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Reed le acarició la espalda y recuperó la seriedad.

– Tenía esperanzas.

A Mia le dio un vuelco el corazón.

– ¿Dónde está Beth?

– En una habitación al fondo del pasillo, con Lauren.

– ¿Y el cachorro?

– En una clínica veterinaria. Escayolado y durmiendo a pierna suelta. Mi familia está a salvo y localizada. -La besó dulcemente-. Ven a la cama conmigo, Mia.

Ella sonrió. De modo que iba a ser así de fácil.

– Vale.

Domingo, 3 de diciembre, 7:15 horas

¿Cómo había conseguido perderla de nuevo? La había tenido ahí. Había venido a su encuentro. La había estado esperando en casa de Solliday y ella había venido. Pero con otro hombre, no sola. Y cuando se marchó, se registró en un hotel con un buen sistema de seguridad.

Y esa mañana, cuando salió, lo hizo con Solliday, que se había registrado en el hotel unas horas después que ella. Solliday le rodeaba los hombros con el brazo, ella le rodeaba la cintura. Recordó la caja de condones en la mesilla de noche y pensó que si hubiera esperado un poco más, tal vez los habría pillado a los dos en la cama de Solliday.

Ahora ya era tarde. Tendría que seguirla. Tarde o temprano, Mitchell tendría que quedarse a solas.

Capítulo 23

Domingo, 3 de diciembre, 8:00 horas

Murphy deslizó un ejemplar del Bulletin sobre la mesa de la sala de reuniones.

– Howard y Brooks agarraron a Getts anoche. Página cuatro, abajo.

Mia leyó por encima el artículo con una sonrisa.

– Buen trabajo.

Reed la observó detenidamente.

– Pensaba que querías apuntarte a esa detención.

Mia levantó un hombro.

– Abe y yo llegamos a la conclusión de que Carmichael había estado allí aquella noche, que siempre supo dónde se escondían DuPree y Getts y que nos estaba pasando información para mantener sus artículos en primera página. Anoche me ofreció a Getts pensando que mordería el anzuelo y hasta intentó seguirme. Decidí no apuntarme a su juego.

Westphalen le dio unas palmaditas en la mano.

– Nuestra pequeña está aprendiendo.

Mia sonrió.

– Cierra el pico, vejestorio.

Spinnelli se recostó en su silla.

– ¿Cómo está tu casa, Reed?

Reed hizo una mueca de dolor.

– Ahora sabré qué se siente al tener que reclamar al seguro. Pero fue Kates, de eso no hay duda. Entró por una ventana y recorrió la planta de arriba mientras yo estaba abajo, hablando por teléfono. Creemos que cogió el cachorro de Beth cuando salía por la ventana y que lo soltó cuando descendía por el árbol. Ben Trammell encontró fragmentos de huevo y residuos en ambos dormitorios. -Hizo una pausa mientras cavilaba-. Utilizó un huevo en casa de Tyler Young el viernes por la noche. Con este ya van nueve. Suponiendo que sacó doce del armario del profesor de arte, todavía le quedan tres.

– ¿Qué sabemos de Tyler Young? -preguntó Spinnelli.

– Su nombre aparecía en el ordenador que nos llevamos de casa de Ivonne Lukowitch -dijo Jack-. Kates localizó la web de la inmobiliaria de Young a través de un sitio de alumnos de un instituto.

– Esta mañana he telefoneado a Tom Tennant, de la OFI de Indianápolis, y me ha contado el resto de la historia. Tyler y su esposa murieron. Sus cuerpos estaban calcinados, pero el médico forense encontró en la esposa heridas internas que concuerdan con las heridas de cuchillo sufridas por Joe Dougherty. Estaba tumbada boca abajo, como Joe hijo, mientras que Tyler estaba encadenado a la cama, con las piernas rotas.

– Se está volviendo un experto -murmuró Mia, preocupada.

– Lo sé. El forense también cree que Tyler recibió varias puñaladas en la entrepierna.

– En fin, creo que ya sabemos qué ocurrió en esa casa el año que Andrew y Shane vivieron allí -comentó Westphalen convencido-. Estaban atrapados y nadie se preocupó de comprobar si se encontraban bien.

– Y Laura y Penny los habían colocado allí -añadió Mia-. Andrew ha debido de maldecirlas todo este tiempo. Pero pasaron allí un año, hasta que se produjo el gran incendio. Algo tuvo que suceder el día que Shane cumplía diez años.

– Quizá fue la primera vez que Tyler los agredió -comentó Aidan.

Mia asintió lentamente.

– Quizá. Puede que el otro hermano lo sepa.

-Tennant me ha dicho que en el archivo del personal de Tyler han encontrado el número de teléfono de su hermano Tim. Tim Young es un pastor que trabaja con chicos desfavorecidos en Nuevo México.

Westphalen enarcó las cejas.

– Eso es o un intento de redención o un niño en una tienda de caramelos. Lo sabremos dependiendo de lo que esté dispuesto a contarnos.

Reed había pensado lo mismo.

– Tim se enteró ayer por Tennant de la muerte de Tyler y viajará hoy a Indianápolis. Tennant me llamará cuando haya llegado.

– Entretanto -dijo Mia-, eso solo deja una persona que sabe qué ocurrió realmente: Andrew Kates. Sabemos que está en la ciudad, o por lo menos lo estaba hace nueve horas. Deseaba tanto la muerte de Laura que lo intentó tres veces. Cometió errores con Caitlin, Niki Markov y Donna. Y no logró acabar con Laura. Curiosamente, también se equivocó con Penny.

– ¿Qué quieres decir? -Spinnelli arrugó el entrecejo-. Lo dejó allí un año entero.

– No. Como eso no encajaba con lo que la gente me había contado sobre Penny, volví a repasar mis notas. Reed, ¿te acuerdas de cuando hablamos con Margaret Hill? ¿Recuerdas que nos contó que casi pierde a su madre cuando tenía quince años?

– Sí. Dijo que a su madre le había disparado un individuo relacionado con su trabajo. Estuvo a punto de morir.

– Margaret Hill tiene veinticinco años -dijo Mia-. Haz tú el cálculo.

– Oh -exclamó Reed. Mia tenía razón-. Penny Hill ingresó en el hospital en la misma época que colocó a Andrew y Shane en esa casa. No se olvidó de ellos. Apuesto a que los expedientes fueron remitidos a otras personas y los niños cayeron en el olvido.

Mia asintió.

– Luego Shane muere y alguien dice: «Oh, mierda». Meten a Andrew en otro hogar de acogida y corren un tupido velo sobre Shane.

– Y su expediente desaparece -añadió Spinnelli con gravedad-. Eso es malo para el estado. Yo me encargo.

– Bien. Pero volvamos a Kates -dijo Mia-. Sabiendo lo mucho que detesta errar el tiro, ¿qué pasaría si se enterara de que la pifió con Penny Hill? Ella no lo abandonó. Ni siquiera estaba trabajando el año que él y Shane vivieron en casa de los Young. Otra persona descuidó a esos niños. Otra persona tiene la culpa.

– Por tanto, otra persona debe pagar -murmuró Reed, comprendiendo su plan.

La sonrisa de Spinnelli fue ampliándose lentamente.

– Me gusta. Podríamos hacerle salir de su escondite.

– Tendríamos que crear un asistente social falso para hacer de blanco -dijo Mia-. Y para eso necesitaríamos la colaboración de Servicios Sociales.

– Déjamelo a mí -dijo Spinnelli.

– Y -añadió Mia, ampliando también su sonrisa- tendríamos que filtrarlo a la prensa. Sin querer, claro. Y no me gustaría mentirles a los buenos periodistas.

– Naturalmente que no -convino con ironía Spinnelli-. ¿Wheaton, entonces?

– Oh, sí. Tendré que facilitarle algunos datos, como el hecho de que Kates está enfadado porque de niño lo abandonaron en un hogar de acogida. Wheaton se encargará de escarbar. Podría ponerse feo.

– Ese tipo ha matado a once personas en mi jurisdicción -repuso Spinnelli con gravedad- y cinco en otros lugares, además de todas esas violaciones. Quiero que le paren los pies. Filtra la historia. Desvela su móvil. No menciones al hermano muerto ni el expediente extraviado. Trataremos de resolver ese asunto internamente.

– Wheaton dijo que emitiría el reportaje sobre Kelsey esta noche a las seis, Marc -dijo Mia.

Spinnelli asintió.

– ¿Te ves capaz de arrastrarte y suplicar, Mia?