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¿Qué significaba eso? Significaba, tal vez, que la teoría alternativa -un misil- aún seguía influyendo en el pensamiento y las decisiones de ciertas personas.

A medida que pasaron los años, y sin que se produjera ningún otro problema similar -incluso sin que se tomase ninguna medida para remediar el fallo en los tanques de combustible de los aviones-, la conclusión oficial se volvió un poco más sospechosa.

Corrí por la playa, luego me dirigí tierra adentro y subí y bajé varias dunas, esperando descubrir la cola de un misil cinético emergiendo de la arena, pero no hubo suerte.

Encontré una hondonada protegida entre las dunas donde Don Juan y su dama, llamada ahora Jill Winslow, habían extendido una manta y disfrutado de una romántica y probablemente ilícita hora en la playa. Me pregunté si lo que había sucedido aquí aquella noche aún los obsesionaba.

Me quité la camiseta y me tendí en el mismo lugar donde probablemente lo habían hecho ellos, con la camiseta a modo de almohada, y me quedé dormido sobre la tibia arena.

Tuve un sueño erótico en el que yo me encontraba en un oasis en el desierto yemení y mi harén consistía en Kate, Marie, Roxanne y Jill Winslow, quien llevaba un velo, de modo que no podía ver su rostro. En el sueño no había nada sutil y no necesité analizarlo demasiado, excepto la parte en la que Ted Nash apareció a lomos de un camello.

Cuando regresé al hotel, la luz de los mensajes estaba parpadeando en el teléfono y llamé al mostrador de recepción. El empleado de servicio me dijo:

– Ha llamado el señor Verdi. Dijo que lo llamase. No dejó ningún número.

– Gracias.

Llamé con mi teléfono móvil al móvil de Dom Fanelli.

Contestó y le dije:

– El señor Corey contestando a la llamada del señor Verdi.

– Eh, Giovanni, ¿recibiste mi mensaje?

– Lo recibí.

– ¿Dónde estás?

– Todavía en el Hotel Bayview, con mi móvil, de modo que no puedo hablar demasiado.

– ¿Qué has hecho hoy?

– He estado en la playa.

– Y yo estoy aporreando mi ordenador por ti. Es sábado. Quiero disfrutar de algo de calidad de vida con mi esposa.

– Dile a Mary que es por mi culpa.

– No hay problema. De todos modos, hoy iba de compras con su hermana a Jersey. A unas naves donde venden prendas de fábrica. ¿Has estado alguna vez en uno de esos sitios? ¡Mamma mia! Esas tías se cambian prácticamente en los pasillos. Cuanto más gastas, más ahorras. Falso. Cuanto más gastas, más gastas. ¿Correcto?

– Correcto.

Para entonces yo ya sabía que Dom había descubierto algo.

– He encontrado algunos Winslow para ti -dijo- y fui eliminando nombres hasta llegar a una Jill Winslow que podría encajar con la descripción. ¿La quieres?

– Claro.

– Primero me explicas de qué va todo esto.

– Dom, puedo conseguir esa información del mismo modo que tú. Lo que quieres saber es algo que no deberías saber. Confía en mí.

– Quiero saberlo. No se trata de un trueque (de todos modos te daré la información), sólo necesito saber qué es lo que te está jodiendo la cabeza y la vida.

– No puedo contártelo por teléfono. Pero te lo diré mañana, personalmente.

– ¿Y si te matan antes de mañana?

– Te dejaré una nota. Venga, Dom, no tengo mucho tiempo.

– Muy bien, aquí está la única Jill Winslow que coincide con el grupo de edades y la geografía. ¿Preparado?

– Dispara.

– Jill Penélope Winslow, casada con Mark Randall Winslow. ¿De dónde sacan los nombres estos pijos? Tiene treinta y nueve años, sin trabajo. Él tiene cuarenta y cinco años, es agente de inversiones en Morgan Stanley, trabaja en Manhattan. Viven en el número 12 de Quail Hollow Road, Old Brookville, Long Island, Nueva York. Ninguna otra propiedad. Según el registro de vehículos tienen tres coches: un Lexus SUV, un sedán Mercedes y un BMW Z3. ¿Quieres los detalles?

– Sí.

Dom me dio los modelos, colores y números de matrícula y los apunté.

– El BMW está a nombre de ella.

– Muy bien.

– Intenté un montón de fuentes diferentes para conseguir su número de teléfono, pero no hubo suerte -continuó Dom-. Probablemente pueda conseguirlo para el lunes. Busqué sus antecedentes civiles y penales, pero ambos están limpios. Ninguna Jill Penélope Winslow divorciada o muerta, pero tu Jill Winslow y la que he encontrado pueden no ser la misma persona. De modo que, sin un apellido de soltera de tu parte o una partida de nacimiento, o un número de la Seguridad Social…

– Sé cómo funciona. Gracias.

– Sólo quería que lo supieras. Hice lo mejor que pude un sábado por la mañana con un poco de resaca. Tendrías que haber estado anoche en ese club. Esa tía, Sally…

– Sarah. De acuerdo, hazme un favor y envíame por correo electrónico alguna otra Jill Winslow que pudiera encajar. Me marcho del hotel y hoy no podrás localizarme en mi móvil, pero puedes dejar un mensaje. Debo estar en mi apartamento esta noche.

– Dejé una botella de champán para ti y Kate.

– Muy considerado de tu parte.

– En realidad es de media caja que no usé. ¿Cuándo regresa Kate?

– El lunes.

– Genial. Ya debes de estar cachondo.

Se echó a reír.

– Bien, tengo que irme.

– ¿Piensas visitar Old Brookville?

– Sí.

– Avísame si se trata de la Jill Winslow que estás buscando. ¿De acuerdo?

– Serás el primero en saberlo, después de mí.

– Sí. ¿Estás cerca?

– Eso creo.

– Los últimos diez metros son una mierda.

– Lo sé. Ciao.

– Ciao.

Corté la comunicación, me metí en la ducha y me quité la sal del cuerpo. Cuando me estaba secando sonó el teléfono. Había una sola persona en el universo que sabía dónde estaba, y acababa de hablar con él, de modo que debía de ser alguien del hotel. Levanté el auricular.

– Hola.

– ¿Señor Corey? -preguntó una voz femenina.

– Me marcho ahora mismo. Prepare mi cuenta.

– No soy una empleada del hotel. Me gustaría hablar con usted -dijo.

Dejé caer la toalla y pregunté:

– ¿Sobre qué?

– Sobre el vuelo 800 de la TWA.

– ¿Qué pasa con el vuelo 800 de la TWA?

– No puedo hablar por teléfono. ¿Puede reunirse conmigo?

– No a menos que me diga de qué se trata todo esto y quién es usted.

– No puedo hablar por teléfono. ¿Podemos encontrarnos esta noche? Tengo lo que creo que está buscando.

– ¿Qué es lo que estoy buscando?

– Información. Tal vez una cinta de vídeo.

No respondí durante unos segundos.

– Tengo lo que necesito. Pero gracias -dije.

Ella hizo caso omiso de mis palabras, como sabía que haría, y dijo:

– A las ocho, esta noche, Cupsogue County Park, en la cala. No volveré a llamarle.

Luego colgó.

Intenté rastrear la llamada. Una voz grabada me informó de que el número que intentaba localizar no podía buscarse por ese método.

Miré el reloj que había en la mesilla de noche: las 15.18. No tenía demasiado tiempo para ir hasta Old Brookville y regresar a Cupsogue Beach.

Y, además, ¿por qué querría encontrarme con alguien en un lugar desierto después de que anocheciera? Si tienes que hacerlo, tienes que hacerlo, pero debes llevar un micro, tener un equipo de apoyo cerca y no olvidarte de llevar tu arma.

En este caso, sin embargo, todo era discutible porque estaba actuando por cuenta propia, y mi Glock estaba en una valija diplomática en alguna parte entre Yemen y Nueva York.

Y también era irrelevante porque no tenía intención de acudir a esa cita.