A partir de ahora, la investigación dependerá de los datos que reciba mañana; hoy ya no puedo hacer nada más. Me siento agotado y decido volver a casa.
Muy bien, razono al entrar en el ascensor. Nestoridis y Sotirópulos piensan que probablemente el autor de los carteles es un ex ejecutivo bancario. Kalaitzí, que conoce mejor a los bancos, se decanta por atribuirlo a un ex cliente. En la práctica, esto significa que tenemos que investigarlos a todos, es decir, perder un mes entero con la esperanza de descubrir algo. Entretanto, lógicamente, el culpable seguirá campando a sus anchas.
Adrianí está en la cocina limpiando judías tiernas. La casa está fresquita porque ha encendido el aire acondicionado, que Fanis nos impuso después de mi ataque al corazón.
– ¿Las judías son para Katerina? -pregunto.
Ella levanta la cabeza y me mira sorprendida.
– ¿Desde cuándo limpio judías para Katerina?
– Si le haces la compra, a lo mejor también le llevas las judías ya limpias.
Adrianí deja las judías y me mira sin un ápice de extrañeza.
– ¿Te lo ha dicho ella?
– Sí, pero no porque a ella le moleste, sino porque ahora tiene un marido al que quizá le ofenda un poco que su suegra le llene la nevera.
– ¿Por qué iba a sentirse ofendido?
– Porque es como si le dijeras que no es capaz de proveer para su casa.
– ¿En qué mundo vives? -Se exalta-. Hoy en día, pocas parejas jóvenes sobrevivirían sin la ayuda de sus padres. Y la crisis sólo ha agravado las cosas.
– Quizá tengas razón, pero todo es distinto cuando trabajan los dos.
– Katerina trabaja, pero aún no ha empezado a cobrar. Y ni se sabe cuándo empezará, con los casos de extranjería que le han encargado. Yo sólo pongo su parte hasta que tenga un sueldo. Y ya está.
– ¿Puedes explicarme una cosa? Si el dinero del que dispones para nuestra casa sigue siendo el mismo, ¿cómo puedes mantener otra con el mismo importe?
– Es muy sencillo. Cada mañana pongo la radio y me entero de qué supermercados hacen ofertas. Puesto que cada día ofertan artículos diferentes, compro más gastando lo mismo. Guardo las compras aquí y las llevo a casa de Katerina dos o tres veces por semana.
– ¿Cómo no he visto esas compras?
– ¿Eso te extraña? Si mañana pongo el dormitorio en el salón y el salón en el dormitorio, llegarás y no te darás cuenta de nada. -Calla un momento antes de añadir-: Aquí nadie sale adelante sin las ofertas. Somos el único país donde los precios, con la crisis, suben en lugar de bajar.
– No sé qué decirte, Adrianí. Me quito el sombrero.
– Cuando las cosas se ponen difíciles, tenemos que ayudarnos unos a otros. Así me criaron, Kostas. Cuando un vecino tenía problemas, el barrio entero acudía para echarle una mano.
También a mí me criaron así, de modo que sobran las palabras. Voy a la sala de estar para ver la televisión.
En cuanto se enciende la pantalla, aparece el titular: «Los bancos amenazan». Debajo, una mesa alargada con tres banqueros. Uno de ellos es Stavridis, el otro, Galakterós. Al tercero no le conozco. En la pared detrás de ellos, cuelga toda una galería de retratos de honorables bigotudos decimonónicos y de algunos más jóvenes de los años cincuenta.
– No amenazamos a nadie -está diciendo Stavridis, como si quisiera desmentir el titular-. Nos vemos obligados a hacer frente a una situación que nos resulta extremadamente embarazosa. Los bancos ya se han visto gravemente perjudicados por la crisis. Si los deudores empiezan a no pagar sus deudas, como sugiere ese paranoico, toda la economía se resentirá.
El culpable ha logrado su objetivo, al menos en parte. Aunque los endeudados no sigan su propuesta, los banqueros se han soliviantado.
Los periodistas que han acudido a la rueda de prensa no se parecen en nada a los que se ocupan de las crónicas de sucesos. No tiene tanto que ver con su edad como con su imagen en general y con las preguntas que formulan.
– ¿Qué opinión les merecen los periódicos que publicaron el anuncio?
– Los consideramos unos irresponsables. Respetamos el derecho de la ciudadanía a ser informada. Pero se trata de un anunció, y no, por ejemplo, de las declaraciones de un político, por lo que nadie obliga a la prensa a publicarlo.
– Confiamos en que la policía acabe deteniendo a ese insensato. No obstante, si no es así, nos veremos obligados a tomar medidas que no serán muy populares -repite Galakterós, por si no ha quedado todo lo bastante claro.
– ¿A qué medidas se refiere? -truena una voz de entre los periodistas.
– A la congelación temporal de la concesión de préstamos -responde Galakterós.
Veo a Nestoridis que se pone de pie.
– Eso es hacer pagar a justos por pecadores.
– Tiene razón, pero no nos quedaría otra alternativa. No podemos permitir que las entidades bancadas corran riesgos.
– Escuche, señor Nestoridis -vuelve a tomar la palabra Stavridis-. Hasta ahora los bancos han cumplido la función social que les corresponde. Invierten dinero para movilizar el mercado, apoyan las iniciativas empresariales y elevan con créditos el nivel de vida y la capacidad adquisitiva de los ciudadanos. No es justo, por lo tanto, que sean objeto de tales ataques.
– No lo entiendo -dice Adrianí, que entretanto se había sentado a mi lado sin que yo me diera cuenta-. ¿Ahora resulta que los bancos se dedican a la filantropía? No conceden préstamos para cobrar los intereses y lucrarse, sino porque cumplen una función social. ¿Por eso te despluman cuando te retrasas en el pago de tus cuotas? ¿No porque pierden dinero sino porque eso perjudica a su función social?
– A mí no me preguntes. Ya le has oído.
– Yo me lo guiso, yo me lo como -contesta Adrianí.
Se me ocurre que, si anotara todos sus proverbios y los vendiéramos a los fabricantes de camisetas, nos haríamos ricos.
25
«Préstamo, m. 1. Dinero o valor que se toma para su futura devolución con intereses. / 2. Crédito indigno y amargoso. Tomar en préstamo – contraer una deuda – acostarse sin deuda y amanecer con ella – préstamo interno – préstamo externo (el que contraen los estados dentro o fuera de sus fronteras nacionales). / 3. Préstamo en lotería (el que otorga el derecho de participación en un sorteo). - Préstamo forzoso (contratación de deuda interior impuesta por el Estado). / 4. Acepción legal moderna: convenio heterónomo según el cual se traspasa la titularidad de bienes reemplazables bajo condición de entrega de bienes de valor y cantidad equivalentes.»
Leo la voz por segunda vez y me doy cuenta de que el delincuente que quiere vengarse de los bancos y el Estado griego corresponden a la segunda acepción. Tanto él como Grecia se acostaron sin deuda y amanecieron con ella, y corren, por lo tanto, la misma suerte.
El delincuente, que considera que contrajo con el banco «un crédito indigno y amargoso», ahora tiene sed de venganza. Pero este sentimiento lo comparte toda Grecia: ha contraído un «crédito indigno y amargoso» con el FMI y la Unión Europea. Por eso ahora nos recortan los sueldos y los incentivos y desbaratan nuestro sistema sanitario. El delincuente y el país entero están con el agua al cuello. Por otra parte, el préstamo fue forzoso también para ambos, no en el sentido del diccionario de Dimitrakos sino porque, sencillamente, no tenían más remedio que recurrir a él.
«expropiación, m. 1. Confiscación, retención, requisa. / 2. Apropiación. / 3. Acepción legal moderna: privación por medios judiciales del derecho de disposición de bienes de parte del titular para la satisfacción directa o indirecta de su acreedor. Expropiación forzosa – expropiación conservadora – expropiación a terceros.»