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Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros (Mateo 5, 10-12.)

Con estas palabras trató Jesús de alentar y fortalecer a los que habían de predicar el mensaje de los venideros siglos. Y no hay más que leer los nombres de las valerosas almas que procuraron mantener viva la llama, conservar en su virginal pureza las enseñanzas, resguardándolas de la hipócrita y egoísta tergiversación y formulismo de los que ambicionaban los altos puestos de la Iglesia. La mazmorra, el tormento y la hoguera fueron su recompensa. Pero la fe que desplegaron durante las persecuciones los condujo al reconocimiento del Espíritu y así fue suyo el reino de los cielos.

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres (Mateo 5, 13).

Amonesta Jesús a sus discípulos para que no fracasen en su misión de servir con sus pensamientos y acciones de levadura en la masa de la humanidad. El uso de la palabra «sal», en este pasaje es familiar a cuantos conoce el antiguo misticismo. Los manjares sin sal son desabridos. Los discípulos eran la sal que había de salar perfectamente a la tierra. Pero si un grano de sal perdía su virtud saladora, nada era capaz de restituírsela y sólo servía para echado en el montón de desechos.

La «sal», tiene por objeto sazonar, y el deber del discípulo electo es sazonar a la humanidad.

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5,14-16).

Estas palabras enseñan a los electos a difundir la recibida luz. Se les advierte que no la escondan bajo capa de convencionalismos de conducta, y se les exhorta a vivir y obrar de modo que las gentes perciban la luz del Espíritu que brilla en su interior y cuyos rayos les alumbren en el recto sendero. Quien tenga la Luz del Espíritu encendida en su interior será capaz de encender vivamente las lámparas del entendimiento en otros hombres. Con seguridad que muchos de nuestros lectores habrán tenido la lámpara de su conocimiento encendida por los rayos del Espíritu dimanantes de algún alma por medio de la palabra hablada o la escrita o por contacto personal. ¡La espiritualidad es contagiosa! Por lo tanto, ¡difundámosla! Tal es el significado del transcrito pasaje.

No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.

Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido (Mateo 5,17-18).

En este pasaje afirma Jesús positivamente que no enseñaba una nueva doctrina sino que había venido a proseguir la obra de sus predecesores. Afirmó con ello la validez de la Sabiduría antigua, y dijo que la ley vigente había de continuar rigiendo hasta que perecieran el cielo y la tierra, esto es, hasta el fin del presente ciclo mundial. En estas palabras manifestó Jesús su adhesión a las enseñanzas ocultas. A quienes objeten diciendo que Jesús se refería a la ley de Moisés, les replicaremos que precisamente Jesús abolió la ley de Moisés con sus formulismos y enseñanzas esotéricas, pues el cristianismo es opuesto a las prácticas judaicas. Jesús aludía a las enseñanzas esotéricas, no a los externos credos y formulismos religiosos. No vino a abrogar las antiguas enseñanzas, sino tan sólo a «cumplir», a dar un nuevo ímpetu a la Sabiduría antigua.

De manera que cualquiera que infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.

Porque os digo que si vuestra justicia no fuese mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 5, 19-20).

Aquí Jesús precave contra la violación de las fundamentales enseñanzas ocultas y la enseñanza de falsas doctrinas, así como también ordena que se practique y enseñe la verdad, según se advierte en la referencia al reino de los cielos. Expone, además, que la «rectitud» necesaria para ganar «el reino de los cielos» es muy diferente al formulismo ceremonial y clerical de los escribas y fariseas, equivalentes hoy día a los clérigos que ejercen su ministerio como un oficio de pan llevar, y a los beatos hazañeros y mojigatos que sin sentimientos genuinamente cristianos mascullan rezos como si royeran peanas. Jesús fue siempre enemigo del estrecho formulismo que se paga de las palabras y desconoce el Espíritu. Si volviese hayal mundo arrojaría de los templos a la horda de clérigos simoniacos e hipócritas san turrones que en su fuero interno se mofan de las cosas sagradas.

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpado del juicio.

Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.

Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.

De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante (Mateo 5, 21_26).

Estos versículos subrayan la enseñanza de que el pecado no consiste tan sólo en las malas obras sino también en los malos pensamientos albergados en la mente y de los siniestros deseos alentados en el ánimo. Los pensamientos y deseos de siniestra índole que alimenta un individuo son la semilla y germen del pecado o del crimen, aunque no se manifiesten en acción. El deseo de matar es tan criminal como el asesinato. Esta es una oculta enseñanza comunicada a todos los candidatos a la iniciación.

Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.

Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.

Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.

Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.

También fue dicho: Cualquiera que repudiare a su mujer, déle carta de divorcio.

Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio (Mateo 5, 27-32).

En este pasaje manifiesta Jesús el aborrecimiento que a todos los ocultistas adelantados les inspira el abuso de las funciones sexuales. No sólo condenó el acto sino el pensamiento que lo determina. La enseñanza oculta dice que la única función legítima del sexo es la procreación y que todo lo demás es pervertir la naturaleza. Jesús habla enérgicamente en este pasaje sobre tan importantísimo asunto. La última parte del pasaje citado es una condenación de los abusos en las relaciones conyugales, y contra el divorcio que era una cuestión muy palpitante en aquel tiempo. Recriminaba a los que inconscientemente contraían matrimonio y con la misma inconciencia los disolvían. Jesús afirmaba la santidad de la vida doméstica y el bienestar de la familia. Sus manifestaciones sobre este punto son indudablemente claras y concluyentes.