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Jordan llamó al taller mecánico desde el móvil y le informaron con brusquedad que nadie podría echar un vistazo a su coche hasta el día siguiente. El mecánico le indicó que lo llevara a primera hora de la mañana.

– Faltaba más -soltó Jordan con un suspiro mientras cerraba el móvil.

– ¿Está de paso o se ha perdido? -quiso saber la camarera-. Si no le importa que se lo pregunte -se apresuró a añadir.

– No me importa. He venido a ver a alguien.

– Oh, preciosa. No será ningún hombre, ¿verdad? Espero que no haya venido siguiendo a ningún hombre. Dígame que no. Es lo que yo hice. Lo seguí desde San Antonio. Pero no duró, no mucho por lo menos, y se largó y me dejó. -Sacudió la cabeza a la vez que chasqueaba la lengua-. Y ahora estoy atrapada aquí hasta que reúna el dinero suficiente para volver a casa. Me llamo Angela, por cierto.

Jordan se presentó y estrechó la mano de la mujer.

– Encantada de conocerte. Y no, no he venido siguiendo a ningún hombre. Voy a reunirme con uno para cenar, pero es por un asunto de negocios. Me va a entregar unos documentos y cierta información.

– ¿Nada romántico entonces?

– No. -Se había imaginado al profesor y casi se había estremecido.

– ¿De dónde eres?

– De Boston -dijo Jordan.

– ¿De veras? No tienes acento de por ahí, por lo menos no mucho.

Jordan no sabía si el comentario era bueno o malo, pero Angela sonreía. Tenía una sonrisa encantadora y parecía una persona agradable. Jordan supuso que, en su juventud, habría adorado el sol, porque tenía unas arrugas muy marcadas en la cara, y su piel recordaba un poco al cuero.

– ¿Hace mucho que vives en Serenity?

– Cerca de dieciocho años -contestó Angela. Jordan pestañeó. ¿Llevaba ahorrando dieciocho años y todavía no había conseguido reunir el dinero suficiente para regresar a su casa?-. ¿Dónde vas a cenar con ese hombre de negocios? No tienes que decírmelo si no quieres. Es sólo curiosidad.

– Vamos a cenar en The Branding Iron. ¿Has comido alguna vez allí?

– Oh, sí -aseguró-. Pero la comida no es tan buena como la de aquí, y está situado en una zona del pueblo nada recomendable. Sigue abierto porque es una referencia local, y trabaja mucho los fines de semana. No es un sitio seguro después del anochecer. Tu hombre de negocios debe de ser de aquí, o alguien de aquí le habló sobre ese local. Nadie que no fuera de Serenity sugeriría The Branding Iron.

– Se llama MacKenna -dijo Jordan-. Es profesor de historia y va a entregarme los documentos de una investigación que ha llevado a cabo.

– No lo conozco -comentó Angela-. No conozco a todos los del pueblo, claro, pero diría que debe de haber llegado hace poco. -Se volvió para marcharse-. Te dejo sola para que disfrutes del té. Todo el mundo piensa que hablo demasiado.

Jordan supo que la camarera esperaba que expresara su discrepancia.

– Yo no lo pienso.

Angela se volvió con una sonrisa enorme en los labios.

– Yo tampoco. Sólo soy amable, eso es todo. Es una lástima que no puedas cenar aquí. Jaffee está preparando su plato especial de gambas.

– Creo que el profesor sugirió ese restaurante porque está justo delante de un motel que me recomendó.

– ¿El Excel? -dijo Angela con las cejas arqueadas-. ¿Te sugirió el Excel?

– ¿Es así como se llama el motel? -sonrió Jordan.

– Antes había un rótulo luminoso enorme -asintió la camarera-. La palabra «excelso» parpadeaba toda la noche. Pero las dos últimas letras ya no se encienden, y por esta razón la gente lo llama Excel. Trabajan mucho por la noche… toda la noche, en realidad. -Y, tras una pausa, añadió casi en un susurro-: El individuo que lo regenta cobra por horas, no sé si me entiendes. -Debió de parecerle que Jordan no la seguía porque se apresuró a explicarse-: Es un prostíbulo, eso es lo que es.

– Comprendo -aseguró Jordan para que no creyera que tenía que explicarle qué era un prostíbulo.

Angela apoyó una cadera en la mesa para acercarse más a ella y seguir hablando en voz baja.

– Además de ser muy peligroso si hubiese un incendio, si quieres que te lo diga. -Miró rápidamente a un lado y a otro para comprobar que no hubiese entrado nadie en el restaurante vacío sin que se hubiera dado cuenta y pudiera escuchar lo que decía-. Deberían haberlo derribado hace años, pero lo dirige J.D. Dickey, y nadie se atreve a meterse con él. Creo que también es el chulo de algunas de las prostitutas, ¿sabes? Ese tipo da miedo de verdad. Es un hombre perverso.

Angela era un pozo de información, y no le daba ningún apuro contar todo lo que sabía. Jordan estaba fascinada. Casi envidiaba la franqueza y la sinceridad de esa mujer. Ella era todo lo contrario. Se guardaba las cosas dentro. Estaba segura de que Angela podía dormir por la noche. Ella, en cambio, llevaba más de un año sin disfrutar de una buena noche de descanso. Siempre le daba vueltas a la cabeza, y había noches en las que caminaba arriba y abajo por su casa, preocupada por algún que otro problema. Por la mañana, ninguna de esas preocupaciones parecía tan importante, pero en mitad de la noche adquirían dimensiones descomunales.

– ¿Por qué los bomberos o la policía no han cerrado el motel? Si hay riesgo de incendio… -se preguntó en voz alta.

– Oh, ya lo creo.

– Y la prostitución es ilegal en Tejas…

– Sí que lo es -corroboró de nuevo Angela, antes de que Jordan pudiese proseguir-. Pero eso no importa demasiado. Tú no comprendes cómo van las cosas por aquí. A cada lado de Parson's Creek el pueblo pertenece a un condado distinto, y las cosas funcionan de modo tan diferente como la noche y el día. En este momento, estás en el condado de Grady, pero el sheriff que está al mando en el condado de Jessup es uno de esos que cree que puede hacer la vista gorda. ¿Sabes a qué me refiero? Vive y deja vivir; ése es su lema. En mi opinión, le da miedo enfrentarse con J.D. ¿y sabes por qué? Yo te lo diré: El sheriff del condado de Jessup es hermano de J.D. Sí, señor. Su hermano. ¿Qué te parece?

– ¿Y tú? -preguntó Jordan-. ¿Le tienes miedo a ese hombre?

– Mira, preciosa. Cualquiera con dos dedos de frente se lo tendría.

Capítulo 6

J.D. Dickey era el matón del pueblo. Poseía un talento naturaclass="underline" no tenía que esforzarse demasiado para lograr que la gente lo detestara. Ganarse fama de perverso le producía un placer infinito, y sabía con certeza que había logrado su objetivo cuando bajaba la calle principal de Serenity y la gente se apresuraba a alejarse de él. Su expresión lo decía todo. Le tenían miedo, y para J.D., el miedo significaba poder. Su poder.

El nombre completo de J.D. era Julius Delbert Dickey, hijo. Pero no le gustaba mucho porque le sonaba demasiado femenino para la imagen de dureza que quería transmitir, de modo que, cuando todavía iba a secundaria, empezó a aleccionar a los habitantes de su pueblo natal para que lo llamaran por sus iniciales. Los pocos que se resistían a hacerlo eran sometidos a su forma especial, aunque nada sofisticada, de modificación de la conducta: les daba una paliza de muerte.

Había dos hermanos Dickey y ambos habían crecido en Serenity. J.D. era el primogénito. Randall Cleatus Dickey llegó dos años después.

Los hermanos Dickey no habían visto a su padre en más de diez años. Una cárcel federal de Kansas le estaba proporcionando alojamiento y comida durante veinticinco años por un atraco a mano armada que, como le había explicado al juez que lo condenó, había salido mal. Visto a posteriori, se había dado cuenta de que, después de todo, quizá no debería haber disparado a ese guardia de seguridad tan entrometido. El pobre hombre sólo estaba haciendo su trabajo.