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Pero Shelley no quería ir a ninguna parte y no había nada más de qué hablar. A pesar de que sabía que estaba siendo una tonta. Se sentía como cuando Jason McLaughlin le contaba mentiras y ella fingía que lo creía. Había estado tan ofuscada tratando de encontrar a alguien a quien querer y que la quisiera que se había convertido en algo que ella misma despreciaba. No entendía por qué se arriesgaba a pasar otra vez por algo parecido. «¿Por qué soy tan débil?», pensó.

– ¿Quieres más ejemplos? Pues te demostraré lo que he querido decir.

Se inclinó sobre ella, mirando con detenimiento su cara, valorando cada facción, cada parte de su rostro. Dejó los hombros de Shelley deslizando sus manos hasta tomar su cara, con la delicadeza de quien sostiene un valioso tesoro.

– No sé cómo lo has hecho, pero tienes los labios más apetecibles del mundo -dijo con suavidad.

El corazón le dio, un brinco aunque intentó continuar calmada. Sus músculos se quedaron sin fuerza, apenas podía sostenerse en pie. Cada parte de su cuerpo lo deseaba, pero no podía dejar que Rafe se diera cuenta y fingió indiferencia.

– ¿Qué quieres decir? ¿Crees que me he inyectado colágeno o algo así? Pues no. Todo es natural. 0 los tomas o los dejas, pero el caso es que no han cambiado…

– Los tomo -la interrumpió él sin soltar su cara.

– ¿Qué? -preguntó Shelley con una voz que sonó más como un susurro.

Las fuerzas le estaban flaqueando. Necesitaba ayuda urgente, pero ésta no llegaba.

– Me has dado una opción y he elegido. Los tomo.

_¡Ah!

Deseaba con todo su ser que la besara, pero también sabía que no podía dejar que sucediera. Buscó la fuerza necesaria en su interior para no dejarse llevar por la sensualidad que la inundaba en ese instante. Se apartó de él e intentó encontrar motivos para estar molesta con él.

– Es imposible hablar contigo -dijo con satisfacción al recobrar la firmeza perdida-. ¿Lo sabías? Todo es un juego para ti. ¡Me vuelves loca!

Rafe agarró su brazo y la atrajo de nuevo hacia sí.

– ¿Loca de deseo? -preguntó esperanzado.

Pero sus ojos ya no reflejaban ese mismo deseo. Ahora estaba jugando. Shelley se sintió aliviada, pensando que quizá Rafe se hubiera dado cuenta también de que habían estado peligrosamente cerca de caer en un abismo. Y aún estaban a tiempo de dar marcha atrás y pretender que no había pasado nada.

– No -dijo ella mientras colocaba sus manos en el pecho de Rafe para evitar que se acercara más-. Loca de pura irritación.

Rafe la miró fijamente. Parecía algo confuso, sin saber muy bien qué camino tomar. Shelley intentó permanecer en su sitio y conseguir así convencerlo con su determinación.

– De acuerdo -contestó finalmente mientras se apartaba de ella con rapidez-. ¿Por qué no me cuentas entonces qué planes tenemos?

– Eh… -comenzó Shelley intentando centrarse de nuevo-. Nada apasionante, estaba pensando en ir a una discoteca que se llama El Sótano Azul.

– Suena a típico garito de mala muerte.

– No está tan mal. Solía quedar allí con amigos cuando me mudé a San Antonio tras terminar la carrera.

– ¿Crees que vamos a encontrar a Quinn allí?

– No lo sé. Pero al menos puede que vea a algún viejo amigo común que pueda darle un mensaje de mi parte.

– Muy bien. Vámonos.

Pasearon hasta el local, que se encontraba a tan sólo tres manzanas de allí. No dejaron de bromear ni un momento como lo harían dos viejos amigos, no dos enemigos. Shelley llegó a pensar que quizás incluso fueran mucho más que amigos. Era una locura, pero esa idea empezaba a gustarle.

Los dos se habían cambiado para la cena y llevaban su ropa más elegante. Por la manera en que la gente los miraba, Shelley sabía que además hacían buena pareja. El traje de Rafe resaltaba su esbelta figura y ella llevaba un sedoso vestido que se arremolinaba alrededor de sus rodillas con cada paso que daba.

Estaba disfrutando mucho de la velada, pero esperaba mantener la cabeza fría en lo concerniente a Rafe. Se empeñó en intentarlo con todas sus fuerzas. Había tenido muy poca suerte en sus pasadas relaciones y no estaba dispuesta a sufrir de nuevo.

Había un montón de gente esperando a entrar en la discoteca. El portero los vio y les hizo una señal para que dejaran la cola y pasaran dentro.

– ¿Por qué nosotros? -le preguntó a Rafe en un susurro mientras veía las caras de envidia a su alrededor.

– No lo sé. A lo mejor cree que somos famosos -dijo riéndose con ganas y pasando un brazo por la espalda de Shelley-. 0 que estamos enamorados.

Esas palabras la sacudieron como una descarga eléctrica. Y ella no fue la única sorprendida. La cara de Rafe reflejaba su propia sorpresa por lo que acababa de implicar. Se miraron en silencio, pero entonces la puerta se abrió y entraron.

El interior parecía una oscura cueva. El ambiente estaba muy cargado. Sortearon como pudieron a la multitud que llenaba la sala hasta llegar a una pequeña mesa a un lado del local. El escenario era tan pequeño como un sello de correos. Una cantante larguirucha y enfundada en un vestido de seda salió y comenzó a cantar en voz baja canciones francesas mientras se movía encima del piano. Tras su actuación, llegó el momento del pianista, que les deleitó en solitario con algunas extrañas composiciones en busca de la melodía perdida. Más tarde fue el turno de un joven que tocó, acompañado por su guitarra acústica, algunas canciones de inspiración española.

– Ofrecen de todo un poco, ¿no? -comentó Rafe con sequedad-. Pasan de lo sublime a lo ridículo sin ton ni son.

– Solía ser un club de jazz cuando yo venía por aquí. Pero la mayor parte de la gente sólo venía a ver y ser vistos. Supongo que eso no ha cambiado.

– Seguro que no -asintió él mientras observaba a la gente que los rodeaba-. ¿Ves a alguien conocido?

– No -contestó mirando a su alrededor.

No veía a nadie conocido. Volvió la mirada hacia Rafe para encontrarlo observándola con interés.

– ¿Qué haces?

– Estudio tus facciones.

– ¿Para?

Rafe se llevo la mano al pecho como el que hace un solemne juramento. Se puso serio, aunque los ojos lo delataban.

– Voy a llevar siempre tu imagen en mi corazón como estándar de belleza. A partir de ahora, cuando conozca a una mujer y me sienta atraído por ella, la compararé con tu imagen para ver si está a la altura de ese estándar.

No sabía si sentirse abochornada o halagada por sus palabras. No sabía si lo hacía para pillarla desprevenida o porque estaba intentando ser agradable con ella.

– Rafe, si no dejas de burlarte de mí me levanto y me voy.

– ¿Por qué crees que me estoy burlando? -preguntó, sorprendido con su reacción.

– ¿No lo haces?

– Claro que no.

Fuera verdad o no, Shelley creyó sus palabras.

– ¿Bailamos? -sugirió él.

– No sé. Hay tanta gente… -dijo, agarrándose a su copa como a un salvavidas.

– Mejor aún -contestó él tomando su mano libre y besándole los dedos-. Así te tendré más cerca, querida.

– Hablas como el lobo feroz -repuso ella sonriente, dejando que Rafe la ayudara a levantarse-. Y eso no me tranquiliza en absoluto.

– No tengo nadó de feroz. Soy un lobo muy bueno -contestó Rafe mientras la rodeaba con sus brazos y comenzaba a moverse al ritmo de la música.

Shelley no lo ponía en duda. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de tener su firme y cálido cuerpo sosteniéndola y guiándola en el baile. No le costaría trabajo acostumbrarse a algo así. Pensó en lo fabuloso que sería enamorarse de un hombre como él, en la emoción que esa relación llevaría a su vida. Durante unos segundos se dejó llevar por ese sueño.

Pero entonces abrió los ojos y recordó dónde estaba. No podía dejarse arrastrar por la tentación. Eso la llevaría a hacer alguna estupidez y no podía permitírselo. Tenía que permanecer con la mente clara y evitar mezclar los sentimientos. No podía dejar que fuera su corazón el que la guiara.