– Sí. Pero no pude reconocerlo.
– ¿Y qué me dice de la mujer que estaba con él?
– No. Nunca vi ningún retrato robot de ella.
– Muy bien, de modo que usted entró en la habitación y ¿qué ocurrió? -pregunté.
– Bueno… les llamé por si estaban dentro, por ejemplo, en el baño. Pero me di cuenta de que se habían marchado. No había nada. De modo que arrastré mi carrito y comencé por quitar las sábanas de la cama.
– O sea, ¿que habían dormido en la cama?
– Bueno… probablemente no. Pero el cubrecama estaba a los pies y la manta había desaparecido. Probablemente se tendieron sobre la cama, tal vez para echar una cabezada o mirar la tele, o… lo que sea. Pero no tenía ese aspecto que tienen las camas cuando alguien ha pasado la noche en ellas. -Se echó a reír-. Llegué a captar muy bien los matices del uso de las habitaciones de hotel.
– No me especialicé en inglés. ¿Qué es un matiz?
Roxanne volvió a reírse.
– Es usted muy divertido. -Me sorprendió al encender un cigarrillo-. Sólo tumo cuando bebo. ¿Quiere uno?
– Claro.
Cogí un cigarrillo del paquete y ella lo encendió. Hace un tiempo solía fumar, de modo que no me ahogué con el humo.
– O sea, ¿que la manta había desaparecido? -dije.
– Sí. Y tomé nota mentalmente para informar a la jefa de doncellas.
– La señora Morales.
– Correcto. Me pregunto qué habrá sido de ella.
– Aún trabaja en el hotel.
– Es una gran mujer.
– Lo es. ¿Conocía a Lucita? ¿La doncella?
– No, no la conocía.
– ¿Qué me dice de Christopher Brock, el recepcionista?
– Lo conocía, aunque no muy bien.
– ¿Habló con él después de que el FBI la interrogase?
– No, nos dijeron que no hablásemos con nadie. Y querían decir nadie.
– ¿Qué me dice del director del hotel, el señor Rosenthal? ¿Habló con él?
– Él intentó hablar conmigo sobre ese asunto, pero le dije que no podía decirle nada.
– Muy bien. ¿Y se marchó del hotel poco después de aquel día?
Roxanne no respondió en seguida. Luego dijo:
– Sí.
– ¿Por qué?
– ¿No lo sabe?
– No.
– Bueno… esos tíos del FBI dijeron que sería mejor si dejaba mi trabajo en el hotel. Porque podía sentirme tentada de hablar con la gente y contarle lo que había pasado, y quizá me acosasen los medios de comunicación y todo eso. Yo les dije que no podía permitirme abandonar mi trabajo, y ellos dijeron que compensarían mi salario si cooperaba y me marchaba, y… mantenía la boca cerrada.
– Un buen trato.
– Lo era. Quiero decir, para el gobierno federal es calderilla. Pagan a los agricultores para que no aumenten las cosechas. ¿Verdad?
– Sí. Ellos me pagan para que no cuide las plantas de la oficina.
Ella sonrió.
– ¿Qué era eso de lo que el FBI no quería que usted hablase?
– Es eso precisamente. Yo no sabía nada. Pero había ese revuelo con la pareja de la habitación 203 y el hecho de que hubiesen ido a la playa y visto la explosión del avión. No parecía nada importante, pero ellos lo convirtieron en un gran problema, y la gente de la prensa barruntó que algo estaba pasando. Y a continuación me encontré sin trabajo y lejos de allí.
Asentí. Los federales llegan como una pandilla de cazagángsteres, provocan una tormenta de mierda y después tratan de limpiar la mierda con pasta.
– ¿La ayudaron con su beca? -le pregunté.
– Un poco. Creo que sí. ¿Usted no lo sabe?
– No es mi departamento.
En ese momento comenzó a sonar el móvil de la señorita Scarangello. Contestó a la llamada. Me di cuenta de que estaba hablando con su novio, a quien le dijo:
– Sí, estoy aquí. Pero tómate tu tiempo. Estoy en el bar y me he encontrado con uno de mis antiguos profesores. Estoy bien. Nos veremos más tarde. -Cortó la comunicación y me dijo-: Era Sam, mi novio. Está en el apartamento… Se supone que ni siquiera debo mencionar el vuelo 800 de la TWA, ¿verdad?
– Así es.
– O sea, ¿que estuve bien?
– Excelente. ¿Tengo aspecto de profesor?
Se echó a reír.
– No. Pero lo será cuando llegue Sam.
Segunda jarra de sangría, segundo cuba libre.
– Bien -dije-, cuénteme todo lo que hizo y vio en aquella habitación, cosas que pudo haber olido o tocado que parecían fuera de lo común, e incluso completamente comunes.
– Jesús… han pasado cinco años.
– Lo sé. Pero si empieza a hablar, los recuerdos volverán a su mente.
– Lo dudo. Pero, de acuerdo… luego fui al baño porque es la parte menos agradable del trabajo, y quería acabar pronto. Comencé por la ducha…
– ¿Habían utilizado la ducha?
– Sí, pero no aquella mañana. Estaba claro que la habían usado, quizá la noche anterior. El jabón y el suelo de la ducha estaban secos, igual que las toallas usadas. Recuerdo haberle dicho a uno de los tíos del FBI que daba la impresión de que apenas habían usado el baño. Sólo una ducha rápida y fuera.
– ¿Había arena en el suelo? ¿En la cama?
– Había arena de la playa en el baño. Se lo dije al tío del FBI.
– Muy bien, entonces regresó a la habitación.
– Sí. Empecé por vaciar las papeleras, luego limpié los ceniceros…
– ¿Habían estado fumando?
– No… creo que no. Pero eso es lo que hago habitualmente.
– Trate de separar esa habitación ese día de los cientos de otras habitaciones que ha limpiado.
Se echó a reír.
– Claro. En realidad fueron más de tres mil durante los cinco veranos que pasé allí.
– Lo sé, pero la interrogaron durante bastante tiempo acerca de esa habitación. De modo que puede recordar lo que les dijo a los agentes del FBI. ¿Verdad?
– En realidad, no me interrogaron mucho -dijo ella-. Sólo me preguntaron qué había hecho y visto en la habitación, luego me agradecieron la colaboración.
Asentí. Ni Liam Griffith, que era probablemente un tío de la OPR, ni Ted Nash, que era de la CIA, sabían cómo estrujar a un testigo hasta dejarlo seco. No eran detectives. Yo lo soy.
– ¿Dejó propina esa pareja? -le pregunté a Roxanne.
– No.
– ¿Lo ve? Eso lo recuerda.
Ella sonrió.
– Cabrones de medio pelo.
– Yo invito esta noche.
– Eso está bien.
– ¿Qué había en las papeleras?
– Realmente no lo recuerdo. Las cosas habituales. Pañuelos de papel. No lo sé.
– ¿Qué me dice de la caja de una cinta de vídeo?
– No… ¿cree que ellos se grabaron… cuando lo estaban haciendo?
– No lo sé. ¿Qué me dice de papel celofán, gomas elásticas, etiquetas de precios, recibos de alguna clase?
– No… pero en el cenicero había un envoltorio de tiritas.
Se encogió de hombros.
– ¿Alguna señal de sangre?
– No.
– De acuerdo, cuénteme cómo limpiaba una habitación. Cualquier habitación.
– A veces variaba la forma de hacerlo porque era una actividad muy aburrida, pero tenía una rutina.
A continuación procedió a darme una lección sobre limpieza de habitaciones, algo que podría llegar a necesitar en caso de que la mujer que limpiaba mi apartamento pasara a mejor vida.
– ¿Y había restos de lápiz de labios en una copa de vino? -le pregunté.
– Sí. Creo que eso fue lo primero que me hizo pensar que en la habitación había habido una mujer.
– ¿Algún otro signo de la presencia de una mujer? ¿Polvos? ¿Maquillaje? ¿Pelos largos?
– No. Pero era evidente que en la habitación habían estado dos personas. Las dos almohadas estaban aplastadas. Habían usado un montón de toallas. -Sonrió-. Los tíos usan una sola toalla, las mujeres las usan todas y llaman para pedir más.
– Pasaré por alto ese comentario sexista.