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– Existe la posibilidad de que haya un tesoro escondido -dijo Isabelle-. Hay que echarle un vistazo.

– ¿Un qué? -quiso saber Whiting-. ¿Tesoro? -preguntó-. ¿Tesoro? Pero ¿qué demonios…?

– Un tesoro romano -le contó Isabelle-. Creemos que es la razón de todo esto. Consideramos que Jossie estaba haciendo alguno en la propiedad (probablemente algún tipo de trabajo) y se lo encontró. Fue capaz de entender lo que se le venía encima, pero allí estaba Jemima.

– ¿Y qué pasó luego? -preguntó Whiting.

– Seguramente ella quiso denunciarlo. Debía de ser de gran valor, y lo exige la ley. Teniendo en cuenta quién era, sin embargo, probablemente él quería mantenerlo enterrado. Así pues, se vio obligado a contarle la verdad, dado que dejarlo bajo tierra no tenía ningún sentido. Una vez se lo hubo dicho… Bien, allí estaba, viviendo con uno de los más famosos asesinos de niños que jamás hayamos encerrado. Eso debió de ser una información bastante difícil de digerir.

Whiting emitió un sonido que demostraba que estaba de acuerdo.

– Entonces, ¿hay algo en la propiedad que indique que había estado trabajando? Quiero decir, haciendo un trabajo durante el cual se podría haber tropezado con la evidencia de un tesoro.

Whiting le contó, meditativo, que en parte del prado había una nueva cerca, mientras que en la otra parte nadie había tocado nada. Cuando todo explotó, aquel día, la mujer -Gina Dickens- había estado trabajando en una parte del prado que no habían inspeccionado. ¿Quizá…?

Isabelle pensó en eso.

– Sería la otra parte -señaló-. La sección más nueva. La parte que ya estaba trabajada. Porque es lógico que Jossie hubiera descubierto algo donde estaba cavando. ¿Alguna obra nueva? ¿Algo nuevo en ese lugar? ¿Algo inusual?

Nuevos postes para la cerca, nuevo alambrado, nuevo abrevadero, dijo Whiting. Un maldito y enorme abrevadero que se les caía encima. Debía de pesar media tonelada.

– Ahí lo tiene -le contestó Isabelle-. ¿Sabe?, pensándolo bien, voy a poner las cosas en marcha yo misma. Desde ahora. En este sentido. El tesoro. Nos pondremos en contacto con las autoridades para que vayan hasta allí. Usted ya tiene suficiente con lo suyo.

Levantó la mirada, porque notó una presencia en la entrada de su oficina. Lynley estaba allí, de pie. Ella levantó un dedo, un gesto que le indicó que esperara. Entró y se sentó a un lado del escritorio. Parecía relajado. Ella se preguntó si alguna vez algo alteraba a aquel hombre.

Terminó la llamada telefónica. El agente de prensa de servicio en Lyndhurst había identificado a Gordon Jossie como Ian Barker. Mientras aquello sin duda volvería a sacar a la luz los detalles del cruento asesinato de John Dresser, el Ministerio del Interior quiso dar a conocer que uno de los tres asesinos del pequeño estaba muerto, se había suicidado. Isabelle reflexionó sobre esto. ¿Se suponía que era una advertencia? ¿Algo para darle un poco de paz a la familia Dresser? ¿Algo para atemorizar a Michael Spargo y Reggie Arnold, estuvieran donde estuvieran? Ella no entendía cómo revelar la auténtica identidad de Gordon Jossie iba a ayudar en nada de aquello. Pero no podía decir nada sobre aquello.

Cuando ella y Whiting colgaron, Isabelle y Lynley permanecieron sentados en silencio un rato. Fuera de su oficina se escuchaban los inconfundibles sonidos de un día que termina. Se moría de ganas de tomar un trago, pero todavía más de saber cómo había ido la reunión entre Lynley y sir David Hillier. Sabía que Thomas venía de allí.

– Es una forma de chantaje -dijo Isabelle.

Él juntó las cejas. Su boca se entreabrió, como si fuera a hablar, pero no dijo nada. Tenía una pequeña cicatriz, observó ella por primera vez, en su labio superior. Parecía antigua. Se preguntó cómo se la habría hecho.

– Lo que ha dicho es que lo va a mantener en secreto mientras los chicos se queden en Kent con él y con Sandra. «No quieres una batalla por la custodia, Isabelle. No quieres que acabemos en los tribunales. Sabes que saldrá a la luz y no quieres eso», me dice. Así que estoy paralizada. Puede destruir mi carrera. E incluso si no tuviera ese poder, perdería la custodia si llegara a juicio. Él lo sabe.

Lynley estaba en silencio. La miró y ella no pudo adivinar qué estaba pensando, aunque consideró que tenía que ver con cómo decirle que su carrera estaba acabada, a pesar de sus esfuerzos por salvarla.

Cuando habló, sin embargo, fue sólo para decir «alcoholismo».

– No soy una alcohólica, Tommy -dijo ella-. Bebo un poco de más de vez en cuando. Mucha gente lo hace. Eso es todo.

– Isabelle. -Él sonaba decepcionado.

– Es la verdad -contestó ella-. No soy más alcohólica que… tú. Que Barbara Havers. ¿Dónde está ella, por cierto? ¿Cuánto tarda alguien de Hampshire a Londres?

Lynley no pensaba desviarse del tema.

– Hay tratamientos, programas,… No tienes por qué vivir así…

– Era estrés. Por eso me encontraste así la otra noche. Eso fue todo. Por el amor de Dios, Tommy. Tú mismo me dijiste que bebiste sin control cuando tu esposa fue asesinada.

No dijo nada. Pero sus ojos se entrecerraron del modo en que lo hacen cuando te lanzan algo. Arena, un puñado de tierra, crueldad.

– Perdóname -dijo ella.

Él se movió en su silla.

– ¿Se queda con los chicos, entonces?

– Se queda con ellos. Puedo tener… Él lo llama visitas supervisadas, lo que quiere decir es que yo voy a Kent a verlos, ellos no vienen aquí, y cuando los veo, él y Sandra, o él, o Sandra, están presentes.

– ¿Ésa es su decisión? ¿Hasta cuándo?

– Hasta que decida lo contrario. Hasta que decida qué es lo que debo hacer para redimirme. Hasta…, no sé. -No quería seguir hablando de ello. No podía entender por qué le contaba todo eso. Sentía que se estaba abriendo, y era algo que no podía permitirse, que no quería permitirse. Estaba cansada, pensó.

– Te quedas.

Al principio, no entendió por qué cambió de tema.

– ¿Que me quedo?

– No sé por cuánto tiempo

– Está de acuerdo en que ésta no ha sido la mejor prueba para que demuestres tus habilidades.

– Ah. -Tuvo que admitir que estaba sorprendida-. Pero dijo…, porque con Shephenson Deacon… Me contaron…

– Eso fue antes de que lo del Ministerio del Interior saliera a la luz.

– Tommy, tú y yo sabemos que mis errores no tienen nada que ver con el Ministerio del Interior y con cualquiera de los locos secretos que guarden.

Él asintió con la cabeza.

– No obstante, fue muy útil. De haber sido todo tan directo desde el principio, el final de la historia hubiera sido diferente, me atrevería a decir.

Ella todavía estaba asombrada. Pero ese asombro pronto se tornó en comprensión. El subinspector, a fin de cuentas, no le había concedido un aplazamiento de su ejecución profesional simplemente porque el Ministerio del Interior no le había dicho la verdadera identidad de Gordon Jossie. Detrás de esa decisión había algo más, y ella sabía bien que en la negociación adicional para mantenerla en su lugar jugaban un papel importante las promesas que pudo haber hecho Lynley.

– Y exactamente, ¿qué es lo que has acordado?

– ¿Ves? Aprendes rápido -sonrió.

– ¿Qué acordaste?

– Algo que iba a hacer de todos modos.

– Regresas permanentemente.

– Por mis pecados, sí.

– ¿Por qué?

– Como te he dicho, lo iba a…

– No, quiero decir, ¿por qué has hecho esto por mí?

Fijó su mirada en ella. Ella no la apartó.

– No estoy seguro -dijo finalmente.

Se sentaron en silencio un rato más, observándose mutuamente. Finalmente, Isabelle abrió el cajón central de su escritorio y sacó un llavero metálico que había colocado allí esa mañana. De éste colgaba una sola llave. Ella ordenó que le hicieran el duplicado, pero no estaba segura, y continuaba sin estarlo, a decir verdad. Pero durante mucho tiempo había sido una experta en evitar la verdad, así que lo hizo. Hizo deslizar el llavero por encima del escritorio. Él miró aquello y después la miró a ella.