Выбрать главу

– Lo siento -se disculpó al sentir sus ojos sobre ella-. Debería aprender a mantenerme calladita, ¿verdad?

Rafe no contestó.

Ella redujo la velocidad. Estaban cerca de la dirección que andaba buscando. Buscó el bolso y él lo tomó, sacando el papel que sobresalía de uno de los bolsillos exteriores.

– Calle Fardo, número 3457, apartamento trece -dijo con una mueca-. Pensé que nunca usaban el trece para numerar casas.

– No sabía que eras supersticioso -contestó ella mientras giraba para entrar en la calle Fardo.

– Soy muchas cosas que no sabes.

– Seguro que sí.

– Ahí está -dijo él leyendo los números de los edificios-. En la acera de la izquierda. Ese edificio naranja y grande.

Shelley giró por completo para aparcar frente al edificio que señalaba Rafe.

– Parece que a tu amigo no le va muy bien -comentó Rafe.

– No lo sé -dijo mientras recogía sus cosas-. Ahora espérame aquí, volveré enseguida.

– De eso nada -contestó saliendo también del coche.

– Rafe…

– No vas a entrar ahí tú sola.

No era el sitio más apropiado para discutir, así que lo miró de mala gana y dejó que la acompañara hasta el portal. Las paredes estaban mugrientas. Algunos buzones estaban abiertos y rotos. Olía a cebollas fritas y se oía a un bebé llorando cerca de allí.

– Allí está. Al final del pasillo -dijo ella señalando el número trece-. Espérame aquí. Tengo que hacer esto yo sola.

Rafe asintió. Después de todo, parecía darse cuenta de cuándo llegaba el momento de retirarse y darle un respiro.

– Pero quédate en el pasillo. No entres dentro sin mí -advirtió él.

Shelley dudó. No era ésa la idea que tenía del encuentro, pero pensó que probablemente fuera lo mejor.

– De acuerdo -asintió mientras se dirigía ya hacia allí.

El sitio era de lo más escalofriante. Estaba algo nerviosa. Recordaba a Quinn como un chico atractivo y despreocupado, con los ojos brillantes y una sonrisa risueña. No había llegado a tratarlo mucho, pero siempre había pensado que era un chico con futuro. Y ese edificio era la pura imagen de la miseria y el fracaso.

Llamó a la puerta. No hubo respuesta. Esperó un poco y llamó de nuevo.

– ¿Quinn? ¿Estás ahí? -preguntó en voz alta.

Nadie contestó. Otra puerta se entreabrió y alguien la miró desde el otro lado. La volvieron a cerrar. Buscó un papel y lápiz en su bolso y se dispuso a escribirle una nota con su número de móvil. La deslizó bajo la puerta y se volvió de nuevo hacia el portal. Sintió alivio al ver a Rafe allí, esperándola.

– No ha habido suerte, ¿verdad? -dijo al verla.

– No está en casa -explicó ella.

Mientras salían fuera, Shelley vio los aparcamientos bajo el edificio. Pensó en entrar para ver si había un coche aparcado en el número trece, pero cambió de opinión.

– He dejado mi número en el piso. A lo mejor me llama cuando lo vea.

– A lo mejor.

Rafe abrió la puerta del coche para que entrara ella.

– ¿Qué haces?

– Intento parecer un caballero -explicó con una sonrisa.

– Supongo que te será muy complicado -repuso ella sonriendo también.

Al verlo allí de pie, con el sol cegando sus ojos, su magnífico pelo oscuro y sus anchos hombros, Shelley pensó que parecía más que un caballero. Parecía un héroe. Sin saber por qué, su corazón comenzó a latir más fuerte y apartó la mirada de él. Y fue entonces cuando vio un coche azul saliendo del aparcamiento.

– ¡Dios mío! -gritó-. Entra. ¡Rápido!

– ¿Qué pasa?

– ¡Es él! ¡Entra!

Rafe se metió en el coche y cerró la puerta mientras ella arrancaba a toda prisa.

– ¡Eh! -dijo alarmado-. ¿Qué haces?

– Tengo que seguirlo -explicó sin quitar la vista del coche e infringiendo el límite de velocidad-. Puede que sea mi única oportunidad.

CAPÍTULO 5

PODÍA sentir la adrenalina corriendo por sus venas, pero se mantuvo con la cabeza fría y en control de la situación.

– ¡Mira! Quinn acaba de girar -dijo observando el coche azul.

– Tranquilízate un poco, Shelley -repuso él mientras se ponía el cinturón de seguridad y luego abrochaba el de ella-. Ya lo verás en otra ocasión, no tiene por qué ser ahora mismo.

Pero Shelley sentía que ésa era su única oportunidad. Era obvio que Quinn estaba tratando de evitarla y, si no hablaba con él entonces, no habría manera de localizarlo después.

Giró el coche bruscamente en el mismo sentido del coche azul y, al hacerlo, los neumáticos chirriaron sobre el asfalto.

– ¿No has girado demasiado deprisa? -la acusó él, algo preocupado.

– Tú calla y agárrate bien -le ordenó, con la vista puesta en el otro vehículo.

– ¡Shelley!

– ¿Qué?

– ¡Frena un poco!

– ¡No puedo!

Pero tuvo que hacerlo. Había peatones y tuvo que reducir y dejarlos pasar en un paso de cebra. Era importante que hablara con Quinn, pero no tanto como para poner en peligro la vida de otras personas.

– ¡Oh, no! -se quejó al ver a dos hombres cruzar la calle-. Venga, venga. Más deprisa.

Rafe empezó a decir algo, pero ella no podía oírlo. Tenía vía libre por fin y aceleró sin esperar. Llegó a la autopista. El coche azul había tomado mucha ventaja, así que pisó el acelerador e intentó alcanzarlo. No podía mirar a Rafe, pero sentía que la miraba asombrado. No le importaba en absoluto. Tenía el corazón a mil por hora, pero sabía que era buena conductora.

Quinn giró de nuevo ya fuera de la autopista y esa vez Shelley dobló la esquina con mayor cautela. El coche azul desapareció de su vista un par de calles más adelante. Giraron al llegar a ella, pero Quinn no estaba por ninguna parte.

– ¿Por dónde? -preguntó angustiada.

– No lo sé. Vete a la derecha.

Giró a la derecha pero la calle estaba cortada al tráfico con una cadena.

– ¡Cuidado! -gritó él.

Shelley pisó el freno con tanta fuerza que sólo los cinturones de seguridad evitaron que dieran con la cabeza en el cristal. El coche paró a pocos centímetros de la cadena. Ella miró hacia atrás para buscar el coche al otro lado de la calle, pero tampoco estaba allí. Se derrumbó en el asiento, exhausta y extrañada de que no les hubiera pasado nada.

Entonces Rafe estalló en carcajadas. Se giró a mirarlo y ella hizo lo propio.

– ¡Menuda carrera de locos! -dijo él riendo.

Pero las risas duraron poco. Él bajó la mirada hasta sus labios y Shelley supo que la iba a besar de nuevo. Parecía lo apropiado. Era un gesto necesario. Podía sentir el corazón palpitando fuerte en su pecho y veía el deseo asomando en los ojos de Rafe. Cada terminación nerviosa de su cuerpo esperaba que sucediera y lo esperó con los labios entreabiertos.

Rafe no dudó ni un instante y la besó con fuerza en la boca. Ella, receptiva, le respondió con la misma pasión y sus cuerpos se fundieron en un abrazo, encajando a la perfección. Shelley sabía que era una mala idea, pero no podía evitarlo. La boca de Rafe era cálida, jugosa y dulce. Lo deseaba más de lo que quería admitir. Nunca antes le había pasado aquello, y ese intenso sentimiento la asustó tanto que se separó de él.

– No puedo creer que haya pasado de nuevo -dijo sin apenas aliento.

Rafe la buscó con la mirada.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó con voz ronca.

– Lo de… Lo de besarnos -dijo mientras se apartaba más de él-. Se supone que no deberías besarme.

– ¿Porqué?

– Porque… Porque nos odiamos, ¿no? -dijo insegura, sintiendo aún su aliento en la mejilla.

– No sé.

Rafe se acercó de nuevo y acarició su barbilla.

– ¿Qué haces? -preguntó Shelley mientras seguía intentando apartarlo sin éxito.