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En su magna obra De los principios, afirma Orígenes que tan sólo Dios es fundamentalmente bueno por virtud de su esencial naturaleza. Dios el único, el absolutamente perfecto Bien. Al considerar los inferiores grados de Bondad, vemos que son derivaciones adquiridas en vez de ser esencialmente fundamentadas. Dice Orígenes que Dios concede el libre albedrío por igual a todos los espíritus, y que si no lo usan en recta dirección, caen en estados inferiores, más o menos rápidamente, y cada cual es el causante de su propia caída. Añade que Juan el Bautista recibió en la matriz de su madre la santificante influencia del Espíritu Santo en algunos hombres no por su merecimiento ni por justicia sino por especial gracia, diciendo que no se compagina este error con la declaración explícita de que Dios no hace acepción de personas ni puede obrar injustamente, como obraría si pusiera a las almas en existencia al mismo tiempo que los cuerpos. Después declara Orígenes su creencia en la reencarnación arguyendo que Juan había merecido el divino favor por razón de su recta conducta en una vida anterior.

Considera luego Orígenes la importante cuestión de la aparente injusticia que denotan las desigualdades entre los hombres, y dice:

«Unos son extranjeros y otros griegos; y de los extranjeros unos son salvajes y feroces y otros de apacible condición; los hay que viven sujetos a leyes más o menos justas, mientras que otros se rigen por costumbre de índole inhumana. Algunos nacen esclavos y quedan sujetos al dominio de sus dueños, príncipes o tiranos. Quiénes nacen sanos y quiénes nacen enfermos de cuerpo. Unos con defectos en la vista, en la palabra, en el porte, o privados de sus sentidos. Pero ¿a qué enumerar todos los horrores de la miseria humana? ¿Por qué ha de ser esto así?»

Impugna Orígenes la opinión de algunos pensadores de su tiempo, quienes sostenían que las desigualdades observadas entre los hombres dimanaban de la diferencia de cualidades de las almas y de su diverso modo de ejercer el libre albedrío. Contra esta opinión argaye Orígenes, diciendo que el libre albedrío no puede ejercerse antes del nacimiento, pues nadie escoge de su libre voluntad las condiciones en que nace, y si un alma de maligna naturaleza ha de nacer en una malvada nación y un alma de buena naturaleza en una nación virtuosa, será por accidente o casualidad de su diferencia, por lo que entonces no puede creerse en la providencia y justicia de Dios.

Añade Orígenes: «Consideró Dios justo ordenar sus criaturas según el mérito de cada una y por ello puso en el mundo vasos de oro, plata, madera y barro, de honor y deshonor, para que según sus méritos los ocuparan las almas cuyo nacimiento ya no es así casual sino que la condición de cada individuo es el resultado de sus acciones».

Considera después el caso de Esaú y Jacob, que algunos toman por ejemplo del injusto y cruel criterio que Dios sigue con sus criaturas. Orígenes rebate el tema, diciendo que hubiera sido injusto en Dios amar a Jacob y odiar a Esaú antes de que ambos nacieran, y que la única interpretación verdadera de este caso es que a Jacob se le recompensó su buena conducta en pasadas vidas, mientras que a Esaú se le castigó por sus malas acciones en pretéritas existencias sobre la tierra.

No solamente Orígenes sustenta esta opinión, sino también san Jerónimo, quien dice en su Epístola a Avito: «Si examinamos el caso de Esaú, hallaremos que fue condenado a causa de sus antiguos pecados en un peor curso de vida».

Dice Orígenes: «Vemos que no es injusto que aun en la matriz suplantara Jacob a su hermano si consideramos que Dios lo amaba por los merecimientos contraídos en una vida anterior, de modo que merecía ser preferido a su hermano».

»Esto debe aplicarse al caso de otros seres humanos, porque según antes dijimos, en todo debe aparecer la justicia de Dios.

»La desigualdad de circunstancias requiere la justicia de una recompensa según los merecimientos.»

Annie Besant, de quien tomamos algunas de estas citas, dice con respecto a dicha opinión de Orígenes:

«Así vemos que esta doctrina defiende la justicia de Dios. Si es posible crear un alma buena, entonces resulta imposible para el Dios de justicia y amor crear un alma mala. No cabe semejante cosa, ni tiene justificación, y desde el momento en que reconocemos que hay criminales natos, no queda otra alternativa que la blasfema idea de que un perfecto, amoroso Dios cree un alma malvada y después la condene por ser lo que él la hizo, o bien que las almas van evolucionando hasta alcanzar la final bienaventuranza, Y si en una vida nace un ser humano con malvados instintos es porque obró mal y ha de cosechar en aflicción los resultados del mal a fin de que aprenda las lecciones de la sabiduría y se convierta al bien.»

También considera Orígenes el caso de Faraón, de quien la Biblia dice que «Dios le endureció el corazón», y declara que si Dios endureció el corazón de Faraón, fue para que experimentara más pronto los efectos del mal y en su futura encarnación aprovechara su amarga experiencia.

Dice sobre el particular:

«A veces no da buenos resultados que un enfermo se cure demasiado pronto, especialmente si la enfermedad estaba oculta en el interior del cuerpo y ha brotado violentamente. Debe entenderse que el alma no progresó de súbito sino de un modo lento y gradual, pues el proceso de perfeccionamiento del individuo se opera imperceptiblemente durante largísimos siglos y algunos adelantan más que otros, quienes necesitan mucho más tiempo para alcanzar la perfección.

»Los que salen de este mundo por las puertas de la muerte a que todos estamos sujetos, reciben el destino conforme a sus acciones, yendo algunos al lugar llamado infierno y otros al seno de Abraham y a diversas localidades o mansiones. Pero también desde estos lugares, como si en ello murieran, si vale decido así, bajan del "mundo superior" a este "infierno" de la tierra, pues el "infierno" a que desde este mundo van las almas condenadas es, según creo, el "bajo infierno". Los que vienen a la tierra están sujetos según sus méritos o deméritos a nacer en determinado país o en determinadas condiciones de vida, afligidos por diversas enfermedades o descienden de padres religiosos e irreligiosos, de modo que un israelita puede después nacer de padres escitas y un egipcio volver a este mundo en Judea» (Contra Celso).

Después de leída esta cita ¿cabe dudar de que la doctrina de la reencarnación y del karma fue mantenida y enseñada como verdadera por los Padres de la Iglesia cristiana? ¿No será ciego quien no vea arraigada en el seno de la primitiva Iglesia la doctrina gemela de la reencarnación y el karma? Entonces ¿por qué persistir en repudiada como cosa importada de la India, Egipto o Persia para perturbar la pacífica modorra de la actual Iglesia cristiana? La doctrina gemela de la reencarnación y el karma ha de volver a su hogar como parte de la original doctrina esotérica después de un largo destierro de la casa de su niñez.