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Pero dice la alta crítica que no hay necesidad de entrar en discusiones de esta índole, porque la llamada «profecía» se refiere a otra cosa completamente distinta. Dicen los críticos que Acaz, débil rey de Judá, estaba afligidísimo porque Rezín, rey de Siria, y Peka, rey de Israel, se habían coligado contra él y dirigían sus combinadas fuerzas hacia Jerusalén. Movido Acaz de temor trató de aliarse con el rey de Asiria, pero Isaías desaprobó esta alianza y reprendía a Acaz por proponerla. El rey estaba muy desazonado por el temor de escuchar los argumentos de Isaías, quien entonces profetizó a la manera de los videntes orientales que, de seguir aquella política suicida, quedaría el país devastado y la miseria vinculada en Israel. Sin embargo, dejaba entrever la esperanza de un brillante porvenir cuando se disparan las nubes de la adversidad. Un nuevo y prudente príncipe se levantaría para reponer la prístina gloria de Israel. Aquel príncipe nacería de una joven madre y su nombre sería Emmanuel, que significa: «Dios con nosotros». Todo esto se refería a sucesos de un futuro razonablemente cercano, sin nada que ver con el nacimiento de Jesús algunos siglos más tarde, quien no había de ser un príncipe que se sentara en el trono de Israel ni había de dar gloria y renombre a este pueblo, porque no era tal su misión.

Varios eruditos hebreos y cristianos han expuesto la opinión de que Isaías aludió al nacimiento de Ezequías.

No hay prueba alguna en la historia del pueblo judío, correspondiente a los siete siglos interpuestos entre Isaías y Jesús, de que los hebreos consideraran dicha profecía de Isaías con referencia al esperado Mesías, sino que por el contrario la creyeron relacionada con un no tan principal suceso de su historia.

Dice acertadamente un autor judío:

«En toda la vasta bibliografía judía no hay ni un solo pasaje que dé a entender que el Mesías había de ser milagrosamente concebido.»

Otros autores declararon lo mismo, demostrando que la idea de un nacimiento virginal era extraña a la mentalidad judía, pues los hebreos siempre honraron y tuvieron en alta estima la vida matrimonial y miraban a sus hijos como benditos dones de Dios.

Un autor eclesiástico dice: «Una fábula como la del nacimiento del Mesías de una virgen podría haber surgido en cualquier parte menos entre los judíos, cuya doctrina de la unidad divina abría un infranqueable abismo entre Dios y el mundo, y su alta consideración por el matrimonio hubiera hecho odiosa semejante idea.»

Otros autores coinciden con esta opinión y dicen que la idea del nacimiento virginal de Jesús no fue nunca la que se halla en las profecías hebreas, sino que, procedente de paganos manantiales, fue inoculada en la doctrina cristiana a fines del siglo 1, y la creyeron los cristianos por influencia de los paganos conversos que la encontraban conforme con sus antiguas creencias.

El reverendo R. J. Campbell, ministro del City Temple de Londres, dice en su Nueva Teología:

«Ningún pasaje del Nuevo Testamento puede considerarse ni directa ni indirectamente como una profecía del virginal nacimiento de Jesús. A muchos les parecerá que insistir en esto es lo mismo que vapulear a un espantajo, pero el espantajo aún conserva bastante vitalidad.»

El segundo relato del evangelio acerca del nacimiento virginal es el ya citado de San Lucas.

Mucho se ha discutido acerca del verdadero autor del evangelio atribuido a san Lucas, pero los exégetas están generalmente acordes en que es el último de los tres evangelios sinópticos y que fuese quien fuese el autor no presenció personalmente los sucesos de la vida de Cristo. Algunos exégetas opinan que el autor fue un gentil, probablemente griego, pues su estilo aventaja en mucho al vulgar por su copioso vocabulario y admirable dicción. Se cree generalmente que la misma mano escribió los «Hechos de los Apóstoles». La tradición afirma que el autor fue un tal Lucas, convertido al cristianismo después de la muerte de Jesús, que formó parte de la compañía de san Pablo en el viaje de Troas a Macedonia y compartió el encarcelamiento de éste en Cesárea así como el naufragio del mismo apóstol durante su viaje a Roma. Se cree que escribió el evangelio mucho después de muerto san Pablo, para instrucción de un personaje de calidad, llamado Teófilo, residente en Antioquía.

Opinan los críticos de alto vuelo que el relato del nacimiento virginal fue interpolado en el texto de san Lucas por un autor subsiguiente o bien que el mismo san Lucas, en su vejez, adoptó la idea que ya iba cundiendo entre los cristianos procedentes del paganismo, ya que de esta misma procedencia era san Lucas. Se arguye que como quiera que san Pablo no habla para nada y ni siquiera alude al nacimiento virginal de Jesús ni menciona jamás a María, y siendo san Lucas íntimo amigo y discípulo de san Pablo, debió san Lucas conocer posteriormente la leyenda e insertada en su evangelio si en realidad es todo él obra suya, pues de haberla conocido san Pablo no la hubiera omitido.

También es de Lucas la genealogía de Jesús desde Adán a través de Abraham, David y José. Las palabras «según se creía», puestas entre paréntesis en el versículo 23 del capítulo 3 de san Lucas, se supone que las interpoló en el texto un autor subsiguiente, pues no fuera sensato trazar la genealogía de Jesús a través de un «supuesto» o putativo padre. El citado versículo dice así:

«Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, (según se creía) de José, hijo de Elí…»

Los exégetas advierten notable diferencia entre la genealogía dada por Lucas y la de Mateo, lo que revela falta de conocimiento por una u otra parte.

En general, los eruditos consideran sumamente extraño que san Lucas relatara el virginal nacimiento de Jesús, puesto que era muy fervoroso discípulo de san Pablo, quien desconocía la leyenda o no hizo caso de ella si la oyó referir. Seguramente que un hombre como san Pablo hubiera insistido reiteradamente en tan maravilloso suceso, de haber creído en él o si en su tiempo hubiera formado parte de las enseñanzas cristianas. Muy inverosímil es que Lucas escribiera dicho pasaje, y así muchos opinan que es mucho más seguro aceptar la hipótesis de una posterior interpolación en el texto de san Lucas, sobre todo si se tiene en cuenta los corroborantes indicios.

Resumiendo las opiniones de la alta crítica, podemos señalar los puntos en que se apoyan los impugnadores del virginal nacimiento de Jesús.

1º El relato del nacimiento virginal sólo se encuentra en el comienzo de dos de los cuatro evangelios, los de san Mateo y san Lucas, y aun en éstos el relato denota haber sido interpolado por subsiguientes escritores.

2º Tanto Mateo como Lucas no vuelven a hablar de la virginidad de María después del relato inserto en la parte introductora de sus evangelios, la cual no hubiesen silenciado si en realidad fuesen ellos los autores del relato y en él creyeran, pues semejante silencio por su parte es contrario a las costumbres de los escritores.

3º Los evangelios de San Marcos y San Juan no dicen absolutamente nadie sobre este punto. El evangelio más antiguo de estos dos, el de Marcos, no contiene ni el menor vestigio de la leyenda, y lo mismo cabe decir del de San Juan.

4º Las demás escrituras del Nuevo Testamento no rezan ni media palabra sobre el particular. El libro de los «Hechos de los Apóstoles», generalmente atribuido también a san Lucas, no dice nada absolutamente del asunto. San Pablo, maestro de san Lucas e insigne escritor de la primitiva Iglesia, o desconoce por completo lo referente al nacimiento virginal de Jesús, o si lo conoce nada dice de propósito por desdeñado, lo cual es increíble en semejante apóstol. Pedro, el príncipe de los apóstoles, no menciona dicha doctrina en ninguna de sus dos epístolas, lo cual es inconcebible si hubiese conocido la leyenda y creído en ella. El libro del Apocalipsis tampoco dice una palabra sobre una enseñanza que tan suma importancia cobró posteriormente en la Iglesia. Los escritos del Nuevo Testamento, a excepción de los dos breves pasajes ya citados de Mateo y Lucas, guardan asimismo absoluto y significativo silencio sobre el particular.