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– Significa que le va a quedar una pequeña cicatriz -le contó Robbie-. Será su toque de distinción.

– ¿Qué es distinción?

– Algo que hace que una persona parezca diferente a los demás -dijo Robbie.

– Oh -dijo Cammie-. Como tú. Tú pareces diferente. Nunca había visto a nadie como tú.

– ¡Cammie! -exclamó Meredith, horrorizada. Su mano bajó automáticamente para tapar la boca de su hija.

– Está bien -dijo Robbie, aunque notó que se le estaba poniendo la cara roja-. No es que no lo sepa.

– Pero, mamá… -Cammie se deslizó fuera del alcance de su madre-.Tiene un aspecto diferente. Porque su…

– ¡Camille! ¡Para ahora mismo!

Y después de eso, silencio. Tras él, llegaron el zumbido de los coches de la carretera de delante de la casa, el ladrido de un perro, Tess levantando la cabeza y gruñendo, y el bombardeo del motor de una cortadora de césped. ¿Es que no decían siempre la verdad?

Él se sintió completamente torpe. Podía haber sido un toro de dos cabezas. Miró a su alrededor y se preguntó cuánto tiempo debería permanecer en el jardín antes de salir corriendo y no parecer maleducado.

– Lo siento, Rob. No quiso decir eso -soltó Meredith en voz baja.

Él logró esbozar una sonrisa.

– Bien, no es que esté diciendo algo que no sepamos todos, ¿verdad, Cammie? -Y le ofreció a la pequeña una sonrisa.

– Aun así -dijo Meredith-. Cammie, no es propio de ti.

La niña miró a su madre y después otra vez a Rob. Frunció el ceño. Luego dijo:

– Pero es que nunca había visto dos colores de ojos diferentes, mamá. ¿Tú sí?

Los labios de Meredith se entreabrieron y después se cerraron. Entonces apoyó su cabeza en la silla.

– Oh, Dios -dijo-. Una vez más, tienes toda la razón, Cam.

Ella miró a otro lado.

Y Robbie vio, para su sorpresa, que Meredith estaba profundamente avergonzada. No por su hija, sino por su propia reacción. Sin embargo, todo lo que había hecho era llegar a la misma conclusión que el propio Robbie al escuchar las palabras de Cammie: él era realmente feo y los tres lo sabían, pero sólo dos de ellos pensaban que era digno de comentario. Él buscó una manera de suavizar el momento. Pero no se le ocurrió nada, así que finalmente le dijo a la niña:

– Así que erizos, ¿verdad, Cammie?

– ¿Qué erizos?

– Quiero decir que qué te gusta. ¿Los erizos? ¿Ya está? ¿Los ponis? ¿Te gustan los ponis?

Cammie miró a su madre como para ver si podía responder o debía morderse la lengua. Meredith la miró, acarició su pelo revuelto y asintió.

– ¿Te gustan los ponis? -le preguntó.

– Me gustan cuando son bebés -se sinceró Cammie-. Pero sé que no debo acercarme demasiado.

– ¿Y eso? -le preguntó Robbie.

– Porque son asustadizos.

– ¿Qué quieres decir?

– Significa que… -Cammie frunció el ceño mientras pensaba acerca de ello-. Significa que tienen miedo fácilmente. Y si tienen miedo, tienes que tener cuidado. Mamá siempre dice que hay que tener cuidado siempre que se esté cerca de alguien que se asusta fácilmente.

– ¿Por qué?

– Porque podrían entenderlo mal, supongo. Algo así como…, como si tú te mueves muy rápido a su alrededor, ellos pensarán mal de ti. Así que debes estar quieto, parado. O moverte muy despacio. O algo así.

Se volvió para poder ver mejor la cara de su madre.

– Es así, ¿verdad, mamá? ¿Eso es lo que se debe hacer?

– Así es -dijo Meredith-. Muy bien, Cam. Hay que tener cuidado cuando sabes que alguien tiene miedo.

Besó a su hija en la cabeza. No miró a Bob.

Entonces pareció que no había nada más que decir. O al menos eso fue lo que Robbie Hastings se dijo a sí mismo. Decidió que había cumplido su deber y, en definitiva, era hora de partir. Se movió en su silla.

– Así que… -dijo, justo cuando Meredith decía: «Rob…».

Sus ojos se encontraron. Se sonrojó una vez más, pero vio que ella también se ponía roja.

– Cammie, cariño -dijo ella-. ¿Puedes preguntarle a la abuela si está listo su pastel de limón? Me gustaría probarlo, y me imagino que a ti también.

– Oh, sí -contestó la niña-. Me encanta la tarta de limón, mamá.

Cammie saltó del sillón y salió corriendo, llamando a su abuela. Al momento, una puerta se cerró detrás de ella.

Rob dio una palmada sobre sus muslos. Claramente, había dado la señal para que él se fuera.

– Bueno. Me alegro muchísimo de que estés bien, Merry -dijo

– Sí. Es curioso, ¿eh, Rob?

– ¿Qué? -dudó.

– Nadie me llama Merry. Nadie excepto tú.

No sabía qué contestar ni qué hacer.

– Me gusta mucho -dijo-. Me hace sentir especial.

– Lo eres. Especial, digo.

– Tú, también, Rob. Siempre lo has sido.

Ése fue el momento. Lo vio con claridad, más claro que nunca. Su voz era tranquila y no se había movido ni un centímetro, pero sintió su cercanía y, sintiéndola, también se sentía la frialdad del aire.

Se aclaró la garganta.

Ella no habló.

Más tarde, en el techo del cobertizo del jardín, notó que un pájaro se deslizaba.

– Merry -intervino finalmente. Y ella dijo al mismo tiempo:

– ¿Te quedarás a comer una porción de pastel de limón conmigo, Rob?

Vio que, al final, la respuesta era simple.

– Sí -replicó-. Me encantaría.

Agradecimientos

El New Forest sirvió de gran inspiración para esta novela, aunque tal inspiración no es nada sin los detalles. Así que estoy muy agradecida a la gente de Hampshire y de Londres, que me ayudaron en diferentes aspectos del libro. El primero de todos debe ser Simon Winchester, maestro techador, que me permitió que le observara mientras trabajaba en Furzey Gardens y que me explicó cosas acerca de las múltiples técnicas y herramientas de su oficio. Además, Mike Lovell se reunió conmigo y me contó cómo era su trabajo de agister de New Forest, mientras que el honorable Ralph Montagu y Graham Wilson añadieron una enorme cantidad de información a la historia de New Forest en relación con el objetivo y empleo de los diferentes tipos de guardas. Alan Smith, de Hampshire Constabularly, me suministró todos los detalles policiales y, en Londres, Terence Pepper y Catherine Bromley, de la National Portrait Gallery, me dieron la información necesaria que hizo posible crear mi versión del concurso del retrato del año de Cadbury. Jason Hain me permitió amablemente acceder al Segar and Snuff Parlour en Covent Garden, y un simpático fabricante de máscaras peruanas en Jubilee Hall casi me convence de hacerme la mía, hecho que me inspiró en la creación de mi propio fabricante de máscaras de la novela. El siempre ingenioso Swati Gamble resolvió con sus respuestas todas las preguntas que le lancé en relación con todo lo que se refiere al Ministerio del Interior, hasta la ubicación de las instituciones educativas.

Por último, el museo de New Forest fue todo un tesoro de información en Lyndhurst, así como lo fue el British Museum en Londres. En Estados Unidos, el doctor Tom Ruben arrojó luz sobre mis preguntas de tipo médico, por lo que le doy las gracias; mi asistente Leslie Kelly realizó una ingente investigación acerca de un montón de temas, y tanto Susan Barner como Debbie Cavanaugh, antigua y nueva lectora respectivamente, me proporcionaron un valiosísimo feedback en el penúltimo borrador de esta novela.

Siempre recibo el apoyo en mi trabajo de mi marido, Tom McCabe; de mi agente literario, Robert Gottlieb; de mis editores en Estados Unidos y el Reino Unido, Carolyn Marino y Sue Fletcher; y de mis publicistas en Estados Unidos y en el Reino Unido, Heather Drucker y Geary Karen.

Elizabeth George

Whidbey Island, Washington