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Para esto, lo más conveniente era buscar en su memoria algún momento de enorme felicidad y revivirlo mientras cantaba. Cerró los ojos y empezó a cantar un vals que decía: «Soy feliz desde que te vi, te entregué mi amor y mi alma perdí…». A su mente acudieron presurosas las imágenes de su primer encuentro con Pedro en el cuarto obscuro. La pasión con que Pedro la había despojado de sus ropas, provocando que bajo su piel la carne se abrasara al entrar en contacto con esas manos incandescentes. La sangre bullía bajo sus venas. El corazón lanzaba borbotones de pasión. Poco a poco el frenesí había ido cediendo y dando paso a una ternura infinita que logró aplacar sus agitadas almas.

Mientras Tita cantaba, el caldo de los frijoles hervía con vehemencia. Los frijoles dejaron que el líquido en que nadaban los penetrara y empezaron a hincharse casi hasta reventar. Cuando Tita abrió los ojos y sacó un frijol para examinarlo, comprobó que los frijoles ya estaban en su punto exacto. Esto le proporcionaría tiempo suficiente para dedicarlo a su arreglo personal, antes de que llegara la tía Mary. Feliz de la vida dejó la cocina y se dirigió a su recámara, con el propósito de acicalarse. Lo primero que tenla que hacer era lavarse los dientes. La revolcada en el piso que sufrió a causa del aventón que le dio el torbellino de gallinas, se los había dejado llenos de tierra. Tomó una porción del polvo para limpiar la dentadura y se los cepilló vigorosamente.

En la escuela le habían enseñado a preparar estos polvos. Se fabrican poniendo media onza de cremor, media de azúcar y media de hueso de jibia, junto con dos dracmas de lirios de Florencia y sangre de drago; se reducen a polvo todos los ingredientes y se mezclan. La profesora Jovita, fue la encargada de hacerlo. Fue su maestra durante tres años seguidos. Era una mujer pequeña y menudita. Todos la recordaban, no tanto por los conocimientos que les había transmitido sino porque era todo un personaje. Dicen que a los 18 años habla quedado viuda y con un hijo. Nunca quiso darle un padrastro al niño, así es que, voluntariamente, se pasó la vida en absoluto celibato. Bueno, quién sabe qué tanto estaba convencida de esta resolución y qué tanto le afectó, pues la pobre, con los años, fue perdiendo la razón. Trabajaba día y noche para poner coto a los malos pensamientos. Su frase preferida era «La ociosidad es la madre de todos los vicios». Así que no descansaba ni un segundo al día. Cada vez trabajaba más y dormía menos. Con el tiempo el trabajo dentro de su casa no le fue suficiente como para calmar su espíritu, así es que se salía a la calle a las cinco de la mañana a barrer la banqueta. La suya y la de sus vecinas. Después fue aumentando su circulo de acción a la de las cuatro manzanas que rodeaban su casa y así poco a poco, in crescendo, hasta que llegó a barrer todo Piedras Negras antes de irse a la escuela. Algunas veces se le quedaban sobre el pelo motas de basura y los niños se burlaban de eso. Tita, mirándose en el espejo, descubrió que su imagen se asemejaba a la de su maestra. Tal vez sólo era por las plumas que traía enredadas en el pelo a causa del revolcón, pero Tita igual se horrorizó.

De ninguna manera quería convertirse en otra Jovita. Se sacudió las plumas y cepillándose con fuerza se peinó y bajó a recibir a John y a Mary que en ese momento llegaban. Los ladridos del Pulque anunciaron su presencia en el rancho.

Tita los recibió en la sala. La tía Mary era tal y como se la había imaginado: una fina y agradable señora de edad. A pesar de los años que llevaba encima, su arreglo personal era impecable.

Traía un discreto sombrero de flores, en color pastel, que contrastaba con el blanco de su cabellera. Sus guantes hacían juego con el color del pelo, relucían de albor. Para caminar, se apoyaba en un bastón de caoba, con puño de plata en forma de cisne. Su conversación era de lo más amena. La tía quedó encantada con Tita y felicitó ampliamente a su sobrino por su atinada elección, y a Tita por el perfecto inglés que hablaba.

Tita disculpó a su hermana por no estar presente, pues se sentía indispuesta y los invitó a pasar al comedor.

A la tía le encantó el arroz con plátanos fritos y elogió muchísimo el arreglo de frijoles.

Al servirse se les pone el queso rallado y se adornan con hojas tiernas de lechuga, rebanadas de aguacate, rabanitos picados, chiles tornachiles y aceitunas.

La tía estaba acostumbrada a otra clase de comida, pero esto no fue un impedimento para que pudiera apreciar lo sabroso que Tita cocinaba.

– Mmmm. Esto está delicioso, Tita.

– Qué suerte tienes Johnny, de ahora en adelante sí vas a comer bien, porque Caty, la verdad, cocina muy mal. Hasta vas a engordar con el matrimonio.

John observó que Tita se turbaba.

– ¿Te pasa algo, Tita?

– Sí, pero ahorita no te lo puedo decir, tu tía se va a sentir mal si dejamos de hablar en inglés.

John, hablando en español, le respondió:

– No, no te preocupes, está completamente sorda.

– ¿Entonces cómo puede conversar tan bien?

– Porque lee los labios, pero sólo en inglés, no te preocupes. Además, cuando come no conoce a nadie, as(que por favor dime qué te pasa. No hemos tenido tiempo para hablar y la boda será dentro de una semana.

– John, creo que es mejor suspenderla.

– ¿Pero por qué?

– No me hagas decírtelo ahora.

Tita, tratando de que la tía no notara que estaban discutiendo un tema bastante delicado, le sonrió. La tía hizo lo mismo, se veía de lo más feliz y tranquila comiendo su plato de frijoles. Era cierto, verdaderamente no leía los labios en español. Podía hablar con John sin peligro. John insistió en el mismo tema.

– ¿Ya no me quieres?

– No lo sé.

Qué difícil era para Tita seguir hablando después de ver el gesto de dolor que John hizo y que inmediatamente trató de controlar.

– En el tiempo que estuviste fuera tuve relaciones con un hombre del que siempre había estado enamorada y perdí mi virginidad. Por eso ya no puedo casarme contigo.

Después de un largo silencio, John le preguntó:

– ¿Estás más enamorada de él que de mí?

– No te lo puedo contestar, tampoco lo sé: Cuando tú no estas aquí, pienso que es a él a quien quiero, pero cuando te veo, todo cambia. A tu lado me siento tranquila, segura, en paz…, pero no sé, no sé… Discúlpame por decirte todo esto.

Por las mejillas de Tita se deslizaron dos lágrimas. La tía Mary la tomó de la mano y profundamente. enternecida le dijo en inglés:

– Qué bonito es ver a una mujer enamorada que llora de emoción. Yo también lo hice muchas veces cuando estuve a punto de casarme.

John se dio cuenta de que estas palabras podrían provocar que Tita estallara en llanto y que la situación se volviera incontrolable.

Alargó su mano, tomó la de Tita y con una sonrisa en los labios para conformar a la tía le dijo:

– Tita, no me importa lo que hiciste, hay acciones en la vida a las que no hay que darles tanta importancia, si éstas no modifican lo esencial. Lo que me dijiste no cambió mi manera de pensar y te repito que me encantaría ser el compañero de toda tu vida, pero quiero que pienses muy bien si ese hombre soy yo o no. Si tu respuesta es afirmativa, celebraremos la boda dentro de unos días. Si no, yo seré el primero en felicitar a Pedro y pedirle que te dé el lugar que te mereces. '

Tita no se asombró al escuchar las palabras de John: eran congruentes con su personalidad. Pero lo que sí le sorprendió fue que él supiera perfectamente que su rival era Pedro. No había contado con su gran intuición.

Para Tita fue imposible continuar en la mesa. Disculpándose, salió un momento al patio y lloró hasta que se calmó.

Enseguida regresó a tiempo de servir el postre. John se levantó para acercarle la silla y la trató con la misma delicadeza y respeto de siempre. Realmente era un hombre admirable. ¡Cómo creció ante sus ojos! ¡Y cómo crecieron las dudas dentro de su cabeza! El sorbete de jazmín que sirvió como postre, le produjo un gran alivio. Al deglutirlo, le refrescaba el cuerpo y le aclaraba la mente. La tía enloqueció con el postre. Nunca se le había ocurrido que los jazmines sirvieran para comerse. Intrigada quiso conocer todos los pormenores para elaborar en su casa un sorbete igual. Tita, con mucha calma, para que la tía le leyera los labios con claridad, le proporcionó la receta.