Continué viaje hacia el norte por la autopista de Nueva York, manteniendo la velocidad a unos 130 kilómetros por hora. Estaba cansado, pero alerta.
Suponía que lo único que podría encontrar en los archivos del Hotel Bayview sería al señor Rosenthal, rascándose la cabeza y preguntando: «¿Qué habrá pasado con esos recibos del alquiler de cintas de vídeo?»
Me encontraba en la Autopista Montauk, acercándome a Westhampton Beach. Ya había pasado media hora de medianoche y una ligera niebla se había levantado desde el océano y las bahías.
En esa zona, mi radio estaba captando señales de Connecticut y una emisora de la PBS estaba transmitiendo La Traviata. Esto no se lo explico a mucha gente, pero he ido a la ópera en citas de dos parejas con Dom Fanelli, quien consigue entradas gratis. Calculé que llegaría al Hotel Bayview aproximadamente cuando empezara a cantar la gorda.
La gorda estaba cantando Parigi, o cara cuando entré en la zona de aparcamiento reservada a los clientes. Esperé a que ella acabase y cayera muerta, algo que hizo a los pocos minutos. Apagué el motor, salí del coche y me dirigí a la entrada principal del hotel.
Ya había pasado el Día del Trabajador y el vestíbulo estaba muy tranquilo a esa hora de un día laborable. Las puertas del bar estaban cerradas, algo que me resultó decepcionante.
Peter, mi recepcionista favorito, estaba de servicio, de modo que prescindí de las formalidades y le dije:
– Necesito hablar con el señor Rosenthal.
Miró su reloj, con ese gesto que suele hacer la gente cuando quiere recalcar algún estúpido detalle acerca de la hora, y dijo:
– Señor, es casi la una de la mañana.
– ¿Sabe qué hora es en Yemen? Yo se lo diré. Son las ocho de la mañana. Hora de trabajar. Llámelo.
– Pero… ¿se trata de algo urgente?
– ¿Por qué estoy aquí si no? Llámelo.
– Sí, señor.
Peter levantó el auricular y marcó el número de Leslie Rosenthal.
– ¿Tiene las llaves del sótano? -le pregunté a Peter.
– No, señor. Sólo el señor Rosenthal… -Alguien contestó a la llamada en el otro extremo de la línea, y Peter dijo-: ¿Señor Rosenthal? Lamento molestarle a esta hora… No, no ocurre nada… pero el señor…
– Corey.
– El señor Corey, del FBI, está aquí otra vez y le gustaría hablar con usted. Sí, señor. Creo que sabe qué hora es pero…
– Es la una y cinco -dije servicialmente-. Páseme el teléfono.
Cogí el auricular y le dije al señor Rosenthaclass="underline"
– Lamento tener que molestarle a esta hora, pero ha surgido algo importante.
El señor Rosenthal contestó con una mezcla de atontamiento provocado por el sueño y controlado fastidio.
– ¿Qué ha surgido?
– Necesito ver sus archivos. Por favor, traiga las llaves.
Se produjo un momento de silencio, luego dijo:
– ¿No puede esperar a mañana?
– Me temo que no. -Para tranquilizarlo, añadí-: No tiene nada que ver con trabajadores inmigrantes ilegales.
Hubo otro momento de silencio, luego dijo:
– Está bien… Estoy a unos veinte minutos del hotel… Tengo que vestirme…
– Aprecio su permanente cooperación. -Colgué y le dije a Peter-: Bebería una coca-cola.
– Puedo buscarle una en el bar.
– Gracias. Póngame un whisky y deje estar lo de la coca-cola.
– ¿Señor?
– Dewar's, solo.
– Sí, señor.
Abrió con su llave la puerta del bar y desapareció en su interior.
Yo fui hacia las puertas que comunicaban con la biblioteca y eché un vistazo a través del cristal. Estaba oscuro y no pude ver demasiado.
Peter regresó con un vaso de whisky en una bandeja. Cogí el vaso y le dije:
– Apúntelo en la cuenta de mi habitación.
– ¿Se quedará con nosotros esta noche? -preguntó.
– Ése es el plan. Habitación 203.
Peter volvió a colocarse detrás del mostrador, tecleó algo en el ordenador y dijo:
– Está de suerte. No está ocupada.
Peter no me había entendido y le informé:
– Usted está de suerte. No tiene que echar a nadie de la habitación.
– Sí, señor.
Removí ligeramente el whisky y bebí un trago. Después de casi un mes de sequía me supo a yodo. ¿Era así como realmente sabía este brebaje? Dejé el vaso en una mesita auxiliar.
– ¿Cuánto tiempo lleva trabajando en el hotel? -le pregunté a Peter.
– Éste es mi segundo año.
– ¿Prestan cintas de vídeo de la biblioteca?
– No, señor. En las habitaciones no hay aparatos reproductores de vídeo.
– ¿Estaba usted aquí cuando el hotel tenía cintas de vídeo en la biblioteca?
– No, señor.
– Bien, ¿cómo funciona el sistema para prestarles libros a los huéspedes?
– El huésped elige un libro y tiene que firmar para llevárselo.
– Echemos un vistazo.
Me dirigí nuevamente hacia la biblioteca y Peter cogió sus llaves maestras, abrió las puertas dobles y encendió las luces.
Era una gran habitación con suelo de caoba y con estanterías en las paredes, decorada como una sala de estar.
En la esquina izquierda más alejada había un gran escritorio con un teléfono, una caja registradora y un ordenador y, detrás del escritorio, había una vitrina llena de objetos varios. A la derecha del escritorio había un expositor de diarios y revistas, todo típico de un hotel pequeño con espacio limitado para los servicios.
El acceso del vestíbulo parecía ser la única vía de entrada y salida de la biblioteca, a menos que uno entrase a través de una ventana.
Si había entendido bien lo que Marie Gubitosi me había dicho, el recepcionista, Christopher Brock, no volvió a ver a Don Juan después de que éste se registrara. Pero tal vez la mujer que estaba con él vino aquí a comprar un periódico o algún recuerdo, o específicamente a buscar una cinta de vídeo para pasar el tiempo antes de ir a la playa para hacerse arrumacos bajo las estrellas.
La última vez que estuve aquí debí haber prestado más atención a esta habitación. Pero incluso los grandes detectives no pueden pensar en todo en su primera visita al lugar de los hechos.
– ¿Dónde deben firmar los huéspedes que retiran un libro? -le pregunté a Peter.
– En un libro de recibos.
– Que usted conserva detrás de su mostrador.
– Sí, de ese modo los huéspedes pueden devolver los libros en cualquier momento del día o de la noche.
– Veamos ese libro de recibos.
Regresamos al vestíbulo y Peter sacó el libro de recibos que tenía detrás del mostrador. Yo recuperé mi whisky.
– ¿Suelen conservar estos libros de recibos una vez que están llenos?
– Creo que sí. El señor Rosenthal conserva todos los archivos durante siete años. A veces, incluso más tiempo.
– Buena política.
Abrí el libro de recibos y tenía el mismo aspecto que había descrito Roxanne. Un sencillo libro de recibos con tres recibos por página y un papel carbón rosa. Tenía un lugar para la fecha, una línea que decía: «Recibido», unas pocas líneas en blanco y un lugar destinado a la firma. Cada recibo tenía un número consecutivo impreso en rojo.
Busqué una entrada al azar que decía: «22 de agosto, Recibido, Plum Island», seguido de una firma apenas legible y un número de habitación, en este caso la 105. Una anotación manuscrita decía «Devuelto».
– ¿Es necesario que el huésped exhiba alguna clase de identificación?
– Habitualmente no es necesario. Para cualquier cargo a la habitación, bar, restaurante y cosas así, si su nombre y el número de habitación que usted da coinciden con los datos del ordenador, es suficiente. Es una práctica común en la mayoría de los buenos hoteles.