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– Estoy seguro de que no es así, Else. Todo el mundo sabe que hay que ahorrar un poco antes de dar ese paso. Hay un montón de chicos y chicas que están en el mismo barco que nosotros.

Ella dio una patada contra el suelo.

– Se burlan de mí… y los odio por ello. N o puedo tra. bajar en un sitio donde la gente no deja de lanzarme miradas de soslayo.

– ¿Estás segura de que no eres tú la que empiezas? Si miras mal a alguien, esta persona hace lo mismo contigo. Es de lo más lógico.

Era mejor abstenerse de hacer esa clase de comentarios. Como había señalado el señor Cameron, su hija era más feliz cuando se salía con la suya. Y «salirse con la suya» significaba que Norman debía mostrarse de acuerdo con todo lo que ella decía. Nada era nunca culpa de Elsie: si las cosas le iban mal, el responsable era el resto del mundo.

A veces Norman lo creía. Se sentía culpable por alentar sus esperanzas y luego defraudarlas de nuevo. Pero de no habérsele declarado, ella se habría sentido todavía más desgraciada. El anillo era una prueba de que la amaba. También significaba el permiso para tocar su cuerpo.

¿Era ésta una de las razones por las que había empezado a temer sus visitas? Ya no se trataba de restregarse contra su falda. Cuando estaba de humor, le dejaba despojarla de la ropa y acariciar su piel desnuda. Pero no podía llegar más lejos. Demostrar que controlaba sus necesidades suponía una prueba más de su amor.

– Me reservo para la noche de bodas, cielito. Una esposa debe ser pura en cuerpo y alma cuando su marido la penetre por vez primera. Puedes hacer muchas otras cosas, pero no dejaré que metas eso en mi cuerpo. Eso estaría mal.

Soñaba con ella cuando no la tenía delante, y se enfadaba cuando estaba allí.,

– Eres una calientabraguetas -exclamaba cada vez que ella le rechazaba-. No puedes excitar a un hombre para luego decirle que se dé una ducha fría. Tengo condones. ¿Por qué no podemos usarlos?

– Es algo vulgar.

– ¿A quién le importa?

– No quiero hablar de eso.

– Muy bien, no usemos condones. Te he prometido que nos casaremos, así que ¿de qué tienes miedo? No voy a decepcionarte.

– Hasta ahora lo has hecho -replicaba ella, ofuscada, mientras se subía el vestido-. Tal vez todo sería distinto si fijaras una fecha, pero no pienso entregarme a ti a cambio de un anillo barato.

– El verano pasado no decías eso. El verano pasado decías que te lo pensarías si prometía convertirte en la señora Thorne.

– Pues conviérteme en la señora Thorne.

– ¿Para qué? Se te ocurrirá alguna otra excusa. ¿Cómo sé que lo harás alguna vez, Else?

– Quiero tener un bebé, ¿no?

– ¿Y qué pasará cuando lo tengas? A veces creo que lo único que quieres es otra mascota a la que agobiar.

Se trataba de discusiones estériles que no conducían a ninguna parte y que sólo servían para que acabaran enfadados. Ambos estaban sexualmente frustrados. Norman intentaba manejar la situación trabajando con más ahínco. Elsie oscilaba entre abismos de oscura depresión y cumbres de exaltado romanticismo que volcaba en las cartas que le escribía desde Londres.

Oh, amadísimo mío… nuestro romance es como un cuento de hadas, que terminará con: «Y vivieron feli ces para siempre»… Te adoro tanto, mi tesoro… lo eres todo para mí. Sé que podemos arreglamos en tu cabaña… y Elsie promete amarte eternamente… Oh, querido, no te imaginas lo que significas para mí… Sueño con el día en que estemos juntos. Para siempre jamás, te adora con toda su alma, Elsie.

Norman no sabía cómo tornarse esas misivas. Tenía la impresión de que en Londres, donde se sentía protegida, Elsie se reinventaba a sí misma asumiendo el papel de una princesa de cuento de hadas; se olvidaba de las penurias de la granja y la veía corno un lugar de ensueño. Pero ¿cómo podía él seguirle la corriente si la realidad -barro, hedor y pobreza- era tan distinta?

Las oscilaciones de su relación empezaban a cobrarse su precio en Norman. A ellas había que añadir sus interminables preocupaciones económicas. Por mucho que lo intentara, no había forma de obtener beneficios.

Competía contra granjeros que habían firmado acuerdos con los carniceros mucho tiempo atrás. Resultado: no había demanda para los pollos y huevos de la granja Wesley. Si hubiera planeado mejor el proyecto, habría revisado la zona y habría contado el número de granjas avícolas. O el número de casas que criaban gallinas en el huerto. En realidad, había comprado el terreno de Blackness Road a ciegas.

Contrajo deudas con los vendedores de pienso y pidió dinero prestado para cancelarlas. Se dijo a sí mismo que la inversión merecía la pena si al final daba beneficios. Lo único que necesitaba era un trato provechoso con un único carnicero al que proporcionar el suministro semanal de pollos.

Pero las palabras de su padre le perseguían: «No queda tiempo para el amor cuando llega la orden de desahucio».

El desespero de Elsie iba en aumento a medida que se acercaba la Navidad de 1923. Llevaba meses sin trabajo, y sus hermanos se habían casado dejándola sola con sus padres. Ahora Norman tenía que soportar también las presiones del señor y la señora Cameron, que se mostraban tan obstinados como su hija. ¿Cuándo convertiría a Elsie en una mujer honesta?

Bien podrían haber dicho: «¿Cuándo nos librarás de nuestra Elsie?». Porque era así como lo veía Norman. Cuanto más evitaba él fijar una fecha, más insistían los padres de Elsie.

– Estás partiéndole el corazón a la niña -le dijo fríamente el señor Cameron el día de Navidad-. ¿Puedo recordarte que hoy se cumplen doce meses desde que le pusiste un anillo en el dedo?

– Soy consciente de ello, señor. -Norman respiró hondo para tranquilizarse-. Pero corno ya he explicado en varias ocasiones, no me hallo en condiciones de casarme por el momento. Necesito…

– ¿Por qué hiciste una promesa sin saber si podías cumplirla? -interrumpió el señor Cameron.

«No tuve elección…: Elsie me obligó… Debería haberle hecho caso a mi padre…»

– Creí que la granja iría bien este año.

– ¿Y no ha sido así?

– Es sólo cuestión de meses, señor. Si usted pudiera convencer a Elsie para que esperara un poco más…

– No es obligación mía convencer a Elsie de nada -repuso el señor Cameron-. En mi opinión, mi único deber es recordar te que estás legalmente comprometido a casarte con ella, si no quieres que te llevemos a juicio por incumplimiento de promesa.

Una expresión hosca se apoderó del rostro de N orman.

– Era Elsie quien deseaba el anillo. Para mí las cosas ya estaban bien como estaban. En cualquier caso, no me he negado a cumplir mi palabra. Lo único que pido es un poco más de tiempo.

– Un tiempo del que Elsie carece, Norman. Cumplirá veintiséis años en abril.