, de forma imprevista, sonrió.

– Hirum: tú has visto muchas obras de Van Tysch a lo largo de tu vida y sabes que una copia no puede compararse, artísticamente hablando, con un original del Maestro, ¿no es cierto? -Oslo asintió-. Ahora bien, afirmas que la copia y el original son seres humanos, y yo te doy la razón. Precisamente por eso, porque el material es el mismo, el valor difiere. Y a la hora de las grandes decisiones, uno debe inclinarse por aquello que vale más. No quiero discutir, ya te lo he dicho, pero te pondré un ejemplo muy típico. Se quema tu casa y únicamente puedes salvar una sola obra. ¿Salvarías Busto de Van Tysch o una copia de Busto? En ambos casos estamos hablando de una niña de once o doce años de edad. Pero ¿a cuál de las dos niñas salvarías, Hirum? ¿A cuál de las dos?

Hubo un largo silencio. Oslo se pasó la mano por la frente empapada de sudor. Wood añadió, con una nueva sonrisa:

– Ésta es la clase de «injusticia» en la que te propongo que colabores.

– No has cambiado -dijo entonces Oslo-. No has cambiado, April. ¿Qué es lo que quieres impedir en realidad? ¿La pérdida de un cuadro o la de tu confianza en ti misma?

– Hirum.

Aquella voz susurrante y eléctrica. Aquel murmullo gélido que te paralizaba como la bífida burla de una serpiente paraliza a su pequeña víctima. Wood se inclinó hacia adelante como si su cuerpo hubiera perdido el centro de gravedad. Habló con extrema lentitud, en un tono que hizo que Oslo se removiera en el asiento.

– Hirum, si quieres ayudarme, dime tu jodida opinión de una puta vez.

Tras una pausa, inalterable, con los ojos de cuarzo azul clavados en Oslo, Wood agregó:

– Discúlpame por esta visita apresurada, Hirum. En realidad, ya me has ayudado mucho. No tienes por qué seguir haciéndolo.

– No, espera, dame el catálogo. Lo estudiaré y te llamaré mañana. Si encuentro un cuadro más probable que los otros, te lo diré.

Dudó un instante antes de proseguir, como si valorara la utilidad de obtener aquella débil promesa de una persona que miraba como ella miraba y hablaba en aquel tono terrible.

– Prométeme que intentarás que nadie resulte perjudicado, April.

Ella asintió y le entregó el catálogo. Después se levantó y Oslo la acompañó de regreso a la casa.

La noche se cernía sobre el mundo.

El paisaje son manos que se abren en las tinieblas, como intentando atrapar algo. Penden de las farolas, se adhieren a las paredes y la caja acorazada de los tranvías, ondean en las arcadas de los puentes que cruzan los canales. Es la imagen elegida para la publicidad de «Rembrandt», la mano del Ángel de Jacob lucha contra el ángel, el cuadro que se presentará a la prensa en el Viejo Atelier ese mismo día, jueves 13 de julio, la obra que abrirá el fuego de la exposición más asombrosa de la década.