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El canal ha sido utilizado durante años por los residentes de la zona de Gallows como el lugar ideal para arrojar objetos demasiado voluminosos para que se los llevasen los camiones de basura. Cuando Michael Spargo, Reggie Arnold e Ian Barker llegaron allí, a las nueve y media de la mañana aproximadamente, encontraron un carrito de la compra en el agua y comenzaron a utilizarlo como blanco al que lanzaron piedras, botellas y ladrillos encontrados en el camino de sirga. La idea de ir al canal parece haber sido de Reggie, rechazada al principio por Ian, quien acusó a los otros dos chicos de querer ir a ese lugar «para masturbarse mutuamente o hacerlo como los perros», un comentario que puede ser considerado como una aparente referencia a actos que él mismo había presenciado en el dormitorio que se veía obligado a compartir con su madre. Ian también parece haber molestado repetidamente a Michael con respecto a su ojo derecho, según la declaración de Reggie. (Los nervios de la mejilla de Michael habían resultado dañados como consecuencia del empleo de fórceps durante el parto y tenía el ojo derecho caído, y no parpadeaba de forma coordinada con su ojo izquierdo.) Pero Reggie señala que él se encargó de «poner en su sitio a Ian» y los tres chicos siguieron con sus cosas.

Como los jardines traseros de las casas están separados del camino de sirga sólo por unas cercas de madera, los chicos pudieron acceder sin problemas a las propiedades donde estas cercas estaban en mal estado. Una vez que agotaron las posibilidades que representaba el lanzamiento de diversos objetos contra el carrito de la compra, los tres decidieron vagabundear por el camino y hacer gamberradas allí donde se les presentase la ocasión: quitaron la colada recién colgada en una cuerda tendida detrás de una casa y la lanzaron al canal; en otra casa encontraron una cortadora de césped («Pero estaba oxidada», explica Michael) y también la lanzaron al agua.

Tal vez el carrito de bebé les dio la última idea. Lo encontraron junto a la puerta trasera de otra de las casas. A diferencia de la cortadora de césped, el cochecito no sólo era nuevo, sino que llevaba sujeto un globo de helio azul metalizado. En el globo podía leerse «¡Es un niño!», y los chicos se dieron cuenta de que esas palabras se referían a un recién nacido.

El carrito del bebé resultaba más difícil de transportar porque en ese lugar en concreto la cerca de madera no estaba rota. De modo que sugiere una especie de agravamiento el hecho de que dos de los chicos (Ian y Reggie, según Michael; Ian y Michael, según Reggie; Reggie y Michael, según Ian) saltaran la cerca, robaran el carrito, lo pasaran por encima de la cerca y se alejaran con él por el camino de sirga. Allí, los chicos fueron dándose empellones a lo largo de un centenar de metros antes de cansarse de este juego y lanzar el carrito al canal.

La entrevista con Michael Spargo indica que, en este punto, Ian Barker dijo: «Es una lástima que no hubiera un bebé dentro. Eso habría provocado una salpicadura genial, ¿verdad?». Ian Barker niega haber dicho tal cosa y, cuando se le preguntó, Reggie Arnold se puso histérico y comenzó a chillar: «¡No había ningún bebé! ¡Mamá, no había ningún bebé!».

Según Michael, Ian continuó hablando acerca de «qué malo sería conseguir un bebé en alguna parte». Ellos podrían, sugirió Ian, llevarlo «a ese puente que hay en West Town Road y podríamos lanzarlo de cabeza y ver cómo revienta. Habría sangre y cerebro saliendo por todas partes. Eso fue lo que dijo», informa Michael. Michael continúa insistiendo en que él se opuso totalmente a esa idea, como si supiera adónde conduce su entrevista con la Policía cuando llegan a este tema. Los chicos, finalmente, se cansan de jugar en los alrededores del canal, informa Michael. Ian Barker, dice la Policía, fue quien sugiere que «se largaran de allí» y fueran a Barriers.

Debería señalarse que ninguno de los chicos niega haber estado en Barriers aquel día, si bien los tres cambian repetidamente sus historias cuando se trata de explicar qué hicieron cuando llegaron allí.

West Town Arcade ha sido conocida como Barriers desde hace tanto tiempo que la mayoría de la gente no tiene idea de que esa galería comercial tiene en realidad otro nombre. En los primeros tiempos de su vida comercial tuvo este apelativo porque se extiende limpiamente entre el mundo desolado de Gallows y una ordenada cuadrícula de viviendas independientes y semiindependientes ocupadas por familias trabajadoras de clase media. Estas construcciones comprenden los edificios de apartamentos de Windsor, Mountbatten y Lyon.

Aunque hay cuatro entradas diferentes para acceder a la zona de Barriers, las dos que se utilizan más comúnmente son las que permiten el acceso de los residentes de Gallows y de Windsor. En estas entradas, las tiendas son indicativas de modo bastante deprimente de la clase de clientes que esperan. Por ejemplo, en la entrada de Gallows encontramos una casa de apuestas deportivas de la cadena William Hill, dos tiendas con licencia para la venta de bebidas alcohólicas, un estanco, un «todo a cien» y varios establecimientos de comida para llevar que ofrecen patatas fritas y pescado, patatas asadas y pizza. En la entrada de Windsor, por otra parte, uno puede comprar en Marks & Spencer, Boots, Russell & Bromley, Accesorize, Ryman's y en tiendas independientes que ofrecen artículos de lencería, chocolates, té y prendas de vestir. Si bien es verdad que nada impide que alguien entre por la puerta de Gallows y recorra la galería comercial para hacer sus compras donde le apetezca, la implicación es clara: si eres pobre, recibes una prestación social o perteneces a la clase trabajadora, es probable que estés interesado en gastarte los cuartos en comida con alto contenido de colesterol, tabaco, alcohol o apuestas.

Los tres chicos coinciden en que cuando llegaron a Barriers se dirigieron a la galería de vídeos que allí hay. No tenían dinero, pero eso no les impidió «conducir» el jeep en el videojuego Let's go jungle o «pilotar» el Ocean Hunter en la caza de tiburones. Cabe señalar que los videojuegos participativos sólo permitían la intervención de dos jugadores por vez. Aunque, como se ha señalado previamente, los chicos no tenían dinero, cuando simulaban jugar eran Michael y Reggie quienes manejaban los controles; dejaban a Ian fuera. Éste sostiene que no le molestó tal exclusión, y los tres chicos declararon que no les preocupaba el hecho de no tener dinero para gastar en el salón de video-juegos, pero no se puede dejar de especular que quizás el día se hubiera desarrollado de un modo diferente si los chicos hubiesen sido capaces de sublimar sus tendencias patológicas a través de la participación en algunas de las actividades violentas suministradas por los videojuegos que encontraron, pero no pudieron usar. (No es mi intención insinuar en este punto que los videojuegos pueden o debieran ocupar el lugar de la educación de los hijos; pero, como una salida para chicos con recursos limitados e incluso una deficiente percepción de su disfunción individual, podrían haber sido útiles.)

Sin embargo, lamentablemente, su permanencia en el salón de videojuegos se acabó abruptamente cuando un guardia de seguridad advirtió su presencia y les obligó a marcharse de allí. Aún estaban en horario escolar (las cámaras de videovigilancia muestran que eran las diez y media) y el guardia les dijo que llamaría a la Policía, al colegio o al encargado de buscar a los alumnos que hacen novillos si volvía a verlos en el centro comercial. Durante su entrevista con la Policía, el guardia declaró que «nunca volvió a ver a los pequeños gamberros», pero esta afirmación parece más un esfuerzo por aliviar su culpa y responsabilidad que la verdad. Los chicos no hicieron nada para ocultarse de él una vez que abandonaron el salón de videojuegos, y si él hubiese cumplido su amenaza los chicos nunca se hubiesen encontrado con el pequeño John Dresser.