– Vamos a elegir los distintos papeles para la parodia que vamos a representar, ¿de acuerdo? Candy, tú serás la chica del departamento de correos con el corazón de oro. Dorie, tú serás la secretaria embarazada. Jerry, tú serás el padre de la criatura. Y Rafe, tú vas a ser el supervisor escéptico que no cree que este programa de reorganización del trabajo vaya a funcionar.
– Eso no será difícil -dijo Rafe con una sonrisa burlona.
– Aunque al final de la obra te acabas convenciendo de que es una idea fantástica y te conviertes en el admirador número uno de ese programa -aclaró ella mirándolo.
– Esa parte me va a costar más trabajo. No sé si mi papel será creíble.
– Tendrás que apañártelas como puedas.
Rafe la miró como si se diese cuenta, por vez primera, de que ella no estaba dispuesta a ceder ni un centímetro en su plan.
– ¡Vaya! Le das a esta mujer un poco de poder y se convierte en una dictadora -dijo en tono burlón pero con un brillo de respeto en los ojos-. ¿Por qué eres tú quien elige quién hace cada papel de la obra?
Shelley se estiró tanto como pudo, aunque aún resultaba pequeña comparada con la altura de Rafe. Miró a todos con cara atónita.
– ¿Que por qué? ¿Necesitas que lo repitamos todos juntos de nuevo? ¡Shelley Sinclair es la jefa!
Todos lo repitieron, algunos con más entusiasmo que otros. Rafe permaneció callado. Shelley lo miró esperando su participación.
– Me niego a decirlo.
– 0 lo dices o te despido.
Se miraron fijamente los dos. Ninguno estaba dispuesto a ceder. Shelley no iba a dejar que ganara. Estaba dispuesta a prescindir de él durante la competición si fuera necesario. Se preguntó si Rafe la desafiaría, si la obligaría a llevar a cabo su amenaza. Le latía el corazón con fuerza. Era el momento cumbre del fin de semana, porque de su respuesta dependía que siguieran adelante con el proyecto o que se deshiciera el grupo.
Rafe seguía mirándola, intentando leer su pensamiento. Probablemente se preguntaba si Shelley sería capaz de llevar a cabo su amenaza. De pronto, algo cambió en su mirada. Ella no pudo descifrar su significado, quizás estuviese pensando en la carrera de coches de esa misma tarde y eso le llevase a la conclusión de que Shelley era capaz de muchas cosas, más de lo que él pensaba. Su cara se relajó y sonrió.
– Muy bien -dijo mirando a todos-. Digámoslo juntos de nuevo: «Shelley Sinclair es la jefa».
Shelley pudo respirar de nuevo. Se sentía muy aliviada y tenía la sensación de que ése había sido el último intento de Rafe por imponerse. No creía que fuera a enfrentarse a ella de nuevo, al menos no sobre el mismo tema.
– ¿A que ahora os sentís mucho mejor? -preguntó Shelley.
Todos rieron con ganas. Probablemente pensaran que todo había sido una broma. Esperaba que no se dieran cuenta de que el antagonismo entre ellos dos era real y venía de mucho tiempo atrás. Un enfrentamiento que no se había suavizado a pesar de los últimos y accidentados encuentros como el del coche. El beso había sido inolvidable, pero sus desavenencias seguían presentes a pesar de todo. Habían superado la última discusión, pero Shelley sabía que habría muchas otras en el camino, así que tendría que tener cuidado.
Trabajaronn en la representación toda la tarde. Repitieron las escenas mil veces, mejorando cosas, colaborando como un equipo de verdad. Shelley estaba muy satisfecha con los avances que estaban logrando. Rafe la trató con educación y respeto, pero también con jocosa camaradería. Todo un alivio para ella que hizo que las cosas funcionaran bien por fin.
Después se retiraron a sus habitaciones antes de quedar de nuevo para cenar en el restaurante. La cena fue fantástica, muy divertida. Todo el mundo estaba de buen humor. No pararon de charlar y reír y la cena se alargó hasta muy tarde. Comenzaron a levantarse tras los postres y Rafe, caballeroso como nunca, se acercó a retirarle la silla a Shelley.
– ¿Qué hacemos esta noche? -le murmuró Rafe al oído.
CAPÍTULO 6
SHELLEY se giró confusa para mirar a Rafe. Seguro que había adivinado que tenía pensado salir a buscar a Quinn otra vez. No había forma de ocultarle nada.
– ¿Quién te ha dicho que puedes venir conmigo? -le preguntó burlona.
– Yo mismo -contestó sonriente, demasiado cerca para el gusto de Shelley-. He decidido pegarme a ti como un adhesivo.
– ¿Por qué? -preguntó Shelley, queriendo conocer sus verdaderos motivos.
– Porque te dedicas a meterte en unos vecindarios de lo más peligrosos y necesitas a alguien que te proteja -explicó con una sonrisa-. Así que me ofrezco voluntario.
Se dirigieron hacia la salida del hotel. El vestíbulo estaba repleto de personas que volvían de cenar fuera o que buscaban un buen restaurante que aún estuviera abierto.
– Así que vas a ser mi guardaespaldas -dijo ella-. Y mientras tú me proteges de la gentuza que haya por ahí, ¿quién me va a proteger de ti?
Rafe le pasó un hombro por la espalda para guiarla y esquivar fácilmente a la multitud.
– ¿Por qué crees que necesitas ayuda para protegerte de mí? -dijo acercándose a su oído-. ¿Qué crees que voy a hacer?
Sentir su aliento en la piel le dio un escalofrío y le hizo desear cosas que no quería admitir.
– No lo sé -contestó ella divertida y algo atrevida-. ¿Venderme al mejor postor?
– No, nunca intentaría deshacerme de ti de esa forma -dijo atrayéndola más cerca de su cuerpo.
– ¡Ah! ¿No? ¿Y de qué manera te gustaría librarte de mí?
Rafe sonrió y se puso pensativo.
– Así que venderte al mejor postor… Pues a lo mejor no es tan mala idea.
– ¡Rafe! -exclamó Shelley.
– ¡Vale, vale! Sólo bromeaba. Tú has empezado y tenía que seguirte el juego. ¿Qué podía hacer?
– ¿Qué podías hacer? Decir algo bonito para variar. ¿Nunca se te ha pasado por la cabeza?
Ya habían llegado fuera. El aire era fresco, mucho más que dentro del hotel. Toda la calle estaba llena de luces, parejas y grupos de personas paseando y disfrutando de la noche. Les llegó a los oídos la música de un bar al otro lado de la calle.
– ¿Qué definición tienes de lo que es bonito? -le preguntó Rafe.
– ¿Tan bajo has caído que ya no te acuerdas de lo que significa bonito? ¡Qué vida tan triste! -preguntó burlona, mirándolo con fingida preocupación.
Rafe se paró y pensó durante unos segundos, considerando su comentario en serio. La llevó hasta una zona alejada de la multitud por unas cuantas palmeras.
– Bonito -dijo pensativo-. Creo que me acuerdo de esa palabra -añadió mirándola con ojos burlones-. ¿Bonito como un gatito recién nacido? ¿Como cuando sale el sol tras un día de lluvia?
Acarició la cara de Shelley con su dedo índice.
– Como mirar a una mujer preciosa -añadió despacio y con voz ronca.
Shelley lo miró y el estómago le dio un vuelco. Pensó en decirle que la dejara sola, que tenía que volver a su habitación del hotel. Pero no pudo. Respiró hondo y lo intentó de nuevo, pero no encontró las palabras. Era tan agradable estar con él allí… No podía resistirse.
No entendía qué le pasaba. Conocía a ese hombre de toda la vida. Mejor que a ninguna otra persona. Había luchado contra él, lo había odiado, le había gastado bromas, había sufrido sus continuas torturas… Recordaba verlo jugar con sus hermanos y ser cariñoso con sus hermanas y su madre. Pero nunca había sido bueno con ella.
Por eso no entendía qué era lo que estaba haciendo allí y a dónde la llevaría esa situación. Tampoco comprendía por qué no hacía caso de su subconsciente, algo le decía que huyera, que no podía ser verdad que Rafe Allman fuera amable con ella.