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El joven sargento acababa de leer una noticia sobre otro intento de suicidio en el que el suicida había sido disuadido por un negociador que le había comprado un sándwich, que comieron juntos mientras conversaban largamente acerca de las personas reales e imaginarias que atormentaban a aquel hombre. El negociador, una mujer, había conseguido que su foto apareciera en Los Angeles Times y que le hicieran varias entrevistas en la televisión.

Cuando el supervisor de la guardia subió hasta la torre con la bolsa de hamburguesas y pasó por delante de Cat Song y de Hollywood Nate, ignorándolos, Cat le dijo:

– ¡Sargento Treakle, espere! Ronnie está hablando con el tipo. Espere, por favor.

– No vaya, sargento -le dijo Hollywood Nate. -No me diga cómo debo hacer mi trabajo, Weiss -respondió el sargento.

Nate Weiss, que tenía varios años más de vida y de experiencia laboral que su ex supervisor, dijo:

– Sargento, nadie debe irrumpir nunca en un proceso de negociación. Puede que esto sea Hollywood, pero no es una película, y allá abajo no hay airbag.

– Gracias por su sabio consejo -dijo Treakle, y le lanzó una mirada gélida-. Lo tendré en cuenta si alguna vez se convierte usted en mi jefe.

Ronnie se volvió y al verlo caminando con paso decidido por la azotea dijo:

– ¡Sargento! ¡Regrese, por favor! Déjeme ocuparme de… El gemido angustioso de Randolph Ronson la hizo girarse. El chico contemplaba al sargento uniformado, su sonrisa condescendiente, y el abultado paquete de papel en el que estaba metiendo la mano.

Los pálidos ojos del chico se habían vuelto enormes detrás de sus gafas. Entonces miró a Ronnie y le dijo:

– ¡Va a matarme!

Y sin más, desapareció.

Los chillidos de la multitud, la repentina ráfaga de viento, los gritos de Cat y de Nate, todo ello impidió que Ronnie escuchara su propio alarido mientras se abalanzaba hacia la barandilla y se asomaba, boquiabierta. Vio rebotar al chico contra el pavimento. Acto seguido varios uniformados trataron de impedir el paso a los mirones más morbosos del bulevar.

Pocos minutos después había otra decena de trajes azules a la entrada del edificio, que observaban a Ronnie Sinclair mientras maldecía a gritos, con los ojos húmedos, al sargento Treakle. El hombre se había puesto pálido y no sabía cómo responder a su subordinada.

Ronnie no recordaba lo que le había dicho, pero Cat luego le dijo:

– Le dijiste de todo, un verdadero arsenal, fue maravilloso. Y no hay nada que Treakle pueda hacer al respecto, porque sabe que se equivocó. Ahora ese chico está muerto.

Cuando salieron a la calle se asombraron de ver que las gafas con marco de alambre de Randolph Ronson aún estaban fijas a su rostro, y que sólo una lente se había roto. No estaba despedazado, como habían visto a otros, pero había un enorme charco de sangre a su alrededor.

Cat pasó su brazo por encima de los hombros de Ronnie, le dio un apretón y le dijo:

– Dame las llaves de nuestra tienda. Déjame que te lleve a la comisaría.

Ronnie le dio las llaves del coche sin poner ninguna objeción.

El Compasivo Charlie Gilford, que nunca se perdía un incidente noticiable, especialmente si había sangre de por medio, llegó a tiempo para ver cómo recogían el cuerpo e hizo sus habituales comentarios in situ.

El desgarbado y veterano detective chasqueó la lengua contra los dientes y le dijo al encargado de levantamiento de cadáveres que conducía la camioneta del forense:

– Así que uno de nuestros sargentos patrulla pensó que podía evitar que este monigote hiciera un triple hacia atrás dándole algo de comer, ¿no? ¡Tío, esto es el puto Hollywood! Todo el mundo sabe que puedes andar un par de calles hasta Musso y Frank's y cenar confortablemente rodeado de estrellas de cine. Y Wolfgang Puck tiene un contacto en el Kodak Center con el que consigue las comidas más pijas de la ciudad. Pero ¿qué hace el chupaculos de nuestro sargento para animar a un chiflado deprimido? ¡Le lleva al tío un puto Big Mac! No me extraña que el capullo saltara.

Aquella noche, el Compasivo Charlie Gilford vio a Ronnie Sinclair en la sala de informes masajeándose las sienes mientras esperaba el interrogatorio de la División de Investigaciones. Sabía que el caso iba a ser tratado como un tiroteo más en el que había participado un oficial.

El detective dijo alegremente:

– He oído que le lanzaste auténticas bombas a Labios de Pollo Treakle. Hollywood Nate me dijo que no había oído tantos «hijo de puta» ni en un espectáculo de Chris Rock. ¡Bien hecho, niña!

Capítulo 2

Algunas semanas después del incidente con el suicida, Ronnie Sinclair decidió que ya estaba harta de la guardia nocturna y del sargento Treakle, quien, por haber irrumpido en la negociación -y en opinión de Ronnie, por haber causado la muerte del joven Randolph Ronson-, sólo había recibido una reprimenda oficial. Discutió su situación con un viejo sargento con el que había trabajado en la División de Newton Street, que ahora se llamaba oficialmente «Área» de Newton Street, porque la actual dirección del LAPD había decidido que «división» sonaba demasiado militar. Los policías decían que les parecía una chorrada, y siguieron llamándolas «divisiones» de la policía, incluso en el boletín mensual del sindicato de trabajadores del LAPD.

El antiguo sargento de Ronnie sugirió que, en los tiempos de represión que corrían, era más difícil deshacerse de los supervisores como Treakle que del despiadado Rasputín o de una infección cutánea. Creía que ella debía mantener una charla con el jefe de la Oficina de Relaciones con la Comunidad de la División de Hollywood, la CRO, a la que los policías llamaban «cuervo». [1]-La CRO es un buen sitio para trabajar -le dijo-. Ya has hecho bastante trabajo duro. Convertirte en una oficial de la CRO te dará un empujón hacia arriba cuando te examines para sargento.

Hollywood Nate se sorprendió al saber que Ronnie Sinclair quería el puesto que había quedado vacante en la Oficina de Relaciones con la Comunidad, un puesto que Nate ambicionaba. La CRO estaba constituida por dieciocho policías y dos trabajadores civiles liderados por un sargento de veintidós años. Once de los agentes, hombres y mujeres, eran oficiales jefes seniors (SLO), que eran conocidos por el sobrenombre de «lentos», [2] recibían una paga extra y llevaban en las mangas dos insignias de plata con una estrella debajo. Los SLO actuaban de enlace entre los miembros de la comunidad y el capitán de la División de Hollywood. Cinco de ellos eran hispanos y podían hacer de traductores de español cuando se les requería; otros tres eran extranjeros de nacimiento, y podían comunicarse en otra media docena de lenguas, pero eso constituía sólo una pequeñísima parte de las lenguas habladas en Hollywood. A aquella oficina sus agentes la llamaban «División Babelwood».

La CRO tenía su sede en una vieja y destartalada edificación de una sola planta, ubicada a sólo unos metros del parking de la policía. Los empleados de la comisaría central, a la que los cuervos se referían como «Hollywood Norte», la llamaban «Hollywood Sur» y tenía, como todas las instalaciones del LAPD, el encanto arquitectónico de un aparcamiento de supermercado.

Entre otras tareas, los cuervos se ocupaban de atender las llamadas de los quejicas crónicos y de los chalados de Hollywood, y se las apañaban bien con turnos de diez horas repartidos en sus cuatro días de trabajo a la semana. Los mayores retos que tenían estos policías eran asuntos relacionados con la «calidad de vida» de los vecinos: quejas por ruidos, pintadas en paredes, basura sin recoger, personas durmiendo en las calles, carritos de compra abandonados, ventas de garaje no autorizadas o mendigos agresivos. Los cuervos también supervisaban el Programa de Policías de Reserva y el Programa de Exploradores de la Policía, destinado a adolescentes. Además, dirigían el Comité de Clubes Nocturnos, el Comité de los Sin Techo, el Comité de Pintadas, e incluso el Comité para Cortar las Calles.

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[1] CRO suena parecido a crow, «cuervo» en inglés. (N. del T)

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[2] SLO suena parecido a slow, «lento» en inglés. (N. del T.)