Выбрать главу

– Esas han sido sus palabras en el lecho de muerte -dijo, ahora de manera inexpresiva-, literales.

Westphalen la miraba con atención.

– ¿Qué crees que significa, Mia?

– No lo sé. Al principio pensaba que me estaba diciendo a mí que me fuera al infierno. -Resopló una vez, expresando un sarcasmo doloroso-. Dios sabe que tenía razón.

– Mia -empezó Spinnelli, pero ella levantó la mano y se puso muy tiesa en la silla.

– Lo sé. No es culpa nuestra. Creo que es lo que él le dijo, Miles, justo antes de que le prendiera fuego. Nunca había visto nada igual. Y sé que no quiero volver a verlo.

– Entonces pongámonos a trabajar. -Spinnelli se dirigió hacia la pizarra blanca-. ¿Qué es lo que sabemos?

– Bueno, Manny Rodríguez no ha podido hacerlo -dijo Mia-. Estaba a buen recaudo.

– Estabas en lo cierto con respecto a él -coincidió Spinnelli-. Ahora es aún más importante averiguar lo que sabe y lo que no nos está contando. ¿Qué más? ¿Qué sabemos de las víctimas?

– Brooke Adler y Roxanne Ledford -dijo Mia-. Las dos eran profesoras. Brooke de literatura inglesa, Roxanne de música. Roxanne tenía veintiséis años y Brooke acababa de cumplir los veintidós.

La expresión de Spinnelli era de triste resignación.

– ¿Causa de la muerte?

– La causa de la muerte de Adler ha sido un colapso cardiovascular derivado de unas quemaduras fatales -informó Sam-. La causa de la segunda víctima ha sido una herida punzante en el abdomen.

– ¿Y la navaja? -preguntó Mia en tensión.

– De unos quince centímetros de largo, fina y afilada. Se la clavó en la cavidad abdominal y -acompañó sus palabras de un movimiento de corte horizontal- le hizo un corte de unos doce centímetros.

– La navaja tiene relación con el asalto sexual a sus víctimas -intervino Westphalen-. Muchos creen que la navaja es una extensión de su pene.

– Me gustaría aplicarle un cuchillo a su extensión -murmuró Mia.

Reed se encogió, y no fue el único.

– ¿Inhalación de humo? -preguntó.

– Ninguna. Ledford murió en unos minutos como máximo. Bueno, antes de que empezara el fuego.

Spinnelli lo escribió en la pizarra y luego se giró.

– ¿Qué más?

– El coche de Adler no está. -Mia comprobó sus notas-. Hemos emitido un aviso a todos los efectivos, pero hasta el momento nada.

– Ha repetido esa parte de su modus operandi -dijo Spinnelli, pensativo-. ¿Qué más es igual?

– El dispositivo es el mismo -comentó Reed-. He encontrado restos en el dormitorio de Brooke y en la entrada principal del edificio.

– Las piernas de Adler estaban rotas como las de las dos primeras víctimas -añadió Sam-, pero no tenía cortes como la señora Hill. De haberlos tenido lo más probable es que no hubiera vivido lo suficiente como para ser rescatada. Ledford solo tenía la herida de arma blanca y las quemaduras causadas por el fuego.

– Creo que podemos decir que Roxanne Ledford lo sorprendió -afirmó Jack-. Encontramos trozos de violín alrededor de donde los bomberos encontraron el cuerpo. Creo que le golpeó con él.

– Después de llamar a la policía -murmuró Mia.

– Y podemos dar gracias por eso -declaró Spinnelli-. Si no le hubiera golpeado, Adler no habría vivido tanto y podría haber muchas otras personas heridas.

– Allí vivían treinta personas -dijo Reed-. Ledford tal vez les salvara la vida.

– Estoy segura de que eso será un gran consuelo para la familia de Roxanne -replicó Mia con dureza.

– ¿Se lo has dicho? -preguntó Westphalen con amabilidad.

– Hace dos horas. No se lo han tomado bien.

«Ni tampoco Mia», pensó Reed.

Murphy le apretó el brazo.

– ¡Es una mierda, niña! -espetó mientras mordisqueaba su dichosa zanahoria.

Ella se rio amargamente.

– ¿Tú crees?

Reed deseó tocarla también, cogerla de la mano, pero sabía que era impensable. Fijó los ojos en la pizarra.

– No ha habido explosión de gas. Los apartamentos solo tenían electricidad. También había una diferencia en los fragmentos de huevo. -Empujó hacia la mesa un tarro de cristal que contenía un pedazo de plástico fundido-. Lo he encontrado a pocos centímetros de la puerta del dormitorio de Brooke. Creo que el huevo se deshizo antes de que se quemara la mecha. Nunca se hizo añicos.

El bigote de Spinnelli se torció hacia abajo.

– Interesante. ¿Teorías?

– Bueno, si yo hubiera preparado el dispositivo lo habría puesto en el mismo colchón. Habría prendido fuego rápido y habría estado más cerca del cuerpo de Adler, pero no creo que estuviera allí.

Aidan Reagan estaba tomando notas en una libreta.

– ¿Por qué no?

– Porque si hubiera estado en el colchón, ella no habría estado viva cuando Hunter y Mahoney entraron en el dormitorio; habría tenido el mismo aspecto que Penny Hill y Caitlin Burnette. Además, el resultado del incendio indica que el fuego empezó en el suelo cerca de la puerta, de modo que tardó unos minutos en propagarse hasta la cama.

– Eso explicaría las graves quemaduras de la segunda víctima: Ledford -dijo Sam-. Aunque su cuerpo no tenía ningún catalizador, estaba más cerca del origen.

– Y por último, he encontrado lo que parece ser nitrato de amonio depositado en lo profundo de las fibras de la alfombra. De algún modo el huevo acabó en el suelo, con bastante fuerza como para abrirse.

– ¿Ella le daría una patada? -preguntó Mia y Reed se encogió de hombros.

– Es posible.

Sam sacudió la cabeza.

– Tenía las piernas rotas. Cuesta creer que le diera una patada.

– El médico dijo que costaba creer que pudiera murmurar después de estar sedada -explicó Mia-. Sentía un dolor atroz, sin embargo seguía preguntando por mí.

– Ella intentó apuñalarlo -comentó Jack-. Encontraron un cuchillo de carnicero en el suelo del salón, con las huellas de Adler. Por desgracia, no había sangre, así que no lo alcanzó.

– Creo que Brooke Adler era mucho más fuerte de lo que yo creía ayer. -La sonrisa de Mia era amarga-. Eso también será de gran consuelo para sus padres.

– Mia. -La boca de Westphalen se curvó de conmiseración-. ¿Se lo has contado a las dos familias una detrás de otra?

– Estoy segura de que para ellos ha sido más infierno que para mí. Pero hablando de infiernos, creo que él dijo «vete al infierno» como una especie de vínculo simbólico con el fuego.

– Eso tiene mucho sentido -coincidió Westphalen-. Así que las personas a las que está matando han hecho algo por lo cual él las está condenando al infierno. ¿Y lo de «cuenta hasta diez»?

– La mecha -dijo Reed-. El vecino de Penny Hill, el señor Wright, dijo que había oído chirriar los neumáticos, vio el coche alejándose y al cabo de un segundo la casa explotó. Bueno, suponiendo que Wright tenga… bueno, razón, y suponiendo que el asesino de Hill echara a correr en cuanto prendiera la mecha, dispondría de diez a quince segundos para escapar. He hecho la prueba.

– Pero ¿por qué «diez»? -caviló Westphalen-. Ha de tener cierto sentido más allá de una beligerancia al estilo de Clint Eastwood.

Mia tensó el rostro.

– Espero que no sea el número de personas que planea matar.

Hubo un segundo de silencio.

– Bueno, esa es una idea que levanta el ánimo -murmuró Jack.

– A ver si tenemos alguna noticia alentadora -dijo Spinnelli con toda la intención-. ¿Jack?

– Estamos comprobando huellas día y noche. En teoría, todas las huellas del taller de arte y del laboratorio de ciencias están registradas. Se ha tomado las huellas dactilares a toda persona del Centro de la Esperanza, personal y residentes, pero un juego de huellas no coincidía con ninguna de las huellas del registro. Y aunque es una redundancia decirlo, no pertenecían a Manny. Además, las huellas no coinciden con ningunas del Sistema Automático de Identificación Dactilar, así que nuestro tipo no tiene ningún documento.