Выбрать главу

– No estaba allí -dijo Noah-. Estaba en casa de una amiga.

Jordan asintió.

– Pueden acceder a mi padre cuando quieran, ¿verdad? -insinuó.

– No. Tus hermanos han tomado cartas en el asunto y han reforzado la seguridad. Nadie volverá a acercarse tanto.

– ¿Qué decía la nota? -preguntó Jordan, incrédula.

– No lo recuerdo bien.

– Dímelo -insistió.

– Jordan, era sólo una táctica para asustarlo.

– Quiero saber qué decía esa nota, Noah. Dímelo.

– Muy bien -contestó Noah a regañadientes-. La nota decía: «Estamos vigilando.»

Capítulo 32

Jordan no podía evitar angustiarse por su familia. No dejaba de pensar en sus padres durmiendo en la cama mientras un asesino desalmado deambulaba por su casa. Lo que hacía que la situación fuera aún más escalofriante era que había dos guardaespaldas profesionales de guardia y el intruso había podido esquivarlos.

Noah la estrechaba entre sus brazos. Y Jordan escuchaba cómo describía todas las posibilidades: lo que podría haber ocurrido, lo que no ocurrió y lo que podría ocurrir en el futuro. Ya lo había oído todo de labios de Nick, que se había puesto furioso al enterarse del allanamiento de morada en casa de sus padres.

– También sabías lo de Laurant, ¿verdad? -preguntó Jordan. Noah no respondió lo bastante rápido para su gusto-. ¿Verdad?

– ¡Ay! Deja de pellizcarme. Y sí, sabía lo de Laurant.

– ¿Y por qué no me lo has dicho?

Le sujetó la mano antes de que pudiera volver a pellizcarle.

– Nick me pidió que no lo hiciera, Jordan.

– No me lo digas; no quería preocuparme.

– Correcto.

Apartó la mano, se alejó de él y se sentó en la cama.

– Mi padre, Laurant… ¿Hay algún secreto más?

– No, que yo sepa -aseguró Noah-. Y no te servirá de nada enojarte.

Que Noah estuviera tan tranquilo no le sentó nada bien.

– Bueno, ya estoy enfadada.

– No seas tan dura con tu hermano. Nick sólo intentaba protegerte.

– No le defiendas, Noah.

– Sólo digo que Nick creía que ya tenías muchas cosas por las que preocuparte. Iba a ponerte al corriente de todo cuando regresaras a Boston. Y Laurant está bien.

– Está en el hospital -apuntó ella-. Eso no es estar bien.

– Está recibiendo los cuidados que necesita.

– Si tú fueses mi hermano y te ocultase algo así -indicó Jordan a la vez que sacudía la cabeza-. ¿Cómo te sentirías?

Noah la miró de reojo.

– Si yo fuese tu hermano, tendríamos que preocuparnos por un problema mucho más importante, cariño.

Para indicar a qué se refería, deslizó una mano por debajo de la camiseta de Jordan y le tiró de la cinturilla del pantalón corto.

– De acuerdo, no he puesto un buen ejemplo. -Recogió los papeles-. Es que no soporto los secretos -murmuró.

– ¿De veras? Pues se te da muy bien guardarlos -dijo él, y ahora parecía enfadado.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Jordan, sorprendida por su cambio de humor-. Yo no guardo secretos.

– ¿Me quieres hablar sobre esa pequeña cicatriz junto a tu seno derecho?

Fingir que no sabía de qué hablaba no serviría de nada. Conociendo a Noah, le quitaría la camiseta para señalársela.

– ¿Qué pasa con esa cicatriz?

– Creo recordar que he oído hablar de tu intervención quirúrgica.

– Eso ocurrió… hace tiempo -comentó Jordan mientras intentaba pensar en una forma de salir del rincón en el que ella misma se había acorralado-. No fue nada.

– Sólo te haré una pregunta: ¿no te encontraste un bulto en el pecho…?

– Era un bultito de nada -reconoció ella.

Noah prosiguió sin tener en cuenta su interrupción.

– ¿Y fuiste al hospital para practicarte una intervención quirúrgica sin decírselo a nadie de tu familia?

Jordan inspiró hondo.

– Sí, pero era un procedimiento sencillo… una biopsia…

– Eso no importa. No querías que nadie se preocupara, ¿no es cierto? ¿Y si algo hubiese salido mal? ¿Y si el procedimiento sencillo hubiese terminado siendo una intervención quirúrgica importante?

– Kate me llevó al hospital. Habría avisado a todo el mundo.

– ¿Y tú crees que eso está bien?

– No -admitió Jordan-. Estuvo mal. Pero estaba asustada. Y contárselo a todo el mundo lo volvía más real.

Por extraño que pudiera parecer, Noah lo entendió. Le sujetó la mano y se la oprimió.

– Te diré algo. Si alguna vez me haces algo así, te aseguro que me las pagarás.

La idea de que Jordan pudiera ocultarle algo así de grave le encrespaba.

– Se acabaron los secretos -le prometió Jordan.

– Ya lo creo.

Jordan intentó levantarse.

– ¿Qué haces? -preguntó Noah.

– Iba a leer, pero no estoy de humor para pensar en viejas enemistades.

– Léeme algo -pidió Noah después de tirar de Jordan hacia él-. Tal vez una batalla -sugirió-. Eso te relajará.

– Sólo a un hombre podría ocurrírsele que la narración de una batalla sangrienta pueda resultar relajante.

Decidió complacerlo. Se acercó más a Noah, se recostó en su pecho y se puso el montón de papeles en el regazo.

Noah echó un vistazo a las hojas por encima del hombro de Jordan.

– ¿Has avanzado mucho? -quiso saber.

– No estoy segura. He elegido al azar una o dos historias de cada siglo. Cuando llegue a casa, me obligaré a leerlo todo.

– ¿Qué quieres decir con eso de que te obligarás a leerlo todo? Si no crees que nada de lo que hay sea exacto…

– Muy bien, quiero leerlo todo. Y, después, voy a investigar por mi cuenta. Quiero descubrir la verdad -afirmó-. Estoy segura de que algunas de las historias son, en parte, ciertas. La mayoría se ha transmitido de padres a hijos. -Le pasó el montón-. Elige una.

Jordan observó cómo Noah hojeaba las páginas.

– Espera -pidió a la vez que le arrebataba una hoja-. Acabo de ver… Aquí está de nuevo.

Levantó la página para mostrársela.

– ¿Lo ves? En el margen. El profesor volvió a escribir el año 1284. Lo he visto en el margen de otras dos páginas. ¿Y qué es eso? ¿Una corona? ¿Un castillo? El 1284 tiene que ser el año en que él creía que surgió la enemistad. ¿No te parece?

– Puede -concedió Noah-. Los números están muy marcados, como si los hubiera repasado una y otra vez para no olvidarse.

– No. No necesitaría escribir la fecha más de una vez. Si lo que me contó sobre su memoria era cierto, no tenía que anotar nada. Lo recordaría. Creo que debió de garabatearlo distraídamente mientras pensaba en otra cosa.

– Espera. ¿Qué te contó sobre su memoria?

– Alardeó de ella -explicó Jordan-. Dijo que tenía una memoria extraordinaria. Jamás olvidaba una cara o un nombre por más tiempo que hubiera transcurrido. Escribía estos relatos para organizarlos para que algún día otras personas pudieran leerlos, pero recordaba todos los detalles de memoria. Afirmaba que era un lector insaciable. Que leía en Internet los periódicos que no conseguía en papel. -Noah recordó todos los periódicos esparcidos por el suelo del salón del profesor-. Repasa el resto de las páginas -sugirió Jordan-. Mira si hizo algún otro bosquejo o anotó cualquier otra fecha.

No encontró nada en su montón, pero sí había un par en la mitad inferior del que tenía Noah.

– ¿Qué te parece esto? -Noah le señalaba algo dibujado en el margen superior de la página.

– Puede que sea un perro o un gato… Con esa melena, tiene que ser un león. Diría que es un león.

El último dibujo que encontró era más reconocible. Otra corona. Un dibujo muy malo de una corona torcida.

– ¿Sabes qué creo? -dijo Noah-. Que el profesor MacKenna estaba loco.

– Admito que era raro, y que estaba obsesionado con su trabajo.