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– Al trabajo -dijo Noah.

– ¿Cómo puedes saber si lo haría bien o mal?

– Lo sé porque no te sales nunca de tu ámbito natural.

– Muy bien, lo preguntaré: ¿qué significa eso?

– Que nunca te aventuras a abandonar lo que consideras seguro -explicó él-. Vives en una burbuja. -Antes de que Jordan pudiera objetar nada, Noah siguió hablando-: Seguro que, en toda tu vida, no has hecho nunca nada sin pensártelo dos veces, ni has corrido ningún riesgo.

– He corrido muchos riesgos solo este último año.

– ¿Ah, sí? Dime uno.

– He vendido mi empresa -explicó Jordan.

– Eso ha sido una decisión calculada que te ha reportado enormes beneficios -replicó Noah-. ¿Qué más?

– He corrido mucho. Había pensado participar en la maratón de Boston el año que viene -dijo ella.

– Es un régimen de ejercicio; algo que exige disciplina. Además, lo haces para mantenerte en forma -objetó Noah.

Ahora no observaba nada situado detrás de ella, sino que la miraba directamente a los ojos, y eso la incomodaba mucho. Aunque la mataran, no se le ocurría ni una sola cosa que hubiese hecho sin reflexionar antes, ni un solo riesgo que hubiera corrido. Todo lo que hacía estaba planeado hasta el último detalle. ¿Era su vida realmente así de aburrida? ¿Era ella así de aburrida?

– No tiene nada de malo ser prudente. -Genial, ahora hablaba como si tuviese noventa años.

Noah parecía a punto de echarse a reír.

– Tienes razón -dijo-. No tiene nada de malo ser prudente.

Sintió vergüenza porque acababa de darse cuenta de lo aburrida que era, y supuso que él también lo habría hecho, así que se apresuró a cambiar de tema para dejar de hablar de ella. Soltó lo primero que le vino a la cabeza.

– Isabel tiene una voz excelente, ¿no te parece? Podría escucharla toda la noche. ¿Sabías que ha habido agentes que la han estado rondando para convertirla en una estrella? Pero no le interesa. Va a empezar los estudios universitarios pero ya ha decidido que quiere especializarse en historia, obtener el doctorado y dedicarse a la docencia. Interesante, ¿no crees? Renuncia a la fama y a la fortuna. ¿No te parece increíble?

Noah, que parecía perplejo, le dirigió una sonrisa penetrante que la atravesó. No era de extrañar. Estaba parloteando como una niña pequeña. Sabía que debería dejar de hablar, pero no parecía que pudiera cerrar la boca. Gracias a la mirada atenta de Noah tenía los nervios de punta.

«Por el amor de Dios, Isabel, acaba de una vez. Ya es suficiente», pensó.

– ¿Y sabías que de aquí a unos años Isabel heredará unas tierras en Escocia? Una cañada llamada Glen MacKenna -siguió a toda velocidad-. Invitó a un hombrecillo de lo más extraño a la boda y al banquete. Lo conocí hace un rato, y tiene toda la información que ha reunido en unas cajas en Tejas. Es profesor de universidad, ¿sabes? Y ha investigado mucho una enemistad que, según él, hace siglos que existe entre los Buchanan y los MacKenna. Según ese hombre, Dylan y Kate no deberían haberse casado. Y también existe una leyenda sobre un tesoro. Es algo fascinante, te lo aseguro.

Finalmente, tuvo que parar para inspirar o se habría ahogado.

Noah dejó de bailar un par de segundos para preguntarle algo.

– ¿Te pongo nerviosa?

«Vaya.»

– Cuando me miras fijamente, sí. Te agradecería que volvieras a ser maleducado y observaras algo situado detrás de mi espalda mientras me estás hablando. Lo haces para ser grosero conmigo, ¿no?

– Y para irritarte -dijo Noah. Se le había iluminado la cara.

– Ah…

¿Acabaría alguna vez Isabel esa canción? Estaba durando una eternidad. Jordan sonrió con aire despreocupado a las parejas que pasaban a su lado mientras deseaba que el baile terminara. Sería una grosería irse de la pista sin más, ¿verdad?

– ¿Puedo sugerirte algo? -preguntó Noah, que le levantó el mentón con el índice para mirarla a los ojos.

– Claro -aceptó ella-. Adelante.

– Deberías plantearte participar en el juego.

– ¿De qué juego hablas? -suspiró Jordan.

– De la vida. -Al parecer, no había terminado con las sugerencias para mejorar su penosa vida-. ¿Sabes qué diferencia hay entre tú y yo? -insistió Noah.

– Se me ocurren millares de diferencias.

– Yo me como el postre.

– ¿Y qué diablos quiere decir eso?

– Que la vida es demasiado corta -aclaró Noah-. A veces, tienes que comerte el postre lo primero.

– Ya entiendo -dijo Jordan, que sabía a dónde quería ir a parar-. Yo veo pasar la vida mientras tú la vives. Sé que piensas que debería hacer algo irreflexivo en lugar de planearlo todo siempre antes, pero, para que lo sepas, ya estoy haciendo algo sin pararme a pensar.

– ¿Ah, sí? -se sorprendió Noah, y su voz reflejaba cierto desafío-. ¿Qué?

– Algo irreflexivo -dijo para esquivar la respuesta.

– ¿Y de qué se trata?

Sabía que no le creía. Fuera como fuese, estaba decidida a hacer algo irreflexivo, aunque muriera en el intento. Valdría la pena hacer cualquier sacrificio, aunque no fuera lógico, para tener la satisfacción de borrarle de la cara esa sonrisa arrogante de sabelotodo.

– Voy a ir a Tejas -anunció, y asintió con la cabeza para dar mayor fuerza a su afirmación.

– ¿A qué? -quiso saber Noah.

– ¿A qué voy a ir a Tejas? -Al principio, no tenía la menor idea pero, por suerte, pensaba deprisa. Antes de que Noah pudiera decir otra palabra, respondió su propia pregunta-: A buscar un tesoro.

Capítulo 4

A Paul Newton Pruitt le encantaban las mujeres. Le encantaba todo lo referente a ellas: su piel suave y lisa; su fragancia femenina; el roce delicioso de sus cabellos sedosos cuando le acariciaban el tórax; los sonidos eróticos que emitían cuando las tocaba. Le encantaba su risa contagiosa, sus gritos estimulantes de placer.

No hacía distinciones. Daba igual el color del pelo, de los ojos o de la piel; le gustaban todas. Altas, bajas, delgadas, gordas. No importaba. Todas eran maravillosas, y para él, cada una era única y excepcional.

Tenía que admitir que sentía una especial debilidad por la forma en que algunas le sonreían. Era una sonrisa que no sabría describir. Lo único que sabía era que cuando la veía, se le aceleraba el corazón. La atracción era así de fuerte. Sencillamente, no podía resistirse; no podía negarse. Esa sonrisa, seductora y tentadora, no dejaba nunca de cautivarlo.

Antes de que tuviera que enmendarse y cambiar de conducta para sobrevivir, había sido un donjuán. Y no era su ego quien hablaba. Era así. Entonces, era irresistible. Pero ahora las cosas eran distintas. En su vida anterior, si se aburría, se despedía con regalos caros para que no le guardaran ningún rencor. No soportaba la idea de que ni siquiera una de sus mujeres llegase a detestarlo alguna vez. No podía pasar a la siguiente mujer encantadora, a menudo cautivadora, hasta tener la certeza de haber complacido a la actual. Y siempre había una siguiente.

Hasta Marie. Se había enamorado de ella, y su vida había cambiado para siempre. La vida que conocía se había terminado. Paul Newton Pruitt había desaparecido. Un nuevo nombre. Una nueva identidad. Una nueva vida. Nadie lo encontraría jamás.

Capítulo 5

Tenía que estar loca. ¿Ir a buscar un tesoro? ¿En qué había estado pensando? Al parecer, le había interesado más demostrar a Noah Clayborne que no era un muermo, que utilizar su sentido común.

Jordan sabía que ella misma era la única culpable de su situación actual, pero seguía queriendo culpar a Noah, sólo porque así se sentía mejor.

Se apoyó en el tronado coche de alquiler, parado en la cuneta de la deteriorada carretera de dos carriles en medio de la nada, en Tejas, mientras esperaba impaciente a que el motor se enfriara para poder echar algo más de agua en el depósito del refrigerador. Gracias a Dios que se había detenido hacía un rato en la interestatal para comprar un par de botellas de agua para el resto del viaje. Estaba bastante segura de que el radiador perdía, pero tenía que lograr que el motor siguiese funcionando el tiempo suficiente para poder llegar a la siguiente población y que un mecánico le echara un vistazo. Estaba a cuarenta grados a la sombra por lo menos y, por supuesto, el aire acondicionado del automóvil se había estropeado hacía más o menos una hora, junto con el magnífico GPS que la agencia de alquiler le había entregado como premio de consolación por haberse hecho un lío con su reserva y haberle dado, a sabiendas, una cafetera.