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El ascensor se abrió en cuanto pulsó el botón, y subió solo hasta la quinta planta, mientras repasaba mentalmente lo que diría si una enfermera lo detenía. Al salir del ascensor, echó un vistazo a los números que había junto a las puertas en busca del que le habían dado cuando llamó a recepción. Una flecha indicaba que la habitación de Jordan Buchanan estaba en el pasillo que iba a la derecha después de la esquina. Dobló la esquina y se detuvo. Había un policía uniformado delante de la puerta. Pruitt cambió de dirección, y también tuvo que cambiar de planes.

No había previsto que habría un guardia, lo que había sido un descuido por su parte. Era lógico que su padre quisiera reforzar la seguridad.

De nuevo en el ascensor, consultó el directorio del hospital que estaba grabado en la pared. Pulsó el botón de la segunda planta para dirigirse a radiología. Cuando salió al pasillo vacío, no había nadie a la vista. Sólo tuvo que hacer un par de llamadas con el móvil para conseguir el nombre del cirujano y del internista de Jordan Buchanan. A continuación, llamó a la quinta planta y le dijo a la enfermera que el doctor Emmett había ordenado que se hicieran más radiografías a la paciente.

Por su voz, la enfermera debía de ser joven e inexperta. No hizo preguntas. Se limitó a colgar el teléfono para llamar de inmediato a radiología y transmitirles las órdenes verbales del médico.

Pruitt oyó cómo el celador atendía la llamada. Por suerte, era una noche tranquila y el departamento de radiología estaba vacío. Aun así, Pruitt tuvo que esperar diez minutos antes de que el auxiliar rubio tomara lentamente el ascensor para ir a buscar a Jordan. Con un iPod en el bolsillo de la camisa y los finos cables de los auriculares colgándole de las orejas, tarareaba una canción irreconocible.

A Pruitt le gustaba la soledad de su escondrijo. Había habitaciones oscuras, pasillos más oscuros aún y una recepción vacía. No tenía que preocuparse por que nadie lo interrumpiera.

Echó un vistazo a la planta de radiología y encontró el sitio perfecto en un cubículo situado tras la puerta de vaivén de la sala de rayos.

¿Acompañaría el guardia a Jordan? Era lo más probable. Tendría que encargarse de él primero. Golpearlo con fuerza desde detrás. Y mientras cayera al suelo, se apoderaría de su arma. A no ser que el auxiliar del iPod estuviese por ahí. Pruitt esperaba poder dejar a Jordan inconsciente e ir entonces a por el técnico radiólogo. En caso contrario, también tendría que encargarse antes de él. No sería difícil, y no haría ningún ruido. Seguía recordando las técnicas que utilizaba para someter a sus antiguos clientes. Era curioso cómo esas cosas no se olvidan nunca.

Pasada la puerta de vaivén, había varios vestuarios, donde los pacientes se cambiaban para ponerse una bata antes de hacerse las radiografías. Todos tenían puertas que cerraban de golpe. Dentro de cada vestuario, había un estante con un montón de batas limpias y ¡vaya!, una barra de metal con perchas de plástico.

Había pensado que tendría que forzar el armario de material para encontrar algo que pudiera utilizar para golpear al guardia, pero la barra de metal ya le valía. Tardó unos minutos en desatornillarla con una moneda. La barra, de unos veinticinco o treinta centímetros de longitud, tenía el peso perfecto para lo que la quería. Y el grosor ideal para sujetarla bien con la mano.

Tiró de la puerta del vestuario hacía él y la dejó un poco entreabierta para ver cuándo llegaba Jordan en silla de ruedas. Habría algo que lo avisaría antes. Había observado que cuando se pulsaba el botón desde el otro lado de la puerta de vaivén para que se abriera, en ése lado se encendían las luces.

Se le habían adaptado los ojos a la oscuridad. No sabía cuánto rato pasó antes de que se oyeran voces. Un minuto después, las luces parpadearon, y oyó el ruido sordo de la puerta que se abría despacio hacia dentro.

Se tranquilizó para no apresurarse. Tenía que atacar en el momento preciso.

Y ahí estaban. Primero vio a Jordan y, después, al auxiliar que empujaba la silla de ruedas. El guardia los seguía de cerca. Qué suerte había tenido. El guardia iba el último, pero sería el primero en caer.

Con la barra en la mano, Pruitt empujó despacio la puerta y salió. El guardia no le oyó acercarse. Pruitt le sacudió con fuerza en la nuca, y le quitó el arma cuando cayó al suelo.

El auxiliar logró oír el ruido por encima de la música y se volvió, confundido.

– ¿Pero qué…?

Eliminado. La barra le había acertado en la cara, justo encima de la oreja. Ocurrió tan deprisa que no tuvo tiempo de agacharse. El auxiliar cayó sobre Jordan, y la tiró de la silla de ruedas al suelo.

Pruitt dio un puntapié a la silla para apartarla de su camino y levantó el arma. Su mirada era fría y diabólica. Jordan se preguntó si sería lo último que vería antes de morir. Gritó y se acurrucó para intentar protegerse.

De repente, Noah cruzó con estrépito la puerta. Pruitt apenas tuvo tiempo de volver la cabeza antes de que una bala del arma de Noah le atravesara el hombro. Hizo un movimiento para intentar alcanzar a Jordan, pero Noah le disparó entonces en el pecho, y Pruitt cayó al suelo con una expresión de sorpresa en su cara agonizante. Trató de levantar el arma, pero Noah disparó de nuevo. La detonación fue ensordecedora y retumbó por el pasillo vacío.

Jordan se desmayó al oír su eco.

Capítulo 45

Jordan estaba acurrucada en el sofá de la terraza interior, fingiendo que estaba dormida para que su madre dejara de mimarla. Ya la había tapado con una manta de punto y la estaba amenazando con ir a buscar otra de más abrigo.

Las ventanas estaban abiertas y una encantadora brisa refrescaba el ambiente. Oía el bonito rumor de las olas en la playa. La residencia de sus padres en Nathan's Bay estaba rodeada de agua por tres partes. En invierno, el cristal de las ventanas estaba recubierto por una capa de hielo. En verano, una brisa fresca del mar permitía sobrellevar mejor los escasos días húmedos o calurosos.

Le encantaba estar allí de visita, pero ya estaba lista para volver a su casa. Tenía la impresión de ser motivo de constante preocupación para su madre. Y extrañaba su cama. Extrañaba su asiento junto a la ventana.

Y, sobre todo, extrañaba a Noah. Lo había extrañado desde aquella terrible noche en el hospital, cuando la había cargado en brazos para llevarla a su habitación.

Él y Nick estaban trabajando en un caso fuera de la ciudad. Laurant le había dicho a Jordan que Nick la había llamado todas las noches. Se había marchado hacía cuatro días y tenía previsto regresar al día siguiente. Jordan no le preguntó por Noah. Eso se había terminado, y él había vuelto a su vida normal. Lo que había pasado en Serenity…

Suspiró. Si no se levantaba e intentaba hacer algo, se echaría a llorar. Era lo último que le faltaría a su madre. Entonces la mandaría a la cama y contrataría a una enfermera para que la cuidara las veinticuatro horas del día.

Todavía le dolían las costillas, e hizo una mueca al levantarse. El ama de llaves, Leah, preparaba platos en la cocina.

– Ya lo haré yo -se ofreció Jordan.

– No, no. Usted descanse.

– Leah, sé que tiene buenas intenciones, pero estoy harta de que me digan que descanse.

– Perdió mucha sangre. La señora Buchanan dijo que no debía cansarse demasiado.

Jordan se fijó en la cantidad de platos que había preparado Leah y la siguió al comedor. La mesa rectangular ocupaba la mayor parte del espacio, con seis sillas a cada lado y dos en cada extremo.

– Vamos a ver. Vendrán Laurant y Nick -contó Leah-. Con la pequeña -añadió-. Traeré la trona después de haberla limpiado bien. Y Michael estará en casa. Y Zachary, claro. Alec y Regan vendrán el fin de semana que viene.

– ¿Sólo estará la familia? -quiso saber Jordan.