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Al fin, después de largo y fatigoso viaje por cuestas y llanos, montañas y desiertos, llegaron los Magos a Jerusalén e inquirieron diligentemente el paradero del Maestro de Maestros, el Prometido cuya venida se había profetizado durante siglos en los pueblos orientales. Los judíos a quienes los Magos preguntaron, aunque desconocedores de las predicaciones referentes a un Maestro místico o avatar de la Divinidad, estaban enterados de las profecías relativas al advenimiento del Mesías hebreo y se figuraban que de este esperado rey terrenal de los judíos pedían noticias los Magos. Así es que derramaron la voz de que los Magos habían venido de Oriente a Jerusalén en busca del Mesías, del rey de los judíos que debía librar a Israel del yugo romano. El Evangelio de San Mateo nos dice:

«Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él» (Mateo 2, 3).

Era natural que se turbase Herodes, si se tiene en cuenta que los judíos esperaban la venida de un Mesías que había de heredar el reino; y así fue que congregó a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas de Jerusalén y les mandó que le refiriesen los pormenores atinentes a las profecías relacionadas con el Mesías, y en dónde esperaban que naciese. Los sacerdotes y escribas respondieron: «En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta…".

Al escuchar el astuto Herodes el testimonio de los sacerdotes y escribas, temeroso de que si se cumplía aquel antiguo vaticinio hebreo le costara la corona, llamó a los Magos a su palacio, y en consulta privada inquirió de ellos el objeto de su diligente investigación. Y cuando los Magos le dijeron lo del signo astrológico, excitóse todavía más el rey Herodes con vivos deseos de saber dónde estaba el peligroso niño. Preguntó Herodes a los Magos cuándo habían visto la estrella, pues sabiendo la fecha de su nacimiento podría serie más fácil encontrar al niño de Belén (véase Mateo 2, 7). Enterado Herodes de ello, les dijo a los Magos que fuesen a Belén para encontrar al niño que buscaban, y añadió astutamente: «y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore».

Así disimulando hábilmente su intención de apoderarse del niño y matarlo, procuró Herodes valerse de los Magos como de pesquisidores, fingiendo compartir su deseo de encontrar al divino niño.

Llegaron los Magos a Belén y preguntaron diligentemente por los niños nacidos en la época de la conjunción planetaria. Por supuesto que habían nacido varios niños en aquel mismo mes y fue la investigación difícil. Pero no tardaron en oír rumores acerca de un niño que les había nacido a unos forasteros llegados a Belén por aquel tiempo y cuyo nacimiento estuvo acompañado de un extraño suceso, según refiere el Evangelio de San Lucas (2, 8-20), quien dice que cuando Jesús nació en el pesebre, unos pastores que durante la noche velaban sus rebaños, vieron un ángel ante ellos y «la gloria del Señor los rodeó de resplandor». El ángel les dijo que no temieran porque les venía a dar nuevas de gran gozo, pues había nacido aquella noche en la ciudad de David un Salvador, el Señor ungido. Y el ángel les dio por señal que hallarían al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz y buena voluntad para con los hombres!» Y los pastores fueron a la ciudad e hicieron notorio lo que se les había dicho del niño, por lo que tanto el niño como sus padres fueron objeto de más o menos interés público.

Cuando los Magos comenzaron sus investigaciones se les informó a su tiempo de aquel singular suceso, y visitaron la casa de José y María y vieron al niño. De las preguntas que formularon a los padres, coligieron que el nacimiento del niño había coincidido exactamente con el signo astrológico. Entonces trazaron el horóscopo del niño y observaron que la visión de los pastores coincidía con su mágica ciencia, y que realmente aquel niño era el Ser a quien durante siglos habían esperado los místicos y ocultistas orientales. ¡Habían encontrado al Maestro! El Niño del signo estelar estaba ante ellos.

Entonces, los adeptos, maestros y hierofantes, hombres egregios en sus respectivas tierras, se postraron en el suelo ante el niño, y le saludaron con el ceremonial debido únicamente al excelso Maestro oculto de los Maestros, que venía a ocupar el trono del Gran Maestro de la Gran Logia. Pero el niño nada sabía de esto, y se limitaba a sonreír dulcemente a aquellos extranjeros pomposamente vestidos, y les alargaba sus tiernas manecitas. Pero la tradición oculta afirma que con los dedos de la diestra extendidos hacia los Magos, hizo el niño inconscientemente el místico símbolo de la oculta bendición de los maestros y hierofantes (ahora usada por el Papa en la bendición papal) y dio a sus adorantes la bendición de Maestro. De esta suerte dio el tierno Maestro de Maestros su primera bendición recaída en sus discípulos y fervorosos adoradores.

Pero su trono no era entonces el de la Gran Logia, sino otro aún más excelso: el regazo de una Madre.

Los Magos hicieron entonces las místicas y simbólicas ofrendas al niño: oro, incienso y mirra. Le ofrendaron oro como tributo pagado a un rey. Le ofrendaron incienso como símbolo de adoración, pues era el purísimo y rarísimo incienso usado por las fraternidades y órdenes ocultas y místicas en sus ritos y ceremonias, cuando contemplaban el sagrado símbolo del Absoluto Señor del Universo. El tercero y último símbolo fue la mirra, que en el oculto y místico simbolismo denota la amargura de la vida mortal. La mirra amarga y punzante, pero al propio tiempo aromática y aséptica, daba a entender que aquel niño, aun que esencialmente divino, tenía cuerpo y mente mortales y debía experimentar el amargo sabor de la vida. Ciertamente la mirra simbólica es apropiadamente la vida mortal porque tiene virtud aséptica para evitar la corrupción y, sin embargo, amarga y pica. El oro, el incienso y la mirra eran una profecía, un símbolo, una revelación de la vida del Hijo del Hombre en quien el puro Espíritu moraba. ¡Verdaderamente eran sabios aquellos Magos!

Cumplidos sus ritos y ceremonias se marcharon de Belén los Magos; pero no olvidaron al niño y tuvieron noticia de Él hasta volverlo a ver. Parecerá extraña esta afirmación, porque nada dicen los evangelios de esta segunda entrevista y silencien algunos años de la vida de Jesús. Sin embargo, los registros y tradiciones de los místicos orientales están llenos del conocimiento esotérico de dichos años, según veremos más adelante. Aunque de él se habían despedido los Magos, fue creciendo el Niño bajo su amorosa solicitud y desenvolviéndose en cuerpo y mente.

Advertidos los Magos por revelación en sueños de que no volviesen al astuto y artero Herodes, «regresaron a su tierra por otro camino» (Mateo 2, 12).

En vano aguardó Herodes la vuelta de los Magos, y al saber que se habían marchado sin verle, ordenó cruelmente el degüello de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén y sus alrededores. Calculó Herodes que habían transcurrido dos años desde la aparición del signo astrológico de que le habían hablado los Magos. El Evangelio de San Mateo, según la versión llamada Vulgata, dice sobre el particular:

«Herodes entonces, como se vio burlado por los Magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos.»

Herodes trataba de matar al temido Mesías, al rey de los judíos, que amenazaba destronarle, matando a todos los niños nacidos en Belén desde el astrológico indicio señalado por los Magos.

Pero fracasó aquella maquinación, porque «un ángel avisó a José en sueños» [3], diciéndole que con la madre y el niño huyeran a Egipto y permaneciesen allí hasta la muerte de Herodes. Y así José, María y Jesús, huyendo de la cólera de Herodes, ocultamente se marcharon a Egipto.

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[3] Según saben los ocultistas, este ángel fue la forma astral de uno de los Magos