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– Ni idea -dijo ella y, mirándolo, sonrió y lo abrazó con fuerza-. Estoy tan contenta de que aparecieras por aquí… Muchas gracias. Gracias, gracias.

– De nada, para eso estamos -le dijo devolviéndole el abrazo sin entusiasmo-. ¿Qué ha pasado?

– Vine a recoger las camisetas -comenzó mientras se separaba de él-, me vio y me abordó, eso es todo.

Rafe la miraba sin entender, buscando en su mirada y en su rostro las respuestas que necesitaba.

– ¿Pero qué pasa? ¿Todavía sientes algo por él?

– No, Rafe. Te juro que no. En absoluto -contestó ella insistente.

Quería creerla, pero sentía un recelo que ni él mismo entendía.

– Entonces, ¿por qué reaccionas así? -preguntó con cautela.

Shelley no entendía a qué reacción se refería. Todo lo que había sentido durante su desagradable encuentro con Jason había sido desprecio. Quizás estuviera pensando en cómo ella había cambiado durante los últimos años.

– Es que… -dijo Shelley sin saber muy bien qué explicarle ni cómo hacerlo-. Es imposible borrar de golpe todos los sentimientos que se van acumulando con el tiempo, ¿no crees?

Rafe no le contestó, esperando su explicación.

– Jason fue una parte muy importante de mi vida durante un tiempo. No puedo negarlo. Estaba loca por él cuando estaba en el instituto. Así que cuando vine a San Antonio y empecé a trabajar para él… ¡Estaba en el séptimo cielo!

Se detuvo, arrepintiéndose de haberle explicado tanto. Rafe siguió esperando sin decir nada. No estaba seguro de que quisiera escuchar eso, pero tenía que hacerlo, aunque sus palabras se le clavaban como espadas. Él también había tenido novias y que Shelley hubiera acabado saliendo con el tipo del que había estado siempre enamorada no era el fin del mundo, era normal. La mayoría de las mujeres con las que había estado habían pasado por algo parecido y nunca le había parecido mal. Años después, la verdad era que ni siquiera se acordaba de ellas. No recordaba a ninguna en especial, nunca llegó a enamorarse. De hecho, había llegado a pensar que no era capaz de ello, que nunca le iba a pasar. Hasta que llegó Shelley.

En ella había algo distinto. Ella lo conocía perfectamente y tenía la capacidad de entrar dentro de su alma y controlar sus emociones como nadie lo había hecho. No sabía por qué pero así era.

– Así que estuvimos juntos durante algún tiempo -prosiguió ella-. Aunque ahora desearía que nunca hubiera pasado, pero pasó. Poco después me di cuenta de que era un error. Y de que, además, él no era quien yo pensaba, no merecía la pena. Es un imbécil y espero no volver a cruzar palabra con él.

– Gracias por contarme todo esto, Shelley. Has sido muy sincera -dijo él con media sonrisa-. Había venido a ayudarte con las camisetas así que, ¿por qué no las recogemos y nos olvidamos del tema?

Se acercó a la recepción del brazo de Rafe. Se sentía muy inquieta por dentro. Había algo en la manera en la que él había respondido a su explicación que le decía que no estaba convencido, que no la creía del todo. Y no sabía qué podía hacer para demostrarle que era verdad.

Las camisetas fueron un éxito. En azul claro y de buen algodón, tenían el logotipo de la empresa sobre un bolsillo y la imagen de un viñedo en la espalda. Por suerte, habían acertado con la talla de todos. Se las probaron y desfilaron delante del espejo. Parecían un equipo de verdad.

– ¡Dios mío! Es la hora de comer -dijo Shelley mirando el reloj-. ¡Pero no podemos permitirnos perder esa hora!

– No te preocupes -le contestó Rafe-. Me he tomado la libertad de pedir unas pizzas para todos. Así no tendremos que salir de aquí.

– ¡Gracias, Rafe! Es la solución perfecta. Nos tomamos la pizza y seguimos trabajando -dijo sonriente-. Sabía que al final nos vendría bien tenerte en el equipo.

– Servirte es mi misión en la vida -dijo con solemnidad.

Estaba encantada de comprobar que el buen humor había vuelto a sus ojos.

– ¡Venid todos! -anunció Shelley cuando llegó la comida-. Vamos a comer, pero sin gandulear. Han publicado ya los horarios para el ensayo final y nosotros lo tenemos a las seis de la tarde. Tenemos que estar listos para entonces.

Todos se quejaron.

– Vamos a trabajar sin descanso hasta las cinco y luego vais cada uno a vuestra habitación para relajaros durante una hora, ¿de acuerdo?

– ¡Shelley! -le dijo Rafe una hora más tarde, señalando la puerta con la cabeza-. Parece que tienes visita.

Levantó la vista del cartel que estaba pintando y vivió a Lindy, sonriéndole desde fuera de la sala.

– ¡Hola! -la saludó-. Estoy ahí en un segundo.

Rafe tomó su pincel y Shelley se limpió las manos antes de ir a saludar a su amiga.

– Me alegro de verte.

– Quería hablar contigo un minuto -dijo Lindy mirando nerviosa a su alrededor-. ¿Podemos salir al patio?

– Claro.

Shelley miró a Rafe y el asintió con la cabeza, sabiendo que le estaba pidiendo que se hiciera cargo del trabajo durante unos minutos. Era increíble cómo habían pasado del odio mutuo a desarrollar la capacidad de entenderse sin palabras. Y todo en un par de días.

Ambas mujeres salieron al patio. Estaba diseñado para rememorar los jardines tropicales. Había exuberantes plantas verdes por todas partes, grandes palmeras, una pajarera llena de aves cantarinas y un fabuloso estanque con esculturas alrededor. Shelley agarró a Lindy del brazo mientras comenzaban su paseo entre las plantas.

– Tenía que verte -comenzó Lindy apartándose el flequillo de los ojos y sonriendo a su amiga-. Perdona que anoche estuviera tan distante, pero no podía hablar delante de Greg y Henry -agregó a modo de disculpa-. Ya sabes cómo son los del grupo, tienen esa mentalidad arcaica de la lucha de clases muy arraigada.

– Sí, es verdad -asintió Shelley.

– Te consideran una traidora por cómo te alejaste de nosotros cuando comenzaste a salir con tu jefe. Creen que te vendiste.

– Ya lo sé. Y no los culpo por estar molestos. Yo tampoco estoy satisfecha con lo que hice -confesó mirando a su amiga-. Y tú, ¿sientes también que te traicioné?

– Claro que no. Siempre me caíste bien, Shelley. -¿Qué tal tú? ¿Estás pensando en hacer algo más con tu vida, cambiar algo?

– He tenido algunas crisis, pero tengo claro que no me voy a quedar por aquí para siempre.

– ¡Eso espero! -dijo Shelley abrazándola afectuosamente-. Tienes mucho talento. Pero bueno, seguro que te dicen eso todo el tiempo. Yo no quiero sermonearte así que dime, ¿qué es lo que has venido a contarme? ¿Has visto a Quinn?

– No. He intentado hablar con él pero no contesta el teléfono. Creo que lo ha desconectado. Pero puedo hablarte de Penny -Lindy se detuvo, mojándose los labios y mirando a Shelley con cara de preocupación-. Creo que será mejor que te sientes. No va a ser fácil para ti.

– ¿Qué? -dijo Shelley sin moverse -agarró a Lindy. Tenía un mal presentimiento-. ¿Qué es lo que pasa? -repitió.

Lindy respiró hondo.

– Penny murió hace algo más de un año.

– ¿Qué? -gritó Shelley espantada, derrumbándose en uno de los bancos-. ¡No! Pero, ¿qué pasó?

Lindy se sentó a su lado.

– Tenía cáncer de páncreas. Lo descubrieron muy tarde y fue fulminante. Murió un par de semanas después.

– ¡Es horrible! -exclamó Shelley cubriéndose la cara con la manos-. ¡Pobre Penny! ¡Pobre Quinn!

No podía creérselo.

– ¿Y el bebé? -preguntó sin apenas fuerza.

– No tenía ni idea de.que hubiera un bebé. Si tuvo un hijo no se lo dijo a nadie. Y Quinn tampoco comentó nunca nada.

– Entonces, ¿dónde estará el bebé? -preguntó Shelley mirándola.

– ¿Estás seguro de que hubo uno?

– La verdad es que ya no estoy segura de nada -admitió Shelley con un suspiro.

– Supongo que es que conoces al padre…

– A lo mejor. Si es que hay un hijo…