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– Se machaca un ramo de jazmines y se echa en tres cuartillos de agua con media libra de azúcar, mezclándolo bien. Estando bien disuelto el azúcar se cuela la mezcla por un lienzo tupido y después se echa a helar en la sorbetera.

El resto de la tarde la pasaron de maravilla. Cuando John se retiró, le dio a Tita un beso en la mano y le dijo:

– No te quiero presionar, sólo quiero asegurarte que a mi lado serás feliz.

– Yo lo sé.

Claro que lo sabía. Y claro que lo iba a considerar cuando tomara su decisión, la definitiva, la que determinaría todo su futuro.

Continuará…

Siguiente receta:

Chiles en nogada

XII. Diciembre. Chiles en nogada

INGREDIENTES:

25 chiles poblanos

8 granadas

100 nueces de Castilla

100 g de queso fresco añejo

1 kilo de carne de res molida 100 g de pasas ¼ kilo de almendras ¼ kilo de nueces ½ kilo de jitomate

2 cebollas medianas 2 acitrones 1 durazno 1 manzana comino

pimienta blanca sal azúcar

Manera de hacerse:

Las nueces se deben comenzar a pelar con unos días de anticipación, pues el hacerlo representa un trabajo muy laborioso, que implica muchas horas de dedicación. Después de desprenderles la cáscara hay que despojarlas de la piel que cubre la nuez. Se tiene que poner especial esmero en que a ninguna le quede adherido ni un solo pedazo, pues al molerlas y mezclarlas con la crema amargarían la nogada, convirtiéndose en estéril todo el esfuerzo anterior. Tita y Chencha terminaban de pelar las nueces, sentadas alrededor de la mesa del comedor. Estas nueces se utilizarían en la elaboración de los chiles en nogada que se servirían como platillo principal en la boda del día siguiente. Todos los demás miembros de la familia las habían dejado solas desertando de la mesa del comedor con uno u otro pretexto. Sólo estas dos ilustres mujeres continuaban al pie del cañón. La verdad, Tita no los culpaba. Bastante la habían ayudado ya durante toda la semana y ella entendía muy bien que no era fácil pelar mil nueces sin agotarse. La única persona que conoció que podía hacerlo sin mostrar signos de cansancio en ningún momento fue Mamá Elena.

Ella no sólo podía partir costales y costales de nueces en pocos días, sino que gozaba enormemente practicando esta labor.

Prensar, destrozar y despellejar eran algunas de sus actividades favoritas. Las horas se le iban sin darse cuenta cuando se sentaba en el patio con un costal de nueces entre las piernas y no se levantaba hasta que terminaba con él.

Para ella hubiera sido un juego de niños el partir estas mil nueces, que tanto trabajo les habían costado a todos ellos. Esta descomunal cantidad se debía a que como para cada 25 chiles se necesitan pelar 100 nueces, lógicamente a 250 chiles les correspondían 1.000 nueces. Habían invitado a la boda a 80 personas entre parientes y amigos de los más íntimos. Cada uno podría comer, si así lo deseaba, 3 chiles, lo cual era un cálculo muy decente. Se trataba de una boda íntima, pero de cualquier forma Tita quería dar un banquete de 20 platos, como los que ya no se daban, y por supuesta no podían faltar en él los deliciosos chiles en nogada, pues la memorable celebración así lo ameritaba, aunque esto representara un trabajo tan intenso. A Tita no le importaba tener los dedos negros después de haber desollado tanta nuez. Esta boda bien valía el sacrificio, pues tenla un significado muy especial para ella. También para John. Él estaba tan feliz que había sido uno de sus más entusiastas colaboradores en la preparación del banquete. Justamente, él fue uno de los últimos en retirarse a descansar. Se merecía un buen descanso.

En el baño de su casa, John se limpiaba las manos muerto de cansancio. Le dolían las uñas de tanto pelar nueces. Se dispuso a dormir experimentando una intensa emoción. Dentro de unas horas estaría más cerca de Tita y esto le satisfacía enormemente. La boda estaba programada para las 12 del día. Revisó con la mirada el esmoquin que reposaba sobre una silla. Toda la indumentaria que se pondría al día siguiente estaba meticulosamente acomodada, esperando el mejor momento para lucirse. Los zapatos brillaban como nunca y la corbata, de moño, la faja y la camisa estaban impecables. Sintiéndose satisfecho de que todo estaba en orden, tomó una larga respiración, se acostó y en cuanto puso la cabeza sobre la almohada se quedó profundamente dormido.

En cambio Pedro no podía conciliar el sueño. Unos celos infernales le corroían las entrañas. No le agradaba nada tener que asistir a la boda y soportar ver la imagen de Tita junto a John.

No entendía nada la actitud de John, ¡parecía que tenía atole en las venas! Sabía muy bien lo que existía entre Tita y él. ¡Y aun así seguía actuando como si nada! Esta tarde cuando Tita estaba tratando de encender el horno, no encontraba los cerillos por ningún lado. Entonces John, el eterno galante, rápidamente se ofreció a ayudarla. ¡Eso no fue todo! Después de haber prendido el fuego le obsequió a Tita la caja de cerillos tomándole sus manos entre las suyas. Qué tenia que andar dándole a Tita ese tipo de regalos tontos? Sólo era un buen pretexto de John. Para acariciarle las manos a Tita delante de él. De seguro se creta muy civilizado, pero él le iba a enseñar lo que un hombre hace cuando de verdad quiere a una mujer. Tomando su saco se dispuso a ir a buscar a John para romperle la cara.

En la puerta se detuvo. Se podría prestar a habladurías que el cuñado de Tita se peleara con John un día antes de la ceremonia.

Tita no se lo perdonarla. Con rabia lanzó el saco sobre la cama y se puso a buscar la pastilla para que le calmara el dolor de cabeza. El ruido que Tita hacia en la cocina se amplificaba mil veces a causa del dolor.

Tita pensaba en su hermana mientras terminaba de pelar las pocas nueces que quedaban sobre la mesa. A Rosaura le hubiera gustado tanto estar presente en la boda. La pobre había muerto hacía un afeo. En honor a su memoria se había dejado pasar todo este tiempo para realizar la ceremonia religiosa. Su muerte había sido de lo más extraña. Había cenado como de costumbre y se había retirado inmediatamente después a su habitación. Esperanza y Tita se habían quedado platicando en el comedor. Pedro subió a despedirse de Rosaura antes de dormir. Tita y Esperanza no escucharon nada por lo retirado que el comedor se encontraba de las recámaras. Al principio a Pedro no le causó extrañeza escuchar, aun con la puerta cerrada, las ventosidades de Rosaura. Pero empezó a poner atención a estos desagradables ruidos cuando uno de ellos se prolongó más de lo acostumbrado, parecía interminable. Pedro trató de concentrarse en el libro que tenía en las manos, pensando que no era posible que ese prolongado sonido fuera el producto de los problemas digestivos de su mujer. El piso se estremecía, la luz parpadeaba. Pedro pensó por un momento que con esos cañonazos la revolución se había reiniciado, pero descartó esta posibilidad pues en el país, por ahora, había demasiada calma. Tal vez se trataba del motor del auto de los vecinos. Pero analizándolo bien, los coches de motor no despedían un olor tan nauseabundo. Era extraño que percibiera este olor a pesar de haber tomado la precaución de pasear por toda la recámara una cuchara con un trozo de carbón encendido y un poco de azúcar.

Este método es de lo más eficaz en contra de los malos olores.

Cuando él era niño, así acostumbraban hacerlo en la habitación donde un enfermo del estómago hubiera defecado, y siempre lograban sanear el ambiente con gran éxito. Pero ahora de nada le había servido. Preocupado, se acercó a la puerta de comunicación entre ambas recámaras y tocando con los nudillos le preguntó a Rosaura si se sentía bien. Al no obtener respuesta abrió y se encontró con una Rosaura de labios morados, cuerpo desinflado, ojos desencajados, mirada perdida, que daba su último suspiro. El diagnóstico de John fue una congestión estomacal aguda.