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– ¡Hay que joderse con Billie Keegan! -dijo Skip asombrado. Se acercó a él y lo abrazó.

– Vosotros corréis a juzgar al hombre que bebe un poco -dijo Keegan. Sacó una botellita del bolsillo, giró el tapón hasta que el sello se rompió, echó su cabeza hacia atrás y se bebió el güisqui-. Mantenimiento -dijo-. Eso es todo.

17

Bobby no podía soportarlo. Casi le dolía la ingenuidad de Billie.

– ¿Por qué no has dicho nada? -preguntó-. Yo también podría haberme puesto a anotar números, podríamos haber apuntado más coches.

Keegan se encogió de hombros.

– Supuse que era mejor no decir nada -dijo-. Así no quedaría como un gilipollas si pasaban corriendo al lado de los coches y cogían un autobús en la avenida Jerome.

– La avenida Jerome está en el Bronx -dijo alguien. Billie dijo que sabía dónde estaba la avenida porque tenía un tío que había vivido allí. Pregunté si los dos estaban disfrazados cuando aparecieron corriendo por la calle.

– No sé -dijo Bobby-. ¿Cómo se supone que iban? Llevaban puestos unos pequeños antifaces. -Unió los dedos pulgares con los índices para formar dos círculos y se los acercó a la cara, como si llevara un antifaz.

– ¿Y todavía llevaban barba?

– Claro que llevaban barba. ¿Qué te crees? ¿Que se pararon un rato para afeitarse?

– Las barbas eran postizas -dijo Skip.

– ¡Ah!

– ¿También llevaban puestas las pelucas? ¿Una oscura y otra clara?

– Supongo. No sabía que fueran pelucas. Yo… no se veía una mierda, Arthur. Hay farolas ahí y ahí, pero aparecieron corriendo por la carretera y se metieron al coche. No se han parado para dar una conferencia ni han posado para los fotógrafos.

Yo dije:

– Será mejor que nos larguemos de aquí.

– ¿Y eso por qué? Me gusta estar así, en medio de Brooklyn, me recuerda a cuando era pequeño y me quedaba hasta las tantas en la calle. ¿Es que crees que vendrá la pasma?

– Bueno, ha habido disparos. Lo último que necesitamos es llamar la atención quedándonos aquí en medio de la calle.

– Tiene sentido.

Caminamos hasta el coche de Kasabian, entramos y dimos otra vuelta a la manzana. Paramos en un semáforo en rojo y le dije a Kasabian por dónde ir para volver a Manhattan. Teníamos los libros, habíamos pagado el rescate y todos seguíamos vivos, podíamos contarlo. Además de eso, teníamos que celebrar la inventiva de Keegan en estado de embriaguez. Todo aquello hizo que nuestro humor cambiara para mejor, y entonces sí que pude indicarle bien para volver a la ciudad y Kasabian, por su parte, pudo entender mis indicaciones.

Al pasar cerca de la iglesia, vimos un grupo de gente delante, hombres con camisetas de interior, adolescentes, todos parecían estar esperando a alguien. En la distancia, pude oír el sonido ondulante de la sirena de la policía.

Quería decirle a Kasabian que nos llevara a todos a casa, que podíamos volver a por el coche de Skip al día siguiente. Pero estaba aparcado junto a una boca de incendios y llamaría la atención. Se detuvo, no debió de relacionar la multitud con el sonido de la sirena, y Skip y yo bajamos. Uno de los hombres que había al otro lado de la calle, un tipo medio calvo y con barriga cervecera, estaba mirando hacia nosotros.

Le grité, le pregunté qué ocurría. Él quería saber si yo era de la comisaría. Negué con la cabeza.

– Alguien ha entrado en la iglesia -dijo-. Niños, probablemente. Tenemos las salidas cubiertas y la pasma está de camino.

– Niños -dije en alto, y él se rió.

– Creo que me he puesto más nervioso ahora que cuando estaba en el sótano de la iglesia -dijo Skip, después de habernos alejado unas cuantas manzanas-. Yo allí, de pie, con una bolsa colgada del hombro como si hubiera cometido un robo y tú con una 45 metida en tu pantalón. Pensé que estábamos jodidos si veían la pistola.

– Me he olvidado de que la llevaba ahí.

– Y encima nos hemos bajado de un coche lleno de borrachos. Otro punto a nuestro favor.

– Keegan era el único que iba borracho.

– Y era el que estaba más lúcido. ¡Imagínate! Hablando de beber…

Saqué el güisqui de la guantera y le quité el tapón. Él le dio un buen trago y luego me lo pasó. Y así, nos fuimos pasando la botella hasta que nos la acabamos. Skip dijo:

– A la mierda Brooklyn. -Y tiró la botella por la ventana. Hubiera preferido que no lo hubiera hecho porque el aliento nos apestaba a alcohol y teníamos una pistola sin licencia, pero me lo guardé.

– Eran muy profesionales -dijo Skip-. Con sus disfraces y todo. ¿Por qué le disparó a la luz?

– Para que no saliéramos corriendo.

– Por un momento creí que iba a dispararme. ¿Matt?

– ¿Qué?

– ¿Cómo es que no lo disparaste?

– ¿Cuando te estaba apuntando? Lo habría hecho, si hubiera sentido que iba a disparar. Lo tenía cubierto. Del modo en que estábamos, si yo lo disparaba, él te dispararía a ti.

– Quiero decir después. Después de que le disparara a la luz. Todavía lo estabas apuntando. Seguías haciéndolo cuando salió por la puerta.

Me tomé un momento para responder y entonces dije:

– Decidiste pagar el rescate para que no les entregaran los libros a los de la Hacienda Federal. ¿Qué te crees que ocurre si te relacionan con un tiroteo en una iglesia en Bensonhurst?

– ¡Jesús! No había pensado en eso.

– Además, disparándolo no habrías recuperado el dinero. Ya lo tenía el otro.

– Ya. No había pensado en eso. Pero yo sí que lo habría disparado. No porque fuera lo correcto, sino porque me habría dejado llevar por la tensión del momento.

– Bueno -dije-, nunca se sabe lo que uno puede llegar a hacer en una situación así.

En el siguiente semáforo, saqué mi libreta y comencé a hacer unos bosquejos. Skip me preguntó qué estaba dibujando.

– Orejas -dije.

– ¿Y eso?

– Es algo que nos dijo un instructor cuando estuve en la Academia de Policía. La forma de las orejas de la gente es muy distintiva y es algo que no se suele enmascarar o cambiar mediante cirugía plástica. No había mucho que ver de esos dos, así que quiero hacer unos dibujos de sus orejas antes de que se me olvide cómo eran.

– ¿Te acuerdas de cómo eran sus orejas?

– Bueno, me fijé en ellas a propósito.

– Ah, eso es otra cosa. -Se llevó el cigarrillo a la boca-. Yo ni siquiera podría decir si tenían o no orejas. ¿No se las cubrían las pelucas? Supongo que no, porque si no, no estarías haciendo esos dibujos. No se pueden comparar sus orejas, ¿verdad? Como se hace con las huellas dactilares.

– Lo que quiero es tener un modo de reconocerlos -dije-. Creo que podría reconocer sus voces, eso contando con que hubieran usado sus voces reales esta noche y creo que sí que lo han hecho. Con respecto a su altura, uno medía un metro setenta y cinco, aproximadamente, y el otro era un poco más bajo, o lo parecía, porque estaba más atrás. -Sacudí la cabeza mientras miraba mi libreta-. Pero no sé qué par de orejas es de quién. Debería haber hecho esto antes. Esos detalles se borran rápido de la memoria.

– ¿Crees que de verdad importa, Matt?

– ¿Que si importa cómo son sus orejas? -Pensé en ello-. Probablemente no -reconocí-. Por lo menos el noventa por ciento de lo que haces durante una investigación no te lleva a ninguna parte. Digamos mejor un noventa y cinco por ciento y me refiero a la gente con la que hablas o el tiempo que inviertes en comprobar datos.

Pero si haces suficientes cosas, entre ellas puede estar la clave.

– ¿Lo echas de menos?

– ¿Ser poli? No demasiado.