Выбрать главу

– Por supuesto -dijo Barbara.

– Así que ya ves.

– Hadiyyah siempre lo creyó.

– Así es. Siempre lo dijo.

– No sé por qué.

– Bueno, es su madre, después de todo. Hay un vínculo. Lo sabe, lo siente.

– ¿No lo entiendes…?

Azhar se palpó los bolsillos. Barbara sabía qué estaba buscando, pero se había quedado sin cigarrillos. Él encontró su propio paquete y le ofreció uno. Ella negó con la cabeza. Lo encendió.

– ¿Por qué ha vuelto? -se preguntó él.

– ¿Qué?

– La verdad es que todavía no lo sé.

– Oh, bien.

Barbara no sabía qué decir. Nunca habían hablado sobre por qué Angelina había abandonado a Azhar y a su hija. Simplemente habían utilizado el eufemismo de un largo viaje a Canadá. Barbara había pensado que estaría haciendo cualquier cosa menos un viaje por aquel país -incluso si fue allí donde fue-, pero nunca había presionado para tener más información. Asumió que Hadiyyah no la tendría y que Azhar no querría darla.

– Sospecho que no fue lo que Angelina pensó que sería -dijo Azhar-. Vivir con él.

Barbara asintió con la cabeza.

– Eso es. Bien. Esa suele ser la historia de siempre, ¿verdad? -dijo-. La flor se marchita, y al final del día todo aparece, por mucho que se intente ocultar.

– ¿Sabías que había otro, entonces?

– ¿Otro hombre? -Barbara negó con la cabeza-. Me preguntaba por qué se fue y dónde estaba realmente, pero no sabía que había otra persona involucrada. -Miró hacia la parte delantera de la casa cuando continuó-: Si te soy sincera, Azhar… siempre me ha parecido fuera de lugar que os dejara a los dos. Especialmente a Hadiyyah. Quiero decir, los hombres y las mujeres tienen sus problemas, lo entiendo, pero nunca entendí que dejara a Hadiyyah.

– Así que lo entiendes.

El hombre le dio una calada al cigarrillo. La iluminación era tenue en el pasillo lateral de la casa; en esa oscuridad, Barbara apenas podía ver su cara. Pero la punta de su cigarrillo se iluminaba con cada profunda calada que daba. Recordó que a Angelina no le gustaba que fumara. Se preguntó si ahora lo dejaría.

– ¿Entender qué? -le preguntó.

– Que se llevará a Hadiyyah, Barbara. La próxima vez. Se la llevará. Y eso es algo… No puedo perder a Hadiyyah. No la perderé.

Sonó tan intenso y al mismo tiempo tan sombrío, si es que eso era posible, que Barbara sintió que algo se rompía en su interior, una grieta en la superficie que hubiera preferido que se hubiera mantenido sellada.

– Azhar, estás haciendo lo correcto -dijo-. Yo haría lo mismo. Todo el mundo lo haría.

Porque él no tenía más remedio, y ella lo sabía. Estaba atrapado por las circunstancias de su propia invención: había dejado a su primera mujer y a sus dos otros niños por Angelina, no se había divorciado nunca, nunca se había vuelto a casar… Aquello era una pesadilla que podía terminar en los tribunales si así lo quería Angelina, y él sería el perdedor, y perdería a la única persona que en su destrozada vida le había importado.

– Debo hacer lo que sea para mantenerla aquí -dijo.

– Estoy totalmente de acuerdo -contestó Barbara.

Y lo dijo en serio, a pesar de que habían cambiado su mundo, del mismo modo que ellas habían cambiado el mundo de aquel hombre que estaba allí, de pie en la oscuridad.

Capítulo 35

Pasaron doce días antes de que Rob Hastings se atreviera a hablar con Meredith. Durante ese tiempo, llamó al hospital todos los días, hasta que finalmente ella quedó a cargo de los cuidados de sus padres. Aun así se dio cuenta de que no podía hacer otra cosa que preguntar acerca de su estado de salud. Lo que dedujo de todas esas llamadas fue suficiente, aunque sabía que hubiera sido mejor hablar en persona. De hecho, podía haberla ido a ver él mismo. Pero aquello era demasiado para él, e incluso si no lo hubiera sido, sabía que no tenía una idea muy clara acerca de qué le diría.

En esos doce días descubrió quién se había llevado la pistola de su Land Rover y lo que habían hecho con ella. Se la habían devuelto, pero aquello era una mancha negra en su carrera. Dos personas habían muerto, ¿y si no hubiera sido un Hastings, con el historial laboral de los Hastings? Seguramente le hubieran echado.

Los telediarios ardían con la historia de Ian Barker, el malvado niño asesino de un bebé, un tío que había logrado mantener su identidad en secreto durante diez años, desde que salió en libertad de donde fuera que estuvieran presos él y sus amigos asesinos. Periodistas de todos los medios de comunicación del país buscaron a cualquiera que hubiera tenido relación con Gordon Jossie, sin importar si era remota. Al parecer existía algún tipo de horrible historia de amor que los tabloides deseaban tratar especialmente. Era la historia de un «conocido niño asesino que había asesinado de nuevo»; un antetítulo indicaba que, en esta ocasión, lo había hecho para salvar a una mujer en peligro, antes de matarse. Esto no parecía haber sido así, según Meredith Powell y el comisario jefe Zachary Whiting, ya que la verdad del asunto, según ellos, era que Frazer Chaplin había atacado a Jossie y sólo entonces Jossie le había disparado, aunque aquello no hubiera sido tanto el simbólico acto de redención como que Jossie hubiera salvado a alguien antes de despedirse del mundo. Esa fue la historia, y no la verdadera, la que hizo correr ríos de tinta en los tabloides.

La foto de infancia de Ian Barker se publicó cada día durante una semana, junto con la más reciente del rostro de Gordon Jossie. Algunos de los tabloides se preguntaban cómo la gente de Hampshire no había reconocido al tipo, pero ¿por qué tendrían que reconocer en un tranquilo techador a un chico del que hacía tiempo, seguramente habían sospechado, tenía pezuñas en lugar de pies y cuernos bajo su gorra de colegial? Nadie esperaba que Ian Barker se escondiera en Hampshire para llevar una vida modesta.

Todos los vecinos a lo largo de Paul's Lane fueron entrevistados. «Nunca sospeché; desde ahora mantendré las puertas cerradas a cal y canto», fueron generalmente los comentarios. Zachary Whiting y el portavoz del Ministerio del Interior ofrecieron alguna declaración acerca del deber de la Policía local en materia de nuevas identidades y sobre las denuncias que se repitieron durante días de gente que había visto a Michael Spargo o a Reggie Arnold. Pero, finalmente, la historia se fue desvaneciendo, como suelen hacerlo, en cuanto un miembro de la realeza se metió en una desafortunada trifulca con un paparazzi delante de una discoteca a las 3.45 de la madrugada en Mayfair.

Rob Hastings había logrado pasar por todo aquello sin haber hablado con ningún periodista. Dejó que el teléfono recogiera todos los mensajes, pero no devolvió ninguna llamada. No tenía ganas de discutir cómo el antiguo Ian Barker había entrado en su vida. Todavía tenía menos ganas de hablar acerca de cómo su hermana se había liado con aquel tipo. Entendió por qué Jemima se había ido de New Forest. Sin embargo, no entendía por qué no había confiado en él. Pasó días meditando acerca de esa cuestión y tratando de entender qué significaba que su hermana no le hubiera dicho lo que la apartó de Hampshire. No era un hombre propenso a la violencia, y seguramente ella lo sabía, por lo que difícilmente hubiera esperado que abordara a Jossie y le hiciera daño por haber engañado a Jemima. ¿De qué hubiera servido? También sabía mantener un secreto, y Jemima tenía que haberlo sabido. El le hubiera dado felizmente la bienvenida a su hermana a casa, sin dudar, si hubiera querido regresar a Honey Lane.

Se quedó pensando en todo lo que eso decía de él. Pero la única respuesta a la que era capaz de llegar fue la que se respondía con otra pregunta: «¿De qué hubiera servido que hubieras sabido la verdad, Robbie?». Y esta pregunta llevó a la siguiente: «¿Qué tipo de medidas hubieras tomado, tú que siempre has tenido tanto miedo a tomar medidas?».